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Los mariachis no callaron. "¡México lindo y querido si muero lejos de ti, que digan que estoy dormido y que me traigan aquí!", cantaron.
José Miguel Mendoza Paulín, el alpinista de 45 años, quien murió junto a otros tres montañistas el 19 de julio pasado cuando escalaba el Nevado de Huascarán, en Perú, quiso que lo enterraran en México, cuna de hombres cabales y que lo cubrieran con su tierra, como dice la canción de la que hizo un himno nacional Jorge Negrete, el “Charro Cantor”.
Después de un periplo de 9 días el cuerpo del deportista extremo yace ya en el panteón municipal de San Cristóbal, donde sólo los residentes pueden ser sepultados ahí.
Decenas de amigos, familiares, vecinos y admiradores se congregaron para acompañar al hombre que se convirtió en un ejemplo para muchos por su habilidad para subir por sinuosos caminos hasta conseguir las metas que se trazaba en cada aventura que emprendía.
El cortejo fúnebre salió de un salón ubicado en las calles Miguel Hidalgo e Ignacio Zaragoza, en la colonia Ejidal Emiliano Zapata, donde lo velaron después de que llegó el miércoles al país procedente de Perú.
Dos motociclistas de la Policía Municipal escoltaron la caravana mortuoria que se trasladó hasta la antigua catedral de San Cristóbal, que fue insuficiente para albergar a los dolientes.
Ahí estaban sus padres, hermanos, tres hijos y la esposa de "Maiqui" para escuchar la misa de cuerpo presente que se ofreció en su honor. También acudieron otros deportistas extremos que acompañaron a José Miguel en la consecución de sus logros a más de 4, 5 o 6 mil metros sobre el nivel del mar.
El féretro donde estaba el orgullo de esta comunidad ecatepequense estaba envuelta en el lábaro patrio, cual héroe que fue para ellos por lo que hizo cada vez que intentaba conquistar una cima dentro o fuera del país.
Los elogios se escucharon de boca en boca de quienes lo conocieron o de los que se enteraron de sus logros deportivos.
Para aminorar el dolor que provocó su muerte llevaron globos blancos y cartulinas con fotografías de él para recordarlo como fue en vida: alegre, positivo, entusiasta y no darse por vencido nunca, aun cuando la adversidad se hacía presente.
De la antigua catedral el cortejo partió hacia el panteón de San Cristóbal, su última morada. Todos caminaron por el centro de Ecatepec hasta llegar a su tumba. Ahí le dieron el último adiós.
La aventura de conquistar el Everest ya no la pudo emprender José Miguel, ese sueño quedó sepultado en "El Techo de Perú, la montaña más alta de ese país.
"¡México lindo y querido si muero lejos de ti, que digan que estoy dormido y que me traigan aquí!", cantaron los mariachis.