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metropoli@eluniversal.com.mx
Dolores Sánchez tiene 68 años, cuatro nietos y un esposo enfermo. Ella, al igual que cientos de personas, cada semana sale de su casa rumbo a la Central de Abasto (Ceda) para hacer el súper en la basura.
No se asume como pepenadora pues no rescata desechos sino “la verdura que está buena para comer”. A pesar de su edad, la necesidad la hace escalar en los montículos de frutas y verduras, algunas descompuestas, para elegir los jitomates, cebollas, chiles, mangos y naranjas que llevará a su familia.
Datos de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) para la Alimentación y la Agricultura (FAO) indican que a nivel mundial, cada año se desperdician mil 300 millones de toneladas de alimentos.
En México, hasta 2011 se tenía la cifra de que al día se desaprovechaban 30 mil toneladas de alimentos perecederos, mientras que en el Distrito Federal de las más de 17 mil toneladas de basura generadas diariamente, cerca de mil corresponden a alimentos que no fueron consumidos.
La señora Dolores es la única que aporta dinero a su familia, entre ojos llorosos y si querer ahondar en los motivos explica que es ella quien se encarga de su esposo, un señor de 70 años a quien ya le cuesta trabajo caminar y de sus cuatro nietos, uno de ellos con discapacidad.
Aunque vive de las pensiones de la tercera edad el dinero le resulta insuficiente, debido a que los niños asisten a la escuela y los tres adultos gastan en medicamentos, por lo que, para ellos, la calidad de su alimentación depende de lo que doña Dolores encuentra en los basureros.
“Nos la vemos muy difícil, si no vengo a veces no tendríamos ni para comer. No tengo otra opción, también trabajo recolectando botellas de plástico, papel, latas o lo que se pueda vender. La vida no está fácil y aquí nos ayudamos” cuenta.
Mientras platica que lo que más le gusta cocinar es el mole de olla y “una buena sopa de fideo”, Dolores escala entre frutas y verduras, aunque sus botines negros y su pantalón de vestir azul marino se hunden en el cúmulo de desechos ya pisados, sigue metiendo la mano para sacar los mangos con los que, asegura, hará un agua de sabor a la hora de la comida.
Pepenadores. Aunque no hay una cifra real de cuánta gente podrían dedicarse a la pepena en la Central de Abasto, se tenía un estimado de alrededor de 500 personas en 2012, mientras que Julio César Serna, administrador general del Fideicomiso para la Construcción y Operación de la Central de Abasto, reconoce que existen por lo menos 50 familias que hurgan en los 120 espacios en donde se depositan los residuos.
En la Ceda pepena gente tanto en condiciones económicas desfavorables como otras que no lo están. Las personas no se ven desaliñadas o en estado de indigencia, en su mayoría, se trata de hombres y mujeres que se dedican al hogar y que ven en la basura una manera de hacer rendir lo poco que tienen.
En la zona de hortalizas de la Central, seis mujeres y un hombre se acercan a las gruesas de rábanos, epazotes, acelgas, espinacas y lechugas, una de las pepenadoras asegura que lleva dos años acudiendo cada fin de semana para recoger lo que muchos locatarios desperdician porque la verdura “no se ve bonita”.
Montones más adelante, dos hombres con uniformes de limpia permanecen sentados sobre las yerbas abandonadas, a su alrededor más de diez personas buscan tomate, cebolla y chiles. Rosalba es una de ellas.
Destaca entre el resto porque en medio del montículo carga con dos cubetas llenas de chiles cuaresmeños. Algunos enteros y otros rebanados, pues con un cuchillo la señora retira los puntos dañados del picante.
—¿Cómo escoge la verdura?
—Pues mirando y tentando, ya es cosa de práctica, ya sé más o menos qué y cómo buscar.
—¿Lo que junta es para consumo familiar?
—No, esto nos dedicamos a venderlo. Hay buena verdura y no sé por qué se desperdicia de esta manera, dice.
—¿Y en dónde la vende?
—En las taquerías de Neza, ya tenemos algunas personas a las que les vendemos. Es rentable porque todo se convierte en ganancia. Se requiere hacer el esfuerzo de venir, algunas cosas sí las compramos en el mercado pero otras las podemos rescatar y no por eso pierde calidad, asegura.
Aunque la señora Rosalba no quiso precisar en qué sitios comercia la verdura, dijo que se llega a ahorrar hasta 300 pesos por cada viaje que hace a la Central de Abastos, cantidad que sin haberla gastado la multiplica al vender el producto.
No todo es desperdicio. La Central de Abasto produce al día cerca de mil 300 toneladas de desechos, de los cuales, 80% son orgánicos. Frutas, verduras y hortalizas es lo que más se desperdicia pues cuando los productos no se pueden almacenar a causa de la falta de espacio o de los costos, los comerciantes lo regalan o lo llevan a los tiraderos para que otros puedan aprovecharla.
Para evitar el desperdicio, a inicios de 2015 la Ceda creó un Banco de Alimentos y de acuerdo con su responsable, Martha María Lastre, de enero a julio se han entregado 223 mil 919.55 kilos de verduras a 88 asociaciones, entre ellas el DIF-DF CEDA, la Asociación Mexicana Pro-Niño Retardado AC, Atención al Anciano y Promoción Social, I.A.P, Ayuda Integral al Niño Desprotegido AC y al Banco de Alimentos y Enseres Unidos para Ayudar, A.C., entre otras.
Al respecto, Julio César Serna Chávez, administrador de la Ceda, mencionó que con esta acción se evita el desperdicio. “Apoyamos a los que más lo requieren y se manda menos a destino final. Algo importante es que no entregamos verdura o fruta echada a perder, si el producto no es totalmente apto se desecha”, indicó
Al exterior del pasillo O-P, dos señoras parten una sandía a la mitad y la colocan sobre los montículos de basura, toman un respiro de la recolección y con el cuchillo con el que minutos antes retiraban las partes podridas de otras frutas, cortan la sandía y se la llevan a la boca para refrescarse del calor.
“Ándale manita, la acabamos de abrir y está bien buena, córtale un pedazo y éntrale”, dice una de las mujeres a otra que se asomaba para preguntar “qué tal estaba el día”, haciendo referencia a qué tanta verdura de buena calidad estaba en los contenedores.
“Como siempre, así como hay malo también hay bueno”, le responde con confianza. Amparo tiene cuatro años yendo tres veces a la semana a buscar verduras entre la basura. La fruta que le gusta es la sandía y los melones.
“Está re bien, manita”, dice mientras muestra una bolsa de plástico con un montón de cebollas blancas y moradas en buenas condiciones. Menciona que una de las ventajas de ir a la Ceda es que todos los días, entre las 10 de la mañana y las dos de la tarde “está lo bueno”. Asegura que no hay un solo día que la Central más importante de América Latina le haya quedado mal.
“Hay veces que vengo nada más con mi pasaje y me regreso con cosas buenas que no podría comprar. Mi pensión la ocupo para comprar unos huevitos o un poco de pollo, pero con esto acompleto el mand0ado. La vida está canija como para andar tirando el dinero”, exclamó.
jram