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Cansados de los escándalos que hacía todos los días que se embriagaba, de soportar los robos hormiga que hacía a su madre, a sus hermanas e incluso hasta a los vecinos, las hermanas de Ulises decidieron internarlo en una clínica de rehabilitación, supuestamente atendida por “hermanos” que les aseguraron que con “la palabra de Dios” dejaría las adicciones.

El costo por recluirlo fue aceptable, 800 pesos mensuales y una despensa que debía incluir artículos de higiene personal; de lo demás los “padrinos” se encargaban.

Ulises, como pidió ser identificado para evitar el escarnio público, se dio cuenta del infierno al que lo habían metido de manera inmediata, cuando lo mantuvieron en una habitación de apenas cuatro por cuatro metros, junto con otras seis personas.

Las mañanas eran terribles. Para combatir el síndrome de abstinencia les daban cubetas de agua fría; tres días después, cuando ya más o menos superaban esa etapa de la desintoxicación, los obligaban a trabajar de albañiles, plomeros, mecánicos, estibadores, y a quienes se negaban los castigaban mandándolos a los chiqueros con los cerdos.

“Nos decían que estábamos ahí por alcohólicos, por drogadictos, que nadie nos quería, ni nuestros familiares, porque en el tiempo que estuve ahí nadie me fue a visitar, por eso nunca me quejé de cómo me trataban, nos hacían sentir peor que basura y nos hacían de todo.

“Estábamos tan débiles mentalmente y de fuerza, porque nos daban de comer si acaso pan y agua una vez al mes, por eso no nos defendíamos. Dos intentaban escapar, pero ya no los volví a ver, creo que se los llevaron a otro lugar, intentábamos pedir ayuda, pero nadie nos creía, le hacían creer a la gente que gritábamos y nos quejábamos porque queríamos droga y alcohol y nos estaba desintoxicando”, relata el hombre de 29 años de edad, quien a pesar de lo que vivió no piensa dejar el alcohol.

La víctima, que fue rescatada el domingo pasado por elementos de la Procuraduría General de Justicia del Distrito Federal (PGJDF) cuando estaba recluido en el Centro de Rehabilitación Oasis, ubicado sobre la calzada Ignacio Zaragoza de la colonia Santa Martha, en la delegación Iztapalapa, comentó que para evitar sospechas los sacaban por las noches a lugares específicos a realizar trabajos de albañilería y plomería.

Aparentemente, las viviendas eran los domicilios de los propietarios y encargados del funcionamiento de los centros de rehabilitación.

Ulises también explica que los internos salían una o hasta tres veces por semana. En ocasiones llegaron a forzarlos a trabajar durante toda la noche, y de todo lo que hacían no recibían sueldo alguno porque, según los administradores, el trabajo formaba parte de su rehabilitación.

De igual manera, a todos aquellos que sabían un oficio los ponían a trabajar y a fabricar productos que después eran comercializados en los tianguis del Estado de México, trabajos por los cuales tampoco recibían un porcentaje de las ganancias.

“Después de vivir eso, estoy enojado con todos: con mi familia, porque me encerraron ahí y nunca se preocuparon por mí; con los del centro, por cómo nos trataban, y el problema es que ni nos curaron ni nada. Me doy cuenta que estoy solo y ya veré cómo le hago”, comentó una de las 49 víctimas que fueron rescatadas por la Procuraduría capitalina, que identificó plenamente a los detenidos como los responsables de explotación laboral y abuso.

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