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Camino a su dormitorio, donde pasa la mayor parte de sus días, Adrián Magaña se deja caer al piso para soltarse de su maestra. Apenas lo logra, se levanta y corre tan rápido como se lo permiten sus delgadas piernas hacia el patio del albergue. Ya afuera, camina en círculos y sonríe con la plenitud del niño que es. A sus 20 años, mide poco más de un metro y medio de estatura y no debe pesar más de 45 kilos; su retraso mental y motriz no le permite comunicarse con quienes se encargan de él. Su maestra, Alejandra Aguirre, dice que tiene la mentalidad de un bebé de seis meses. Intenta convencerlo de que se siente en una silla de ruedas para llevarlo a una cuna adaptada a manera de jaula, con cerrojo incluido, en la que ha sido destinado a vivir.
El rostro de Adrián dio la vuelta al mundo, ya que él es el niño con el que ABC News abrió su investigación sobre las condiciones infrahumanas en que viven algunos menores en albergues privados que reciben recursos del Gobierno del Distrito Federal (GDF) y de otras instancias públicas. Esta historia fue transmitida el 31 de julio pasado en el noticiario estelar del medio estadounidense, causando un gran impacto.
Rocío Aguirre es la directora de la Casa Hogar de la Señora de la Consolación para Niños Incurables, y admite que Adrián es muy cariñoso y no es agresivo. Aunque asegura que no le gusta tenerlo encerrado, dice que no tienen otra forma para cuidar a niños como él.
En este lugar viven 49 pacientes con discapacidades múltiples, la mayoría abandonados por sus familias, 25 de ellos son considerados “no funcionales”. “Tienen su cuerpo hecho un nudo”, según Rocío. Otros siete, entre ellos Adrián, pasan la mayor parte del día —entre 14 y 16 horas— encerrados en sus cunas.
La organización Disability Rights International (DRI) publicó en su reciente informe Sin justicia: tortura, trata y segregación en México, que desde 2014 las autoridades capitalinas crearon una lista negra con 25 de los 76 albergues que fueron visitados en ese entonces. Según el documento, el Instituto de Asistencia e Integración Social (IASIS) del DF registró un “grave riesgo” para las personas que ahí vivían. Sin embargo, esta lista no se ha hecho pública.
A finales de junio, cuando se mostraron las primeras imágenes de cómo vive Adrián, José Ramón Amieva, titular de la Secretaría de Desarrollo Social capitalina, se comprometió a retirar estas jaulas y reunió a representantes de 50 albergues en una mesa de trabajo, pero las cosas no han cambiado en esta casa-hogar. Rocío Aguirre explica que buscan una alternativa a las cunas adaptadas “que no dañe la imagen de su institución”, ya que ella considera que no son malas para los niños.
En el informe publicado por DRI se da a conocer que en otra casa-hogar, llamada La Esperanza, 33 pacientes fueron retenidos y algunas mujeres esterilizadas a la fuerza. Los directivos se justificaron diciendo que no podrían evitar de otra forma agresiones sexuales contra ellas.
Gamaliel Martínez, director del DIF en la capital, considera que la institución no tiene la obligación de hacer pública la lista negra de albergues, y dice que sólo pueden corroborar la condición de los pacientes que son enviados por ellos a estos sitios. Asegura que ya trabajan en protocolos de funcionamiento acordes con los tratados internacionales que México está obligado a respetar. Según DRI, las personas denunciadas no han sido llevadas a juicio, y la casa-hogar La Esperanza sigue funcionando.
Sus abuelos lo entregaron
Adrián es originario de Tabasco y llegó hace ocho años a la Casa Hogar de la Señora de la Consolación para Niños Incurables. Aunque sólo admiten a menores de 12 años, hoy la mayoría son adultos. Él perdió a sus papás en una inundación y sus abuelos lo entregaron al DIF estatal, donde no pudieron cuidarlo y lo trasladaron al DF.
Carolina Ramírez, encargada de promoción institucional de la casa-hogar, dice que gastan unos 13 mil 500 pesos mensuales en cada niño como él, y que el DIF nacional aporta 5 mil 800 pesos por cada una de las personas que envía. También hay pacientes de Sonora, Estado de México, del DIF del DF y de la Procuraduría capitalina. Cada instancia hace un contrato con el albergue y aporta una cantidad mensual. Pero hay pacientes de los que desconocen su origen.
Los niños de las jaulas están al fondo de un pasillo lleno de cunas con adultos totalmente dependientes. Algunos no tienen piernas, están enrollados como bebés, sólo tienen gritos y llanto para expresarse. Forman un coro de alaridos.
Adrián está al fondo, destaca por sus risas. Amarrarles las manos es un método utilizado en estos albergues, aun quienes son pacíficos: le llaman “sujeción positiva”. Su ansiedad es el motivo por el que los sujetan. Dicen que Adrián chupa su mano todo el tiempo y come lo que encuentra. Los encargados aseguran que él no es amarrado regularmente, pero lleva un largo trozo de tela en el cuello por si hace falta.
Desde 2006 existe la Convención sobre los Derechos de las Personas con Discapacidad de la ONU, que prohíbe el encierro involuntario o la sujeción prolongada bajo el pretexto de que sean “principios de protección de los enfermos”. El relator, Juan N. Méndez, equiparó estas prácticas con tortura en 2008 y advirtió que a veces son solapadas por las autoridades, y falsamente justificadas por las carencias administrativas.
Esta tarde, dice Rocío, sólo hay una enfermera para cuidar a los 49 pacientes. Adrián se emociona cuando ella se acerca a su cuna. La enfermera lo saca de su encierro para que camine un poco. Pero él quiere correr. Para contenerlo lo vuelve a encerrar. El niño deja caer su escaso cuerpo en el colchón y toma posición fetal.
“Tuve sentimientos de lástima”
Rocío Aguirre dice que llegó a esta casa-hogar hace 20 años y que el lugar tenía más de 100 pacientes. Recuerda que en la parte de atrás, donde ahora está el cuarto de terapia, había una especie de enrejado con varios niños y niñas. “Algunos se estaban quitando la ropa. Me pareció grotesco... recuerdo que escribí cómo fueron mis emociones. Te confieso, fueron sentimientos de lástima, de asco. No pensé que hubiera tantos seres así, fue impactante”. La actual directora está convencida de que los huéspedes como Adrián están mejor ahora.
Cuando ella entró tenía 28 años y era supervisora de la junta de asistencia que mantiene a los albergues, pero luego se tuvo que hacer cargo porque los directivos fueron criticados y “tuvieron problemas muy parecidos [a los de ahora]”. Lo dice por los señalamientos de DRI.
Priscila Rodríguez, presidenta de DRI en México. Asegura que ha visitado la Casa Hogar de la Señora de la Consolación tres veces. Aunque lo considera uno de los mejores albergues, dice que para ellos “es algo natural tener a las personas discapacitadas viviendo en esas condiciones”.
En la segunda visita de EL UNIVERSAL al albergue, se observó que Adrián recibía una atención especial. Alejandra, su profesora, lo atiende individualmente y asegura que él siempre tiene actividades, desde las nueve hasta las tres de la tarde. Adrián sonríe cuando ella lo masajea. Busca las manos de su maestra todo el tiempo, y cuando lo suelta él tiembla y gime. Cuando lo lleva de vuelta a su cuna, lsaac, Daniel y Javier, que también están encerrados, miran la escena. Ellos no salieron en toda la mañana de sus barrotes.
Urge impulsar reintegración familiar
Desde que observa la foto de Adrián, Angélica de la Peña, presidenta de la Comisión de Derechos Humanos en el Senado, exclama: “Claro que es una jaula”. Dice que la impunidad y las injusticias que se han cometido en estos albergues tienen que parar. Considera que las autoridades no tienen justificación legal para ocultar la lista negra de albergues. También dice que las personas denunciadas por los abusos del albergue La Esperanza deberían estar en la cárcel.
Priscila pide que en las mesas de trabajo que realizan las autoridades, y en las que participan como organización, empiecen a buscar un modelo alterno porque “una institución así nunca va a poder funcionar”. Ella explica que la reintegración familiar es la alternativa. Porque así los niños tendrán una verdadera adaptación social. Para conseguirlo se requiere una nueva legislación. La senadora también piensa que la reintegración familiar funcionaría mejor.
Mientras tanto, Adrián mira por la ventana. Ha vuelto a su encierro después de una terapia. Parece que baila mientras observa un árbol, pero sus movimientos no duran mucho. Se vuelve a tirar en el colchón y chupa su mano.