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metropoli@eluniversal.com.mx
Zinacantepec, Méx.— El saldo de las recientes nevadas registradas en las inmediaciones del Nevado de Toluca es personal. Cada familia, cada niño y anciano de la comunidad de Raíces, ubicada en la parte más alta de la montaña, lidia con las secuelas del frío y la nieve de la mejor forma posible, sin suficiente leña disponible, agua congelada, la pastura y la cosecha semiquemadas, sin poder salir a trabajar ni a la escuela y esperando solo una cosa: que cese el “horrible frío” que se siente en la cumbre del Xinantécatl.
Después de 48 horas continuas de tormentas de nieve, finalmente el sol aparece intermitentemente en el Valle, sin embargo las endebles cabañas que hay en esta zona alta del coloso, operan como “coladeras” del congelante viento que baja en ráfagas desde el cráter y se mete por rendijas y escondrijos, sin permiso, sin aviso no hay escapatoria. Mejor adentro, porque afuera es mil veces peor.
Nadie aquí quiere moverse, más bien no pueden. No hay clases desde hace ya casi tres días y los campesinos, hombres rudos acostumbrados al trabajo y al frío, se mueven lentamente, muy lentamente, como si el frío los hubiera puesto en “cámara lenta”, mientras que las madres de familia, luchan al lado de los fogones construidos con partes de “tambos” y tubos, para mantener el calor en las cabañas, un calor efímero que a cada minuto se evapora y de nueva cuenta se vuelve frío.
Ahí, amontonados en torno a la cocina-estancia están los pequeños hijos de Dulce María Arias Álvarez, quien conoce más que de sobra lo que puede costar abandonar el puesto de capitana al lado del fogón. Hace unas nevadas atrás perdió a su hijo más pequeño de una pulmonía fulminante, por lo que ahora prefiere tenerlos ahí, cerquita, acurrucaditos, aunque mueran de ganas por salir a patear la nieve.
Pero cuidar a los hijos y evitar los resfriados, las bronquitis y pulmonías no es la única preocupación de las madres de Raíces, la devastación del Nevado, producto quizá de la actividad de las propias comunidades, ha hecho de la leña un producto que aquí vale oro y escasea cada vez más. Será por eso que en la más congelante época del año, resulta ser el “agosto” de los taladores furtivos. La carga de leña tiene un costo de 250 pesos. En días invernales, una pequeña choza, como la de Dulce María, consume hasta tres cargas.
Para Gabina Mercedes Hernández, vecina calles abajo del cráter, las horas, los minutos, bueno los segundos, son interminables. El frío la tiene desesperada.
Encerrada en su pequeña casa se abriga con lo que puede (cinco modestas mudas, una encima de otra para atajar la helada), no ve para cuando acabe su martirio, asegura.
Los niños llevan dos días sin escuela y para sumarle ya tiene un resfriado encima, la leña está escasa y en el centro de salud no hay nadie, el doctor ni sus luces, lo mismo dice Ana María Zarate, de 55 años de edad, quien asegura que el flamante Centro Médico “es bonito”, pero nada más…, nunca hay quién los atienda, están solos.
Dicen que por aquí no ha venido a pararse ninguna autoridad, que por ahí anduvieron ayer (miércoles) las camionetas de Protección Civil, pero eso de las despensas, agua, cobijas y láminas y demás promesas que hizo el gobierno, no les han llegado aún, siguen a la espera de alguna visita.
Ante la escasez de apoyos gubernamentales (prometidos pero no entregados) las mujeres de Raíces recurren a lo básico y a la única alternativa que les queda para proteger a los suyos: acurrucarse con los hijos o los nietos es el mejor remedio. Mientras afuera aumenta el frío y los pone más vulnerables, sobre todo porque no tienen forma de mantener el calor en sus casas, prenden lo que pueden y soplan alientos de vaho a sus manos.