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A lo largo de gran parte del siglo XX, la Iglesia católica tuvo en sus manos la capacidad de influir en el quehacer público, siendo disruptiva o conciliadora, dependiendo de su capacidad de aliarse (o no) a las cúpulas del poder. Dicha capacidad se fue agotando entre escándalos, mayor dificultad para encontrar alianzas y la pérdida de adeptos activos. Esto dejó un vacío en los actores políticos, particularmente para los grupos más conservadores.
Fue hace más de una década que empezamos a ver mensajes evangélicos, a manera de infomercial, mientras tratábamos de espantar el insomnio; esta experiencia se replicó en todo el continente y difícilmente se pensaba que existiera la posibilidad de un vínculo real entre la búsqueda de nuevos adeptos entre testimonios milagrosos y el poder político.
Según cifras de Latinobarómetro, 59% de los latinoamericanos son católicos vs 19% de los evangélicos. Esta fotografía cambia dependiendo del país que miremos más de cerca. Más allá del crecimiento en número de conversos, lo relevante es el aumento de poder político y la posibilidad real que tienen los evangélicos de meter temas en la agenda legislativa o de gobierno. En su momento analizamos el impacto de pastores en el triunfo de Jair Bolsonaro en Brasil, y no es caso único: llevaron a Fabricio Alvarado a una sorprendente segunda vuelta en Costa Rica, tuvieron que ver en la victoria de Iván Duque —y en el NO al referéndum por la paz— en Colombia y respaldan a Ji-mmy Morales en Guatemala.
La gran pregunta que no hacemos suficiente es ¿por qué? Soy creyente de que la respuesta se toca con la razón por la que grupos ultraconservadores están tomando fuerza en Europa: crisis de credibilidad en los partidos tradicionales y las “estructuras de siempre”, resistencia al cambio social combinada con no encontrar respaldo para enfrentar la agenda liberal que se ha abierto camino y, en el caso de nuestra región, la necesidad de llenar el vacío dejado por el Vaticano.
Ha crecido la tendencia de que el ciudadano defina el voto a un candidato en función de prioridades personales; en este sentido, la vertiente evangélica de la “teología de la prosperidad” es experta en conformar un discurso de individualización y consumo, lo hicieron para convencer a sectores populares de donar parte de sus ingresos a cambio de la promesa de un futuro milagro económico y lo hacen ahora con los no tan populares, pero sí de tinte conservador, con la promesa de prosperidad, regresar a las buenas costumbres y defender la moral.
El discurso de lo moral se vuelve una herramienta poderosa y cuasi incuestionable cuando ofrece un camino distinto, una cara nueva o una personalidad fuerte que daría solución a problemas sociales viejos y enraizados como la corrupción o el crimen organizado, y al mismo tiempo pone un límite a derechos ganados que incomodan al ala conservadora.
Pareciera que mientras los movimientos feministas, LGBTT y defensores de los derechos a migrantes cobran fuerza, también lo hace la necesidad de las voces conservadoras de encontrar eco, mismo que está incluido en la oferta de los líderes evangélicos, cambiando la profunda incomodidad que le producen a estos sectores la existencia de nuevos paradigmas por la necesidad de “detener el deterioro social”.
Si bien el porcentaje de lo que algunos llaman “voto evangélico” en la región todavía no es avasallador, es significativo tomando en cuenta que las elecciones son cada vez más cerradas y es necesario sumar más de un aliado. Es importante señalar que de la mano van creciendo candidaturas al Congreso, localidades, e incluso ministerios que no sólo cuentan con el apoyo de sus creyentes, suman a aquellos que no sienten que sus prioridades se ven representadas por “los políticos de siempre”.
A esta ecuación falta agregar el impacto que tendrá en la región el fenómeno migratorio que Venezuela ha puesto en el radar; la tendencia nos muestra dos cosas: que el crecimiento de estos grupos políticos con tintes religiosos irá en aumento y que Latinoamérica es mucho más conservadora de lo que algunos imaginábamos.
Internacionalista y socia de Meraki México