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david.fuentes@eluniversal.com.mx
En la primera declaración asentada en la averiguación FDTP/T-1/T1/050/15-04, los captores de la joven, José de Jesús Sánchez Vera, las hermanas Leticia y Fani Molina Ochoa, así como Ivette y Jannet Hernández Molina, indicaron al Ministerio Público que la “esclava” llegó con ellos desde que tenía dos años de edad y quien le propinaba los golpes y el castigo era Leticia, encargada del negocio Planchaduría Express.
Según la mujer, la joven tenía severos problemas de agresividad: “Era muy violenta y no obedecía cuando se le ordenaba hacer las cosas”, de hecho declaró ante la autoridad que hace dos años, antes de encadenarla, robo 100 pesos con los que pretendía huir y como medida de castigo decidieron colocarle grilletes para evitar que se fugara.
La propietaria del negocio detalló que los castigos empezaron a recrudecer cuando la joven empezó a bajar la producción y la calidad de las ropas que le daban para planchar. Entonces Leticia determinó que habría que pegarle con un palo en la espalda, después utilizó la alicata, cables de las planchas y así fue incrementando el castigo.
En el expediente del caso se asienta que en una ocasión, la joven le levantó la mano para defenderse, pues estaba cansada de tantas agresiones, y fue entonces que con la piedra del molcajete decidieron machucarle las manos como lección, pues Leticia consideró grosero e injusto que si le daba techo, comida y trabajo, la chica le respondiera de esa manera.
Ahora, recibe atención médica, sicológica y legal de la Procuraduría General de Justicia del DF para superar esta situación. Aparentemente la madre la entregó a ellos para irse a trabajar a Monterrey. Cinco años después regresó por ella y se la llevó al norte del país y que por problemas personales regresó al Distrito Federal y de inmediato los buscó para tener trabajo, de hecho la madre sabía que ella estaba en ese lugar.
Sin sospechar de la situación en la que vivía su hija, la madre hablaba por lo menos una vez al mes con la familia para preguntar por ella, por lo que la PGJDF, descarta proceder legalmente por omisión de cuidado.
La joven vivía en un cuarto de apenas tres metros cuadros donde comía y hacia sus necesidades fisiológicas. La habitación estaba acondicionada para que nadie escuchara sus gritos, por lo que aseguran vecinos que durante los dos años de cautiverio nunca se percataron del maltrato a la joven, incluso aseguran que los propietarios del negocio eran “amables”, siempre sonreían y nunca se metían en problemas con nadie.