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Monserrat García Mota no logra salir del shock por lo ocurrido aquella mañana de la explosión; es tanto el impacto, que por ahora, y a su decir, lo que vivió ocupa la totalidad de lo que piensa y siente. A 20 días de la detonación aún no tiene un nombre para su pequeña hija.
“No sé”, responde Monserrat a la pregunta de cómo se llama su hija. “No sé”, responde de nuevo al cuestionarla respecto a qué fue lo que ahí ocurrió. “No sé”, va diciendo s in hacer contacto visual con quien la entrevista.
Hasta que de pronto, poco a poco, va saliendo del ensimismamiento en el que está como si saliera d e una pesadilla llena de preguntas sin resolver y explica: “Es que no puedo borrar de mi cabeza a esos bebés que iban solos en la ambulancia en la que nos subieron: esos bebés iban sin sus mamás. Estaban como en una camilla. ¿Dónde quedaron esas mamás? ¿Qué pasó con esos bebés? ¿Porqué no nos sacaron a las madres y a los bebés a tiempo? ¿ Porque si sabían que había una fuga de gas no nos sacaron? ¿ Porqué se confiaron si ya sabían que había una fuga? va planteando Monserrat como si tanta pregunta, una tras otra, le fueran ayudando a digerirlo.
“No tengo un nombre para mi hija porque no sé... en eso estoy... decidiendo... solo pienso en los bebés que se murieron porque donde estábamos no había salidas de emergencia.
“Nos habían dicho, como 20 minutos antes de la explosión, que había una fuga de gas y no nos sacaron. Nada más dijo una enfermera que cerraran las puertas para que no pasara mucho el olor; pero no nos sacaron. Estuvo mal, ellos sabían... en ese tiempo podrían haber salvado a mucha gente. Yo creo que se confiaron. Nunca nos dijeron nada de que había una salida de emergencia . Dijeron que el hospital no tenía salidas de emergencia; salimos por la entrada. Todo se me vino encima. Fue muy rápido, no escuché la explosión.
“Yo tenía a mi lado a mi bebé; escuché que chilló, lo jalé y lo tapé con mi bata y me brinqué como pude”.
Monserrat recuerda que iba descalza. Brincó vidrios, varillas, paredes derrumbadas, cables.
“Luego, después del estruendo, entraron los bomberos y policías y nos empezaron a sacar. Nos subieron a la ambulancia y ahí había bebés que llegaron sin mamás. Eso me impresionó mucho. Siento feo por los bebés que nacieron y murieron al otro día. Y me da coraje porque se dieron cuenta y nada más dijeron que cerraran las puertas para que no pasara el olor.
Entró una enfermera y dijo que había una fuga, y la que estaba adentro le dijo: ‘Nada más hay que cerrar la puerta para que no pase el olor’ y cerraron la puerta y ya, después de como 15 minutos, sentí todo encima de mi. Yo pensé que me iba a quedar ahí, que no iba a poder salir. Ellos ya sabían de la fuga y no hicieron nada, nada más dijeron que cerraran las puertas”, denuncia Monserrat, de 18 años, y quien aún no ha recibido ningún apoyo de Gas Express Nieto.
La reportera lleva una fotografía de aquel día; la joven madre la toma entre sus manos y comenta que ella iba en la ambulancia en la que aparecen varias mamás con sus hijos. “Los bebés que iban sin sus madres no los puedo olvidar. No puedo dormir”, cuenta. El día de ayer, Monserrat tuvo su primera terapia sicológica en el Centro de Atención Sociojurídico a Víctimas del Delito Violento (Adevi).
“Nos dijeron que nos iban a dar una ayuda económica por parte del gobierno, pero hasta ahorita no hemos visto nada; hemos gastado en pasajes, nos dijeron que nos iban a apoyar de la gasera, pero sólo nos traen vuelta y vuelta y sólo gastamos en taxis”, dice la señora Mónica, madre de Monserrat.