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“Los diputados se la viven fijándose en las tangas de las diputadas, hacen competencias sobre a cuál se le ve mejor o se la asoma tantito”, fue la frase con la que la ex subsecretaria de Asuntos Metropolitanos y Enlace Gubernamental de la Ciudad de México, Leticia Quezada, Leticia Quezada recibió a EL UNIVERSAL en el 2014.
Entrevistada en un gimnasio al sur de la ciudad, Quezada prometió hablar de lo que nunca había dicho.
La entonces delegada en Magdalena Contreras, enfundada en un outfit negro y con el cabello trenzado a alistó para iniciar su rutina de ejercicio después de dejar a su hija Alexa en la escuela, no sin antes desayunar unas claras de huevo.
No come carne. Hace 11 años pasó 25 días degustando comida yucateca. El atracón le hinchó la lengua y la cara. Desde entonces, la carne quedó vetada.
Su ritual alimentario incluye una ensalada verde luego de su rutina de ejercicio; una porción de pechuga al medio día; consomé con verduras a las 3 de la tarde y ensalada de lechuga, espinaca, ejote y atún como cena.
Se siente orgullosa de verse bien: “He sido criticada por estar delgada y bien formada”.
Es pequeña de estatura, el gesto es duro. Denota carácter fuerte, también un dejo de dolor.
El ejercicio es una de sus pasiones. Las otras: su hija y el trabajo.
No teme reconocer que la han agredido, insultado, lo mismo con imágenes que la muestran con una nariz de cochino, que ligándola sentimentalmente con René Bejarano, líder la corriente perredista Izquierda Democrática Nacional (IDN) a la que ella pertenece.
Estas afirmaciones la llevaron al hospital, a finales de los 90.
En ese entonces, Leticia Quezada negó tener una relación sentimental con el integrante de la corriente Izquierda Democrática Nacional.
— Nunca, respeto al profesor, a Dolores Padierna (su esposa) también.
A la ex diputada federal nada la calla. Reconoce que en las negociaciones presupuestales “abunda el alcohol”; que ser de izquierda no significa ser “fodonga” y que ella se ha realizado dos cirugías estéticas.
Durante su infancia, Leticia vivió una infancia de muchas carencias. Su madre tuvo siete hijos (uno de ellos murió).
“Quiero mucho a mi mami, pero tenía un sazón horrible”, reconoce Quezada.
Aquellos años desarrollaron su aversión por la papaya (que desayunaba religiosamente, al igual que café con leche y un bolillo) y la sopa de pasta (“¡diario había sopa y papas con algo!”).
“Me gustaban los domingos, porque comíamos carne”, recuerda.
Se interesó por la política desde los 14 años, cuando —en 1994— fue rechazada del Colegio de Ciencias y Humanidades (CCH) y se integró al movimiento de excluidos.
Junto con los llamados “Históricos” (a los que algunos, incluida ella llaman “Histéricos”). Tomó la Rectoría de la UNAM y se puso en huelga de hambre.
“Me acuerdo que los del sindicato de la universidad estaban en la planta baja de donde hacíamos la huelga de hambre y se ponían a cocinar bistec con longaniza para que se nos antojara”, narra.
Su complexión (no el olor a carne) la hizo abandonar pronto la abstinencia de alimento.
Se separó del grupo cuando éste aceptó parar el movimiento a cambio de la creación de 100 lugares para quienes no habían logrado ingresar a la educación media superior.
Posteriormente, Leticia y su novio de entonces tendrían la impresión de que ella estaba embarazada y se pusieron a buscar trabajo: “Estaba en la Heladería Santa Clara de Coyoacán. Ganaba 100 pesos, no alcanzaba para nada”.
Su experiencia previa en el movimiento de rechazados los hizo buscar alguna oportunidad en la delegación Magdalena Contreras. Luis Guillermo Isusi Farfán, entonces titular de la demarcación, los remitió con el director de Gobierno de la ciudad: René Bejarano. Era 1997. Les ofrecieron ser concertadores políticos bajo la tutela de Mónica Ramón. Su primer salario fue de 6 mil pesos.
“Lo primero que me compré fue ropa y zapatos”, asegura.
Luego de ocupar diversos cargos en su demarcación, ser diputada local (de 2006 a 2009) y diputada federal (de 2009 a 2012), Leticia sería delegada, no sin antes, pernoctar sobre Reforma con Alexa en el vientre y arrebatarle el micrófono a los hoy secretarios de Estado Luis Videgaray y Jorge Carlos Ramírez Marín.
Una panzota sobre Reforma
Cuando Quezada Contreras supo que estaba embarazada tomó dos decisiones: ése sería su único embarazo y por ende, lo disfrutaría a más no poder.
“Hice una panzota, pero no me importaba, quería vivirlo a plenitud”, afirma.
Bajo este argumento se puso a comer todo lo que encontró y subió 25 kilos.
Con la gestación en marcha, participó en la defensa del presunto triunfo presidencial de Andrés Manuel López Obrador (2006) y formó parte del plantón que la izquierda estableció sobre Reforma.
“Yo me dormía en una camioneta Windstar; ponía un colchón y me dormía. Muchas mujeres dicen que les cuesta trabajo dormir con el embarazo. Yo llegaba tan cansada que caía como piedra”, cuenta.
Justo en ese plantón le llegó su único antojo: “Quería arroz con leche. Como no había mandé traer arroz y leche condensada, me puse a hacerlo y lo compartí con los compañeros”.
También embarazada le tocó aprobar la legalización de la Interrupción Legal del Embarazo (ILE) en la Asamblea Legislativa y contrario a lo que muchos piensan, la ahora delegada estaba en contra.
Leticia, católica y embarazada, reunía prácticamente todas las condiciones para no cambiar de posición. Sin embargo, los activistas la convencieron, bajo el argumento (real) de que los abortos ya se realizaban y que la reforma sólo garantizaría que las mujeres tuvieran acceso a atención médica de calidad.
Cuando dio el sí, comenzó a recibir amenazas vía correo electrónico: “Te vamos a chingar, sabemos dónde vives”.
Con el aval de Marcelo Ebrard, entonces mandatario capitalino, Quezada fue custodiada por cuatro elementos.
“Tuvimos muchas presiones, pero la aprobamos. Yo no sé cómo quedé. Dijeron que nos excomulgarían, pero yo sigo siendo católica y bauticé a mi hija”, asegura con una risa maliciosa.
Arrebata micrófonos
Si alguien le hubiera dicho que la persona a la que le arrebató el micrófono se convertiría en uno de los hombres más poderosos del sexenio venidero, Leticia, tal vez hubiera hecho lo mismo, porque si de algo estaba segura es de que tenía un papel que cumplir en la Cámara de Diputados: “Había tres diputados: uno era el negociador, otro el terco y yo era la golpeadora”.
Era 2009, se negociaba el presupuesto y los perredista estaban inconformes. Al calor del alcohol, las guitarras y el pastel de cumpleaños de la entonces diputada Dina Herrera (famosa por votar contra la reelección legislativa), los perredistas decidieron reventar la sesión de la Comisión de Presupuesto.
Quezada organizó a las huestes que irrumpieron en el salón donde sesionaba el órgano legislativo. La perredista se ubicó estratégicamente a un costado de Luis Videgaray (quien presidía la comisión) y le arrebató el micrófono.
Después se armaría la trifulca. Óscar Levin Coppel del PRI y Avelino Méndez del PRD casi se agarran a golpes. Se decretaría un receso.
“Después Levín Coppel me dijo que aunque la mona se vistiera de seda, mona se quedaba y que yo era una gata. Yo le dije a Avelino: ‘Híjole, cómo no le diste un golpe’”, recuerda Quezada.
A la ex delegada le dolió recordar que ninguno de sus compañeros la defendió ante tales afirmaciones. Más bien comenzaron a regañarla, porque en medio del pleito el priísta Sebastián Lerdo de Tejada le soltó: “No les vamos a dar la deuda que piden para el DF y háganle como quieran”.
“Todos empezaron a reclamarme ‘¡te dijimos que te callaras, ahora no nos van a dar nada!’”, contó.
Él único que levantó la voz para defenderla fue un “Chucho”, Guadalupe Acosta Naranjo: “Yo le tengo una gran estima, porque fue el único que dijo ‘a la diputada la respetan’”.
Al final, el PRD logró su deuda y Videragay sólo le pidió a la perredista que no fuera “tan agresiva”.
La historia del micrófono arrebatado se repetiría en 2010, cuando Leticia y su compañero de bancada Agustín Guerrero hicieran lo propio con Jorge Carlos Ramírez Marín, entonces presidente de la Mesa Directiva: “Deben entender que uno se vuelve medio chiflada, cuando ve que se están chingando al pueblo”.
Años después, Quezada recibiría una llamada en la jefatura delegacional.
“Te habla el doctor Videgaray”, le dijo su secretaria.
Luego de salir de su asombro y correr a contestar al escritorio de su asistente (la llamada no pasaba) comprobó que se trataba del titular de Hacienda.
“Estimada delegada, ¿cuándo platicamos?”, le preguntó Videgaray Caso.
Ella acudió a Palacio Nacional a reunirse con él. Ahí revivieron el extraño caso del micrófono arrebatado.
“Me dijo: ‘Yo me quedé cruzado de brazos pensando, cómo esta diputada tan chiquita me quitó el micrófono’”.
“Llevo buena relación con los secretarios y no la presumo”, concluyó.
Entre la misoginia y las cirugías
Para la ex diputada no hay duda: la mayoría de los políticos de todos los partidos son misóginos: “Hay una gran burla hacia las mujeres. Dicen que sólo servimos para repartir volantes. Dicen que se van a operar para acceder a las cuotas de género que ahora permiten que haya más de nosotras en cargos públicos”.
Revela que como diputada federal le ofrecieron viajes y se le insinuaron sexualmente (no da nombres): “No nos ven como compañeras, sino comos objeto sexuales”.
En su opinión, ese odio ha ocasionado que las mujeres se vuelvan duras hasta en el vestuario.
Quezada Contreras ha probado en carne propia las dificultades, particularmente, al gobernar una delegación donde los hombres aún se molestan porque a sus esposas las ausculta
un médico.
Ella bebe muy poco, no fuma y se niega a abandonar dos de sus gustos: las faldas pegadas y los escotes: “Me dicen que soy frívola, alzada, mamona, pero no soy así”.
Es común verla corriendo luciendo tacones Dione (una marca mexicana) y una bolsa Michael Kors.
“Tengo algunas cosas de Burberry, de Armani y de Carolina Herrera, pero lo mismo me pueden ver en pantalón de mezclilla y tenis”, indica.
También dice estar de acuerdo con las cirugías estéticas: “Ser de izquierda no es de fodonga, no implica no peinarse, no verse bien, no hablar bien”.
— ¿Usted se ha operado algo?
— Sí, luego de mi embarazo me operé el abdomen para quitarme lo que había quedado y también me operé los senos. Después de amamantar, a todas las mujeres se nos caen. Así que no mientan, nos pasa a todas.