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El sazón de Sandra Lomelí es el imán que atrae a los vecinos de la colonia Ignacio Zaragoza, quienes asisten a diario al comedor comunitario Vikinga que la mujer tiene a su cargo.
Un plato de arroz blanco bien servido, dos cuencos de sopita aguada y frijoles de la olla, tres tacos dorados de pollo con queso, crema y lechuga o carne en pipián, una galleta de avena y agua de sabor son el menú que Sandra, de 47 años, ofrece a sus vecinos por un costo de 10 pesos.
Dicho comedor ubicado en la delegación Venustiano Carranza abrió sus puertas en septiembre pasado, y desde esa fecha otorga aproximadamente cien comidas diarias a los habitantes de la comunidad.
Sandra decidió abrir el comedor porque en una ocasión encontró a una persona de la tercera edad que no tenía dinero para comer.
Su altruismo no se limita al comedor, pues ha buscado otras formas de apoyar a la gente.
“Desde hace 10 años me he dedicado a ayudar a las personas. He buscado apoyos para escuelas, para madres solteras. Aquí en el comedor yo me quedo satisfecha cuando me dicen: ‘cocinas con el corazón’. Ese es el mayor premio”.
Mientras Sandra sirve comida para llevar, Roberto Carrión comenta que la mujer tiene el mejor sazón y ofrece el mejor servicio en su comedor. En esta ocasión, don Roberto gastó 30 pesos y se llevó tres comidas, una para su mujer, otra para él y una para su nieta. Dice que es un ahorro.
El beneficio económico también lo percibe Francisco Iglesias de 90 años. Es cliente frecuente del comedor comunitario, cuya vitalidad le permite acudir solo a la colonia Ignacio Zaragoza para saborear los alimentos que prepara Sandra.
Las quejas de los usuarios siempre están presentes, pero esta vez no son para Vikinga, sino para otro comedor comunitario cercano, cuyos usuarios denunciaron la presencia de piedras en los frijoles.
Los funcionarios de la Secretaría de Desarrollo Social (Sedeso) toman nota de las denuncias y acuden a hablar con el dueño del comedor.
No es negocio. El comedor comunitario está instalado en el número 94 de la Calle 15 de la colonia Ignacio Zaragoza, es el mismo domicilio en el que habita Sandra Lomelí.
La mujer gana un peso por cada comida que vende, al día obtiene 100 pesos, a la par obtiene 400 pesos que se gana limpiando un edificio dos veces a la semana. Con ese presupuesto debe mantener a su hijo de 18 años, pero también debe pagar el gas y luz para la operación de la cocina.
“Al final, mi familia y yo comemos de lo que preparo para el comedor”.
Explicó que la Sedeso envía cada 10 días costales de frijol, arroz, lentejas, sopas y galletas para el comedor, sin embargo, Sandra procura consentir a sus clientes una vez a la semana, por lo que, de vez en cuando prepara desde sopes hasta pambazos.
Sandra, que se levanta todos los días a las 6:00 de la mañana para empezar a preparar la comida, se apoya de su marido Mauricio de 43 años, su hijo Ricardo de 18 años, y de la señora Lucy de 66 años, quienes ayudan en la cocina de manera voluntaria.
“Hay quienes llegan y me preguntan: ¿por qué lo haces? Porque a mi me gusta mi trabajo, así les digo”.
La semana pasada, la Asamblea Legislativa aprobó que este programa se convierta en ley, lo que implica mantener y extender la red de comedores comunitarios a todas las zonas de la capital del país, además de garantizar los recursos económicos para generar los mecanismos de apoyo alimentario.