El niño Juan Carlos Aceves Moreno estaba petrificado, parado en medio del caos, las nubes de polvo, el correr de la gente y el sonido de las explosiones dentro del mercado de pirotecnia San Pablito, en Tultepec, Estado de México. Su madre recuerda: “Cuando por fin lo encontré corrió hacia mí, lo abracé y empecé a regañarlo por el shock en que yo también me encontraba. ‘¡Te dije que no te alejaras, que no te perdieras de vista!’. Revisé su playera y la bermuda que llevaba puesta. No le vi golpes en el abdomen, la espalda o la cabeza. Solo tenía uno en la frente y el cabello flameado, como cuando te explota el boiler. Pero nunca vi su brazo ni el glúteo lastimado”.

Así es como María Guadalupe Moreno relata el haberse reencontrado con su hijo de 13 años de edad durante la explosión de aquel mercado de pirotecnia el 20 de diciembre pasado. De hecho, Juan Carlos regresó a México hace unos días tras recibir atención médica en el Shriners Hospital for Children de Galveston, Texas, en Estados Unidos, donde fueron atendidas las quemaduras que afectaron 35% de su cuerpo.

“El último reporte que recibimos es que su evolución fue buena; entiendo que se le practicaron tres cirugías en total”, explica Roberto López Díaz, quien dirige la Fundación Michou y Mau para niños quemados, y gracias a la cual Juan Carlos pudo ser enviado a Galveston.

Diferente es la historia de Aurelio, el segundo paciente de Tultepec que fue trasladado a Shriners el 22 de diciembre. Tiene 16 años y se le han practicado cuatro cirugías; todas como consecuencia de las quemaduras profundas que tuvo en torso, piernas, brazo y rostro; según los especialistas, abarcaron 50% de su superficie corporal.

“Su padre está con él, pero no desea hablar con la prensa. Es comprensible, no es fácil. Lo último que los especialistas nos reportaron fue que Aurelio pasó varios días en terapia intensiva debido a algunas complicaciones respiratorias; desafortunadamente nos informan que fue necesario amputarle algunos dedos de la mano y que una de sus piernas presentaba complicaciones. Sin duda él está en las mejores manos en Galveston, pero su recuperación será más larga que la de Juan Carlos”, precisa López Díaz.

“¡Contrólate y levántate!”

“Mamá ¿me dejas jugar a las canicas?”. María Guadalupe aceptó y puso a su hijo como condición no alejarse del local de mariscos que le señaló. En San Pablito ella trabajaba como corredora de pirotecnia, es decir, compraba mercancía directamente al fabricante y luego vendía ésta en los puestos del mercado. Por eso aquella mañana fue a su camioneta (que había dejado en el límite del estacionamiento del mercado de Tultepec) para recoger los artículos que debía entregar a sus clientes. Después, cuando terminara sus entregas, iría a la marisquería a recoger a Juan Carlos para después comer con su nuera y otro de sus hijos.

“Cuando le di el permiso, él se regresó contento a jugar con un amiguito que lo acompañaba. Lo seguí con la mirada, era fácil distinguirlo porque creció mucho últimamente; mide un metro con 59 centímetros. Todavía vi cuando separó la arena para limpiar el piso y poner las canicas, estaba en un lugar con sombra. A los 10 minutos ocurrió la explosión”. La onda expansiva, recuerda, la empujo más lejos del punto donde se encontraba en el estacionamiento.

Sin haber sufrido ninguna lesión, se levantó como pudo y esperó un poco para ver si el niño salía, pero nada.

Empezó entonces a caminar de regreso, calcula que fueron quizás 100 metros de distancia. Iba a ciegas entre explosiones y sobre esa arena oscura que todo lo rodeaba. “No lo visualizo y empiezo a gritarle, pero no lo veía. La mayor parte del tianguis ya estaba quemando y perdí la calma. Entonces corrí, me caí y una compañera me levantó del brazo”.

—¡Tú eres mujer de fe! ¡Contrólate y levántate!—, me gritó

—Es que mi gente no sale—, contesté

—¡Pon todo en manos de Dios!

“Fue entonces que le pedí al Todopoderoso que tomara el control de las cosas. Yo no veía salir gente herida, yo sólo estaba enfocada en mi hijo, pero no lo veía”.

“Fue un caos, no podía salir”

Juan Carlos fue diagnosticado desde pequeño con hiperactividad y déficit de atención. La muerte de su padre (poco antes de cumplir tres años de edad) fue para el niño un shock tan fuerte que dejó de hablar.

Si recuperó el habla a los seis años y medio fue gracias a la ayuda médica y psicológica que recibió durante aquel lapso.

Por eso María Guadalupe entendió rápidamente por qué lo había encontrado petrificado en medio del caos. “Después de revisarlo lo senté, busqué una ambulancia pero no había ninguna. Entonces le dije que me esperara ahí en lo que iba por la camioneta para llevarlo al hospital. Cuando llegué al coche me subí y dije ¿Qué estoy haciendo? ¡Aquí traigo pirotecnia! Quise salir rápido para regresar por él, pero la salida era otro caos. Me regresé caminando por el niño pero ya no estaba, alguien más ya se lo había llevado; dijeron que fue un joven de playera blanca que lo llevó a una ambulancia. Me sentí desmayar”.

Confundida y bajo presión, volvió a su auto para salir a buscar a Juan Carlos, pero un policía federal que acababa de llegar al punto impidió la salida de todo vehículo.

Según los argumentos del uniformado, estaban bajo resguardo hasta no encontrar al responsable de la explosión. Si María Guadalupe consiguió salir del lugar fue porque el agente federal aceptó una ‘mordida’ de 2 mil pesos.

“Ya en camino le hablé a mi hija Alondra y le conté lo sucedido. Ella es enfermera y encontró a su hermano primero; de hecho ella voló con él en helicóptero del hospital de Lomas Verdes al hospital Pediátrico de Xochimilco”.

Inicialmente, los médicos determinaron que las quemaduras del niño abarcaban 40% de su cuerpo en piernas, glúteos, extremidades y en el rostro. Una segunda evaluación en la Unidad de Quemados Michou y Mau precisó que era 35% y por su profundidad, algunas eran graves.

“Cuando pude verlo tenía un poco quemada su lengua y aunque no podía hablar bien me dijo ‘Hashem (Dios) me protegió’. El amiguito que estuvo jugando con él me contó que, cuando ocurrió la explosión, estaban agachados con las canicas. En la confusión se separaron; Juan Carlos corrió hacia atrás del mercado, pero la explosión siguió hacia esa zona y lo alcanzó. Mientras que el otro niño corrió al frente del mercado donde no hubo tantos daños, por eso solo tuvo algunos rasguños”.

Apoyo altruista

Si Juan Carlos y Aurelio pudieron volar a diferentes hospitales en la CDMX y el Estado de México fue gracias al apoyo del Agrupamiento Cóndores de la SSP y de la Unidad de Rescate Aéreomexiquense Relámpagos. Para el vuelo hacia Galveston, Texas, la Fundación Michou y Mau contrató dos aviones ambulancia cuyo costó total fue de 400 mil pesos.

Por un convenio con ésta organización, la estancia en el Shriners Hospital no tiene costo para el paciente y el familiar que le acompaña; de hecho, éste último cuenta con un área de alojamiento (que incluye alimentos) mientras permanezca allí. Y aunque la totalidad de los gastos son sufragados por Michou y Mau, la realidad es que éstos dependen en gran medida de los donativos que reciben.

“Por ejemplo, el Estado de México nos dona dinero por adelantado y cuando atendemos a sus niños quemados, utilizamos ese dinero y lo comprobamos. Es de las entidades que más recursos nos aportan; Hidalgo también y últimamente, Guerrero y Jalisco. Veracruz no nos apoya desde hace un par de sexenios, Nuevo León nos ha dejado. Oaxaca está muy pobre, aunque hace tiempo todavía nos facilitaban el avión del gobernador cuando se requería algún traslado”, explica Roberto López Díaz.

En Galveston, Juan Carlos estuvo acompañado de su hermana Alondra, pues su madre no contó en ese momento con todos los papeles necesarios para salir del país. Desde allá, vía WhatsApp, ella informó a la familia de los avances de su hermano.

María Guadalupe precisó que no fue posible hablar con su hijo por teléfono pues, como enfermera, Alondra les habló de la importancia de no inquietar al niño y mantenerlo tranquilo para no alterar sus emociones.

“Juan Carlos es muy sociable, bromista, amistoso, servicial y cortés”, dice su madre. “¿Le conté que estudia hebreo? Yo pienso que dentro de ésta tragedia, el regalo más hermoso que pudo tener mi hijo es la consciencia de haber encontrado a Dios, porque él lo salvó donde estaba, mientras mucha gente perdió la vida”.

Historia. Juan Carlos lleva las cicatrices de Tultepec en su cuerpo
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