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El 2017 será un año determinante para 84 pacientes con obesidad mórbida que el programa Médico en tu Casa ha encontrado durante 27 meses de operación. Probablemente, ninguno de ellos habría llegado por su propio pie a pedir ayuda médica. Sin embargo, este equipo adscrito a la Secretaría de Salud capitalina los ha localizado, tocando de casa en casa, en 15 de las 16 delegaciones de la CDMX.
El mayor número de casos se ubicó en las demarcaciones Iztapalapa y Azcapotzalco, pero los dos recientes se localizaron en la delegación Xochimilco. Todos ya están en tratamiento para bajar de peso mediante supervisión médica. La frase “año nuevo, vida nueva” podría significar para ellos una realidad más que un solo deseo. Su éxito dependerá de su fuerza de su voluntad, y del apoyo y comprensión familiar.
El pequeño Emiliano
Un mensaje de bullying está escrito en la puerta de la humilde choza donde vive Emiliano, pero él no se ha dado cuenta porque no sabe leer. Alguien lo puso allí, burlándose de los 25 kilos que pesa, que son el doble de lo que debiera pesar alguien de su edad. Emiliano Xolalpa vive en su mundo infantil como todo niño de tres años, donde un dinosaurio de plástico puede aplastar un carro miniatura.
Maximina Noguez, su abuela de 59 años, lo cuida en el tiempo que le queda libre después de vender en el mercado de Xochimilco los 10 manojos de verdura que cultiva en la chinampa del barrio La Asunción, donde vive desde hace 44 años.
“Es que mi nieto siempre ha sido gordito desde que nació; ayer [31 de diciembre] cumplió tres años. Mi hija es madre soltera y ella sale a trabajar”, cuenta. “Como les conté a los doctores que vinieron, pesó 3 kilos 900 al nacer y los médicos que lo atendieron dijeron que era normal por su tamaño. Le tuvimos que comprar talla de un año, hoy usa la cuatro o cinco. ¡Pero él es sanito!, lo único que tiene es su sobrepeso”.
Por su complexión robusta y sus redondas mejillas, Emiliano no pasó inadvertido para la brigada de Médico en tu Casa que recorrió en lancha esta zona chinampera, bajo las órdenes del doctor Iván Mandujano. El equipo recabó la información del caso y comprendió la dura realidad del paciente.
“El problema es que quien lo cuida la mayor parte del tiempo es su bisabuela, doña Marcelina Sánchez; tiene 87 años y prácticamente los dos se quedan solos. La señora ya no se puede valer para muchas cosas. Emiliano debería pesar entre 12 y 13 kilos, y vive con el doble de su peso”.
Pequeña, muy delgada, arrugada y encorvada por problemas de espalda, la bisabuela Marcelina detalla el día a día con su Emiliano. “Que quiere esto, pos se lo doy. Que no quiero, pos no lo comas, ahí déjalo en la mesa. Le gusta la leche, jamón, huevo frito con su cebollita, papas, churritos, galletas. Del refresco sólo le doy medio vasito; si quiere más se lo escondo, pero chilla. Luego se enoja y ya no sabe con qué pegarme. ¡Pues entonces come y si te enfermas, que tu mamá te cure!”.
Su vista no es la misma que hace 30 años. “Lo cuido al tanteo, casi no lo veo, nomás el bultito que se mueve. ‘¿Emi, dónde estás?’, le grito. ‘¡Aquí estoy abuela, aquí estoy contigo!’, me contesta”.
Quizá como reacción normal a la postura de los médicos que indican que hay un niño con un serio problema de salud que lo puede conducir a la diabetes, Maximina Noguez se justifica y contradice a su madre.
“Mi familia siempre ha sido gordita, a lo mejor ya es herencia. Así como ve al niño, así fue mi hija, yo de joven fui talla 40 y ahora soy 32. El niño come mucha verdura, le gustan al vapor, carne casi no come; más pescado y pollo. Se toma su agua, come fruta. Bueno, si usted le da un chocolate, un dulce, él lo recibe y se lo come; y yo lo siento natural porque si a mí me dan un taquito también lo agarro”.
Emiliano corre por la chinampa y por su casa, el único espacio donde se desenvuelve, pues aún no va a la escuela. Es muy activo y sociable. Las batas de los doctores lo asustan, por eso corre y no permite que lo midan; si se quitan la indumentaria médica, entonces les permite acercarse y juega con ellos.
En realidad él pasa mucho tiempo solo en esa casa de láminas y cartón. El lugar carece de los servicios básicos.
A diferencia de un adulto, el tratamiento de Emiliano es no bajar de peso, para que conforme crezca este año, su peso se redistribuya con su nueva estatura. Una dieta, precisa Mandujano, sería un error; la recomendación es que sólo coma la mitad de los carbohidratos que consume. El problema es que, dice su abuela, el niño se queda con hambre y come lo que encuentra hasta quedar satisfecho.
“Queremos gestionar también llevarlo a la escuela porque tiene retraso en el desarrollo de su lenguaje, en la identificación de colores y objetos, lo que nos limita la comunicación con él. En una escuela podrá tener más actividad física y eso le reducirá el ansia que le produce estar en casa tanto tiempo y evitará comer más”, considera el médico.
“Sí se siente uno mal”, dice la abuela Maximina, “pero mi nieto está sanito y le doy gracias a Dios, ¡aunque esté gordito!”.
Julio, ¿podemos pasar?
La doctora Leslie Villegas toca otra vez la puerta de ese departamento, en el quinto piso de una unidad departamental. Se preocupa al no obtener respuesta; sabe que su paciente vive solo y que le es difícil desplazarse con 234 kilos. Decidida, entra con un enfermero; a los 20 minutos sale para informar que Julio Zamora, de 40 años, estaba dormido, pero que rápido se aseará y cambiará de ropa para recibirlos.
Luego de tres cuartos de hora aparece sentado en el único sillón del departamento. Accede a hablar de su vida. Quiere, pero no logra permanecer erguido, se recuesta; eso implica mirar y hablar hacia el techo, aunque la gente esté frente a él. “Es como estar mirando el infinito, preguntando por una respuesta. Y la respuesta que encuentro es que sí se puede encontrar un mejor mañana”, dice.
Su historia podría ser familiar para muchos. Tras la muerte de sus padres entró en una profunda depresión que lo llevó a comer por las noches durante año y medio. “Pesaba 123 kilos, luego empecé a tener atracones de chocolates, galletas, helado. Me sentía deprimido por asumir la nueva responsabilidad que implicaba que mis padres ya no estaban. Cuando vi, ya tenía 167 kilogramos”.
Según sus cuentas llegó hasta 250 kilos. Médico en tu Casa contactó con él porque una vecina les llamó por teléfono, con el consentimiento de Julio. La doctora Villegas recuerda que en su primera plática le contó que hace unos meses había perdido su empleo como repartidor de volantes en una copiadora-café internet. La inactividad fue razón suficiente para encerrarse de nuevo, comer sin control y permanecer sentado escuchando el radio, hasta que llegó el momento en que ya no quiso levantarse.
Cuando fue trasladado al hospital de Tláhuac, la báscula marcó 234 kilos. “Vivir con un peso de este volumen es complicado, no puedes hacer cosas que la gente normal hace. Me es difícil conseguir quién me lleve, los taxis no quieren hacerlo ni aunque les pagues. En la calle la gente es muy despectiva, les gusta el morbo, te señalan, es incómodo”. La ropa fue otra dificultad. Adquirirla nueva implicaría un fuerte gasto por su talla 5X o 6X, así que fue más sencillo comprarla usada.
Aprendió a adaptarse a sus propios tiempos: cinco minutos para subir o bajar 20 escalones. Media hora para bañarse solo. Si tenía visitas, un tercero le ayudaba a levantarse de la cama o el sillón; pero cuando estaba solo debía resolverlo como podía. Por eso solía cargar un teléfono inalámbrico por cualquier contratiempo.
Ante extraños, Julio se mostraba inexpresivo, desconfiado, a la defensiva. Se notaba en sus palabras, en sus frases cortas; justificaba ser así por su profesión de abogado, aunque no ejercía la carrera. Pero su historia permite entender que adoptó esta actitud por razones cotidianas. “Me siento cohibido porque te mira la gente con cara de raro, aunque crean que no los ves. Empezó desde la primaria, siguió en la secundaria cuando pesaba 70 kilos; y a la larga no te queda más que confiar en ti, aunque la gente se burle, porque los apodos no paran y yo me pregunto, ¿qué no tienen asuntos que atender?”.
Para la doctora Villegas, fue un reto lograr su confianza. “Me quité el traje de médico y me puse el de humano. Siempre lo hemos tratado así, explicándole con detalle qué vamos a hacer para que recupere su salud. Perdone que se me quiebre la voz, pero es que él está muy solo y el que nosotros podamos llegar aquí para ayudar a la gente, me causa mucha satisfacción”.
Julio accedió a practicarse estudios de sangre, radiográficos, cardiacos, de tiroides y aparato respiratorio, como parte del protocolo bariátrico que, complementado con una dieta especial, le permitiría bajar 50 kilos. Después entraría a cirugía y se le colocaría un bypass gástrico con el que perdería gradualmente, tres cuartas parte de su peso. Se tenía proyectado que en 2019 él regresara a su peso normal de entre 68 y 78 kilogramos.
Sin embargo, una semana después de que se realizó esta entrevista, Julio Zamora fue encontrado sin vida en su departamento. Un infarto coartó la decisión más importante que había tomado para sí mismo, sanar, porque en su testimonio él vislumbró su futuro así: “Para mí es muy importante este paso, significa una oportunidad para hacer otras cosas porque quiero retomar mi carrera. Mucha gente desconoce la existencia de este tipo de programas para quienes no tenemos recursos. Sé que no podré bajar 150 kilos solo, sino con apoyo de mi familia. Por eso estamos haciendo este esfuerzo, para tener una mejor calidad de vida. Yo creo que nadie quiere morir. Yo tampoco”.
Lo que él no podía saber en ese momento es que su corazón no resistiría.