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emilio.fernandez@eluniversal.com.mx
La alegría de saber que quedaría en libertad le duró el tiempo que tardó en leer los resultados en los que estaban escritas ocho letras: “Positivo”.
Ariel, un hombre de 32 años de edad, se contagió del Virus de Inmunodeficiencia Humana (VIH) en el interior del penal estatal Neza-Bordo.
Su gusto por hacerse tatuajes en el cuerpo utilizando, sin higiene alguna, las mismas herramientas que otros internos, alguno de ellos portador del virus, lo infectó.
En el centro de reclusión hicieron pruebas a todos los presos y ahí fue donde se enteró que era portador del VIH. Otros de sus compañeros de módulo también resultaron positivos. No sabe cuántos, pero el microorganismo que ataca al sistema inmune también está cautivo en ese lugar.
Hace seis meses supo que lleva en su sangre el VIH. Al entrar a prisión pensó que no podría ocurrirle algo peor. Se equivocó.
Salió de la cárcel hace tres meses, pero vivió preso del miedo, de la angustia y de la incertidumbre durante muchos días y noches en las que no durmió pensando en cuánto tiempo le quedaba de vida.
Varias veces pasó por su mente la idea de quitarse la vida, así de rápido y así de fácil. La sonrisa de su pequeña hija de cinco años se lo impidió.
Desde que salió recibe tratamiento antirretroviral y ha dejado de tener náuseas, diarrea, dolores abdominales, de cabeza y fiebre.
“Ha sido complicado para él sicológicamente porque ha tenido recaídas, no puede hacer su vida cotidianamente, no se puede desvelar, le pegan muchas las desveladas, de ahí en fuera todo normal”, contó Carolina, su esposa, quien lo acompaña a sus consultas periódicas, donde recibe atención.
Ariel continúa en el camino de recuperar su alegría y su vida.