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En una democracia lo que cuenta son los votos; el ingrediente fundamental de una elección es la decisión del votante. En el proceso electoral que vive México las condiciones de la competencia imponen diversas restricciones y limitaciones que afectan a los partidos y candidatos, pero no a los ciudadanos. Por ello, es de fundamental importancia fortalecer la capacidad de decisión independiente y libre de los votantes.
Los candidatos hoy son más dependientes que los votantes. Los candidatos y sus partidos dependen de las prerrogativas que el INE les aporta, de las fuentes legales de recursos que la ley les permite, y es evidente que cada uno de los candidatos tienen uno o varios amigos que los patrocinan y les aportan recursos.
Son los candidatos quienes dependen de las normas electorales, de los datos que arrojan las encuestas y de los consejos o consignas que les sugieren, recomiendan, ordenan o imponen en sus respectivos “cuartos de guerra”, así como de los grupos de interés que los respaldan. Puede haber candidatos fuertes o débiles, carismáticos o experimentados, pero no solitarios.
Es por ello que la ventaja del votante en un proceso electoral es la vigencia de la libertad de expresión como fundamento de todo el régimen de libertades y derechos del Estado Mexicano. Los ciudadanos, en lo individual o como grupo social, son los verdaderos agentes de la transformación de los sistemas de gobierno, por lo que más allá de recibir propuestas y discursos deben ser escuchados.
Hoy las ideologías como tales han desvanecido las fronteras recíprocas de exclusión. El pragmatismo electoral actual evita invocar postulados categóricos que dividan a la sociedad. Ya desde la década de los años treinta José Ortega y Gasset en su obra La Rebelión de las Masas exponía: “Ser de la izquierda es, como ser de la derecha, una de las infinitas maneras que el hombre puede elegir para ser un imbécil: ambas, en efecto, son formas de hemiplejía moral. Además, la persistencia de estos calificativos contribuye a falsificar más aún la realidad del presente, como lo demuestra el hecho de que hoy las derechas prometen revoluciones y las izquierdas proponen tiranías”. Por ello no se puede luchar en la democracia para prescindir de ella, sino para fortalecerla.
Para muchos la imagen dominante es la que arrojan las encuestas, no obstante, las decisiones sociales pueden cambiar radicalmente. Un ejemplo reciente lo vivieron en los Estados Unidos cuando las encuestas indicaban la ventaja de Hillary Clinton sobre Donald Trump, cuando la única muestra social que a fin de cuentas valió es la que arrojó el conteo de votos el día de la elección.
La noción de hartazgo social, inducida por unos y aceptada por otros, busca dividir a la sociedad. Las elecciones dejan a unos satisfechos y a otros inconformes, así son; ese es su destino, lo cual no significa que estén insatisfechos con la democracia sino con su veredicto. Es notable la carencia de mensajes de fondo que expliquen la razón por la que se desea conducir al Estado Mexicano por una senda de progreso generalizado.
El ingrediente que va a fortalecer nuestra democracia es contar con ciudadanos demócratas en el más amplio sentido. La convicción partidista, o la simpatía por un candidato no debe ser obstáculo para el debate de las alternativas, pues con descalificaciones e intransigencia no se construye una democracia, sino una dictadura. Los ciudadanos podemos hacer la mejor campaña con nuestra participación activa, directa y madura, esa es nuestra fortaleza y ahora es nuestra oportunidad.
RÚBRICA.
Última cena antes de la campaña: —“Uno de nosotros me va a traicionar”. —“¿Acaso será usted mismo, Maestro?”
@AlemanVelascoM
articulo@alemanvelasco.org