Antonio Morales tiene grabado en su memoria aquel día —hace año y medio—, cuando pidió a varios funcionarios capitalinos su apoyo para echar a andar un programa que permitiera brindar ayuda a los hombres generadores de violencia. Obtuvo esta respuesta: “No pierdas el tiempo, Toño. ¡Eso no funciona! Los hombres son caso perdido, tienen que estar detenidos o a ver qué hacemos con ellos. Recuerda que el trabajo, la atención y los recursos deben centrarse en las mujeres víctimas”.

Frente a sus caras de incredulidad, él no dijo nada, pero en realidad no coincidía con ellos. “¿Por qué deben ser ellas a quienes tenemos que esconder o llevar a un refugio?”, pensó. “¿No debería ser el hombre quien salga del domicilio para que la mujer se quede allí con sus hijos? ¿No tendría que ser él la persona con quien debemos trabajar?”. Su insistencia tuvo resultados y Toño logró abrir algunas puertas para integrar a los hombres al programa. Por extraño que parezca, los hombres generadores de violencia moderada pueden ser reeducados a través del taller, si así lo desean.

“Tenemos poco más de un año trabajando con este enfoque, porque es un problema de salud pública que nos pega a todos. Si trabajamos con un solo hombre de manera preventiva, coadyuvamos a la no violencia. Este proyecto se fundamenta en la ley federal de acceso a las mujeres por una vida libre de violencia que sí incluye a los hombres, porque la ley local se enfoca sólo en las mujeres. La verdad es que estoy muy entusiasmado”, confiesa Morales.

Su equipo es pequeño, 24 sicólogos (en su mayoría masculinos) cuyo objetivo es generar empatía con sus alumnos, hombres generadores de violencia a quienes llaman “usuarios”. La mecánica de trabajo es sencilla: conforman grupos que una vez por semana se reúnen para hablar de todo lo relacionado con la masculinidad. En total son 25 sesiones, casi seis meses en los que el sicólogo (quien no debe comportarse como maestro ni docente) abarca un temario especializado donde (como terapeuta) invita a los asistentes a participar y expresar sus pensamientos, experiencias y puntos de vista, con la intención de que puedan abrirse poco a poco a entender su problemática individual.

¿Yo violento?

Samuel Domínguez fue uno de los mejores usuarios; su sicólogo, Agustín Galicia, así lo aseguró. “Fue uno de los hombres más comprometidos en las sesiones y fue de los pocos que terminó el taller”. Samuel tiene 59 años, es un hombre sencillo, de estatura mediana y corpulencia gruesa; de joven fue mecánico y ahora un adulto jubilado. Al escucharlo, cuesta trabajo imaginar cómo ejercía su violencia en casa, pues su tono de voz no es gritón, sino todo lo contrario.

—Mi primer día en el taller habíamos sólo tres o cuatro compañeros. Y yo llevaba la decisión de querer enfrentarme para reconocer los tipos de violencia que había.

—¿Usted es violento?

—Pues según yo, no, pero por las enseñanzas que recibí me di cuenta de lo que hacía: me enojaba, no le hablaba a mi pareja, le gritaba… y así muchas experiencias.

Él dice que cuando comprendió y aceptó su violencia, se sintió libre de culpa. “Desde la séptima sesión oí todo lo que decían y todo me caía a mí; me ponía el saco de todo cuanto había y supe que gritar es violento”.

Para Galicia fue un reto participar en este proyecto en la Ciudad de México, la última entidad del país que comenzó a tratar a los hombres violentos; pero ésta no fue su primera vez, ya tenía experiencia en el tema en otros estados. Por eso sabe de lo que habla cuando explica cuán difícil es trabajar con hombres que se resisten a ver su realidad.

“El reto es que ellos se acerquen y cuando lo hacen, lograr que permanezcan. Tiene que ver mucho con la habilidad porque en cuanto escuchan la palabra violencia, se alertan sus defensas. Hay quienes llegan con la conciencia del tema, pero hay otros a quienes debemos sensibilizar, explicándoles que esto les servirá para mejorar sus relaciones. Cuando les hablamos del futuro, de las consecuencias, les cae el veinte porque muchos llegan aquí a punto del divorcio o cuando ya están solos; o porque en sus casas nadie les habla o peor aún, no quieren convivir con ellos”.

Samuel llegó al grupo luego de una plática que recibió en una unidad del Seguro Social; una sicóloga lo invitó a la charla “Él y ella”. Quizás porque en aquel momento pasaba por una situación difícil tras la muerte de sus padres, sintió que lo necesitaba y aceptó.

“Mi vida estaba pasando por mucha violencia y fui. Luego llegué aquí al taller del doctor Agustín donde comprendí que yo era así por enseñanza. Yo vengo de San Francisco Huilango, un pueblo de Tochimilco, Puebla, ¡y allí hay mucho machismo! De joven yo sí podía salir a las calles de noche, las mujeres no. En el tiempo que viví con mis papás nunca lavé ni un plato. Ahora en mi casa ya he lavado trastes, tiendo la cama y también voy por la comida”.

Sus logros son pequeños, reconoce, porque en este taller comprendió que la violencia es un trabajo permanente de todos los días; y que seis meses de reeducación no corregirán de un día para otro, 50 y tantos años de vida. “Los gritos aún no acabo de quitarlos, me ha sido un poco difícil, pero sigo aprendiendo”.

El sicólogo Galicia resume la clave de estos talleres. “Cuando los usuarios entienden que su violencia es una conducta aprendida y les quitamos el estigma de ser malos, es mucho más fácil trabajar con ellos, porque ya no rechazan la violencia desde el autojuicio y entienden que esto no es un trabajo de rehabilitación, sino reeducativo”.

Escuela contra machos
Escuela contra machos

Pocos, pero comprometidos

Los números del doctor Antonio Morales allí están y hablan solos. En poco más de un año de realizar este taller, mil seis hombres se inscribieron, pero sólo 62 concluyeron. Es decir, menos de la décima parte. Y aunque sus edades oscilan entre los 18 y 70 años, la edad promedio de los participantes fue de 40.

Cada sesión se realiza en aulas de la Secretaría de Salud (Sedesa) y otras más que les facilitó la PGR y el DIF. Algunos llegaron solos, por el simple interés de participar; otros fueron enviados por la dependencia o el gobierno capitalino.

Morales dice que los grupos son abiertos, los asistentes pueden ir y venir. Y que ellos se adaptan a los horarios que tengan disponibles, ya que la mayoría sólo tiene tiempo libre por las tardes. “Los resultados rebasaron nuestras expectativas porque trabajar con hombres es complicado y con este tema, más. Pero si ellos son generadores de violencia, es más complejo todavía porque lleva su tiempo reconocer lo que hacen con sus relaciones y parejas”, dice Morales.

¿En qué momento los usuarios podrían abandonar el barco? Galicia lo sabe con precisión. “Por ahí del tercer mes, cuando se ven confrontados con la situación. Los primeros meses no se van porque hablamos de un tema más general, la construcción de la masculinidad y sus ideas erróneas, como el que los hombres podemos hacer todo solos y que no debemos llorar”.

“Pero cuando llegamos a lo individual, lo personal, hay quienes se enojan y desertan. Me han dicho: ‘No estoy de acuerdo con lo que me estás diciendo, tú quieres que a fuerza te diga que ejerzo violencia’. Y a veces es necesario decirles: ‘Mírate, lo estás haciendo en este momento’. En estos talleres no nos dirigimos tanto a la violencia física sino a la otra: la de quienes gritan, los que generan miedo, amedrentan, culpan o no aceptan la responsabilidad”.

Por su experiencia, este sicólogo debe encontrar la manera en que los usuarios dejen de cuidar su imagen como hombres y se sientan con mayor confianza, como grupo, para aceptar lo que les ocurre con las mujeres, a quienes perciben de manera distorsionada como consecuencia de una educación errónea. “Es porque ellos conciben que lo que hacen lo pueden hacer por el simple hecho de que tienen un pene”, subrayó Galicia.

El usuario mudo

Antonio Morales dejó su bata de médico y entró como incógnito a uno de los talleres. Argumenta que lo hizo para observar cómo se desarrollaba el proyecto y reconoce que se quedó allí sentado, callado, observando, sin participar. Con lo que no contaba es con que aún desde ese papel “mudo” que eligió, la reeducación también lo alcanzaría como hombre, importándole un comino que fuera un funcionario público.

“Tuve que reconocer algunas acciones. Más que violencia, me di cuenta de que podía corregir algunas cosas que llevo por carga familiar, y que debía ser más equitativo con las mujeres en cosas como, por ejemplo, guisar, calentar tortillas, lavar ropa, planchar”.

El día que se animó y planchó, su esposa preguntó: “¿Se te cayó algo, Toño? ¿Perdiste la licenciatura?”. En ese momento, Morales cayó en la cuenta de que su mamá nunca le enseñó a planchar, ni a él ni a su hermano. “Ahora ya aprendí que todo tiene su chiste, la plancha, la temperatura, el tipo de tela. Ya hice mis pininos, hasta una bata quemé por no hacerlo bien”.

El sicólogo Galicia se siente bien al ver un cambio en el rostro de los 62 usuarios que concluyeron este taller. “¡Lo lograste! ¡Es tu trabajo! Y se los digo porque es importante que lo entiendan así, que puedan ver que sí hay otras maneras de relacionarse sin violencia. Y cuando eso ocurre se permiten expresar emociones diferentes al enojo, y eso es muy bonito”

Hoy, muchos de quienes en principio rechazaron la propuesta de Morales, le han dicho: “¿Sabes qué, Toño? Yo creo que sí está bueno. Hay que seguirle”. Y mientras el funcionario asegura que seguirá trabajando con su pequeño equipo para consolidar más el proyecto, adelanta que ya tiene en la mira un segundo grupo de hombres a quienes propondrán reeducar: los golpeadores causantes de violencia física.

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