A los líderes débiles el poder los cambia, pero los fuertes son capaces de cambiar la historia. A los largo de los últimos años se perciben cambios importantes en los sistemas democráticos. Tanto en las democracias jóvenes como en las maduras surgen crisis respecto a la viabilidad futura de la democracia como sistema de superación y convivencia pacífica de largo plazo.

La impaciencia de las oposiciones por acelerar los procesos de cambio político mediante presiones para reducir los tiempos de los mandatos o exigir elecciones anticipadas más que una crisis local es un fenómeno recurrente en diversos países. Las oposiciones presionan la alternancia por los medios a su alcance, ya sean jurídicos, políticos o sociales.

Es incuestionable que un sistema político con renovación de mandatos emanados de un proceso democrático sustentado en un sistema de partidos y con gobernantes civiles es un requisito fundamental para las libertades sociales, el progreso económico y la legalidad plena. A pesar de ello las asimetrías sociales dan espacio a la noción de alternativas políticas que proponen negociar la preeminencia de la democracia a cambio de un sistema de autoridad que imponga equidad económica, restrinja las libertades y ofrezca un futuro ilusorio. Los regímenes centralmente planificados han intentado transitar a sistemas de apertura económica y participación democrática. A pesar de ello es notable observar como, por ejemplo, Vladimir Putin en Rusia o Xi Jinping en China han construido un modelo político que les da larga permanencia en el cargo con un mecanismo de soporte popular.

En países de Latinoamérica se observa una tentación recurrente a la búsqueda de reformas de dudosa legalidad, que abran los espacios de permanencia en el poder de un gobernante más allá de los plazos que sus constituciones habían previsto cuando fue electo. A esas naciones se les hace creer que el líder es indispensable e irremplazable, pero la democracia es prescindible y el ejercicio de la autoridad, en ocasiones represiva, es necesaria para el bienestar de sus gobernados.

A la distancia del tiempo, resulta interesante el contraste de las dimensiones políticas e históricas de dos personajes, Winston Churchill y Mahatma Gandhi, que se distinguieron por la consistencia de sus ideales con sus actos; sus mentes cultas e ilustradas fueron cultivadas para pensar en grande. Ambos personajes reconocieron su papel en la historia, a los dos la historia los premió pero la política los rechazó una vez cumplida la misión original de sus respectivos proyectos.

Winston Churchill defendió las ambiciones de expansión del tercer Reich y señaló la inminente amenaza de la Unión Soviética, a costa de su destino político y del dominio del imperio británico. La figura contrastante de Mahatma Gandhi, humilde en su hablar, vestir, comer y vivir, pero fiel a la independencia de la India, una premisa de la tolerancia y la resistencia pacífica le costó la vida. La historia tiene mucho que aprender de ambos y mucho que agradecer de sus legados.

En el ejercicio del poder, el veredicto de la historia es implacable, juzga con la misma exigencia a los estadistas que a los villanos y no hay sorpresas. El gobernante tiene total conciencia de la honestidad o perversidad de las decisiones que toma a favor del pueblo o en su contra.

El poder busca a sus protagonistas, les da las condiciones y les dota de las oportunidades. Si el gobernante es capaz de reconocer su misión, sabrá conducir sus pasos para lograrla y tendrá la sabiduría de aceptar que el poder así como llega tiene que irse en busca de quien escriba el siguiente capítulo del destino.

Rúbrica. Dijeron que en agosto. Esperamos que el nuevo TLCAN no nos haga extrañar al anterior.

Político, escritor y periodista. @AlemanVelascoM
articulo@alemanvelasco.org

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