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Un punto de revisión con dos elementos armados de la Policía Bancaria Industrial pertenecientes a la Secretaría de Seguridad Pública, con un arco detector de metales —donde además se revisan a detalle mochilas, bolsos y se apuntan religiosamente los nombres, entradas y salidas de todos lo que ingresan a los juzgados junto al Reclusorio Oriente— un pasillo de poco más de 200 metros de largo y tres cámaras de vigilancia no fueron suficientes para percatarse de los dos secuestradores que se fugaron el pasado lunes.
El espacio, donde hace apenas unos tres meses atrás era el juzgado 20 y que ahora funciona como bodega de archivos de casos resueltos en el sistema tradicional, está dividido solamente por una pared de aglomerado, al lado están el actual juzgado 20, el 60 y el 25. El espacio es muy reducido, todos los empleados se conocen e incluso, cuando alguien camina por ese pasillo, piden guardar silencio pues todo se escucha, el mínimo ruido provoca la molestia de las secretarias y de inmediato con la mirada exigen silencio.
El lugar por donde escaparon Agustín Miranda y Roberto Sánchez está en una esquina, desde afuera del edificio se pueden apreciar los estantes atiborrados de expedientes pues las ventanas son transparentes, desde el exterior los curiosos atraviesan una jardinera y se asoman, ahora que se conoce que es el punto “flaco” de los juzgados, tiene un plástico negro que impide ver el boquete que hicieron para escapar.
El día de la fuga, los secuestradores, después de romper una pared de tablaroca, encontraron de entre los expedientes dos playeras y un chaleco, salieron con su pantalón de mezclilla que traían para la audiencia y ropa nueva. Después, sin forzar ni una sola cerradura abrieron la puerta y caminaron poco más de 150 metros, pasando por los juzgados 20, 60 y 25. Incluso un consultorio médico.
Dieron vuelta a la derecha y subieron 10 escalones. En esta área después de las 17:00 horas sólo puede caminar personal debidamente identificado, que siempre porta gafete y que regularmente conoce a los policías de guardia. Justo pasando las escaleras, en el techo, hay dos cámaras de vigilancia las cuales —de funcionar— captaron el momento justo en el que escaparon y la ruta que tomaron.
Según las autoridades no tenían gorras, lentes o algo que impidiera captar la imagen clara de su rostro, por lo que la fuga debió quedar debidamente registrada. Cinco metros adelante está el punto de vigilancia, donde en teoría debería de estar registrada la entrada de los que salen; sin embargo, los convictos salieron sin que fueran revisados. Después caminaron 250 metros hasta la calle, donde según las primeras indagatorias ya los estaban esperando en un vehículo en el cual huyeron con rumbo desconocido.
Toda esta ruta de escape duró aproximadamente 10 minutos, lo cual de acuerdo con los propios empleados del lugar no levantaría sospechas pues regularmente hay gente que entra y sale, que siempre traen prisa y están acompañados; sin embargo, lo que sí les genera curiosidad es todo el ruido que pudieron hacer para romper la pared y tirar los barrotes.
Los que ahí trabajan aseguran que todo se escucha y que, incluso, desde el exterior es posible apreciar quién les pudo haber dejado las ropas o quién estuvo limando los barrotes: “A todos nos tomó por sorpresa, nadie cree lo que pasó, que se hayan escapado así de fácil”, aseguran empleados.
“Alguien les debió dar datos a detalle de todo este lugar: cómo actuar con los guardias, hacia dónde ir y cuestiones que sólo sabe alguien que a diario está de este lado”, comenta una de las secretarias del juzgado 60, quien asegura que nadie escuchó nada raro.