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“Aquí fue”, dice el conductor del autobús. Es el kilómetro 38 de la carretera Toluca-México, en donde el lunes pasado un misterioso pasajero que viajaba en un Flecha Roja rumbo a la Ciudad de México asesinó a cuatro asaltantes, entre ellos una mujer. El Justiciero de La Marquesa”, lo han bautizado.
Miro desde las ventanillas una zona boscosa, semicubierta por la niebla. Es el sitio ideal para un asalto. En este punto, la carretera libre y la autopista de cuota se acercan hasta casi tocarse: para ir a pie de una a otra sólo hay que cruzar algunos metros de terracería lodosa.
Eso pensaron los asaltantes del autobús. Cruzar con una maleta llena de objetos robados y abordar el automóvil que los aguardaba para huir en dirección contraria.
No lo consiguieron. Cuando intentaban bajar del autobús, cerca de las seis de la mañana, el justiciero caminó hacia ellos disparando. Uno de los ladrones murió al parecer en el autobús; los otros lograron bajar con vida, pero fueron rematados y abandonados en el acotamiento.
Hago el viaje a las mismas horas. El Flecha Roja sale de la estación de San Mateo Atenco y toma como tosiendo el camino a México.
No hay un solo asiento vacío. Los ocupan los viajeros de todos los días: gente que sale de la oscuridad y entra en la estación con las manos en los bolsillos y se cubre la nariz con una bufanda o con una gorra.
Según me dicen en la estación: son estudiantes y gente de trabajo. Algunos van a México “a comprar mercancías”.
La inseguridad los ha tocado. Se miran unos a otros por el rabillo del ojo, observan con mirada clínica a los que van abordando. En esa línea han ocurrido ocho asaltos en los últimos meses.
Un boleto vendido a las 5:23, y la versión de algunos testigos, permitió establecer que dos de los asaltantes subieron en San Mateo Atenco; los otros dos, en San Pedro Tultepec. Estos últimos llevaban una pistola “hechiza”.
En la estación habían oído hablar mucho de ellos. Atacaban los lunes y los viernes entre las 5:30 y las 6:45. La más agresiva era la mujer. “¡Ya valieron verga, cabrones! ¡Teléfonos y carteras!”.
—En estos autobuses viajan 40 pasajeros —me dice uno de los conductores—. Que por lo menos cada uno traiga un teléfono y 200 pesos… calcule usted en lo que les sale.
Ellos, los choferes, también están tocados por la inseguridad y la violencia. Dicen que hace unos meses nadie se escandalizó cuando varios asaltantes mataron a un pasajero “que les había escondido algo”.
—Uno de los rateros lo vio y le dijo al otro: “Pártele su madre”. Le dispararon. Ni siquiera salió en los periódicos…
En la estación relatan que el chofer del autobús en que viajaba El Justiciero de La Marquesa llegó a la central de Observatorio, en la Ciudad de México, y no contó a nadie lo que había ocurrido. Hizo un nuevo viaje a Toluca, y guardó silencio.
El hombre se preparaba a salir por segunda vez hacia la ciudad, pero su unidad fue golpeada por otra. El autobús fue enviado al taller. En ese instante llegó a la estación personal de la Procuraduría de Justicia del Estado de México.
En septiembre de 2011 cuatro asaltantes fueron asesinados en un autobús de la línea Cardenales de Oriente, en las cercanías de Chalco. Un justiciero que intentó detener el asalto, los acribilló.
También aquella vez los choferes guardaron silencio: en San Mateo Atenco cuentan que el asesino siguió usando la misma línea de autobuses, que los conductores lo conocían y que muchas veces ni el boleto le pedían. “De ese tamaño era el hartazgo”.
Miro el bosque neblinoso. Hace frío. Creo que la señora que va a mi lado está temblando.