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A dos calles antes de llegar a la parada final, un chofer del microbús Ruta 18 Villa-Zócalo detuvo la marcha y bajó a los usuarios.
“No voy a entrar por Argentina”, dijo luego de que una mujer le preguntó si ya no iba a avanzar más. Los seis pasajeros que iban a bordo tuvieron que descender de la unidad aunque habían pagado 5 pesos.
Esta es una de las escenas que se repiten, día con día, en la Ciudad de México en los microbuses que según el Gobierno capitalino ya están en proceso de extinción.
En la calle de Comonfort y esquina Jaime Nunó, colonia Morelos, delegación Cuauhtémoc, Esteban López, de 61 años de edad, y con 40 de chofer, admite que aunque su ruta es tranquila y no tiene muchos reportes de quejas ciudadanas: “¡No hay una libre de eso!”, dice.
Otro conductor que va de Politécnico a Ciudad Universitaria afirma lo mismo. Y eso a pesar de que a “los trabajadores los capacita la empresa y van a realizar sus servicios y trámites”. Él conduce camiones públicos desde hace 14 años y a la fecha lleva una multa por llevar las puertas abiertas cuando el Reglamento de Transito lo prohíbe.
Mientras circula por avenida Miguel Ángel de Quevedo reconoce que “por ejemplo, no se debe subir a la gente sino en la parada, pero no se hace”.
En el norte de la Ciudad, en la zona de La Villa, un chofer maneja su unidad. Sentada de frente y a su lado está su pareja, quien lleva un niño. Esto está prohibido, pero es una práctica común. Él se acomoda en el asiento, habla por celular, bosteza y mira por las ventanas. Emprende la marcha de forma violenta; a un par de calles de llegar a su destino decide bajar a los pasajeros.
La Ciudad avanza, se mueve hasta donde la tarifa lo permite, es hora de bajar, si tiene quejas favor de marcar a Locatel.