Hace tiempo no visitaba El Marqués, región vitivinícola que se contrapone geográfica y filosóficamente a los territorios de Tequisquiapan y Ezequiel Montes, la cara más conocida del vino queretano. Esta semana, con ganas de librarme de las intensas lluvias que han pegado en la Ciudad de México, decidí darme una vuelta por la zona. Aunque no logré zafarme de los chubascos, la experiencia bien valió la pena.
A casi 30 minutos de Querétaro, justo a las afueras de La Griega, se ubica Puerta del Lobo . Aterricé en el proyecto por invitación de Eusebio Goyeneche, uno de sus socios, quien quería mostrarme los avances de este desarrollo vitivinícola-académico-turístico-inmobiliario. En un terreno de más de cien hectáreas, Antonio Sierra, Luis Miguel Correa y Eusebio están dando vida a un auténtico parque de diversiones para los amantes del vino.
En los últimos meses he visitado proyectos similares en toda la zona del Bajío, particularmente en Dolores Hidalgo y San Miguel de Allende. Una de los diferenciadores del desarrollo queretano, que lo hace muy digno de mencionar , es su genuino enfoque hacia el arte y ciencia del cultivo de la vid; más allá de residencias con viñedos propios, el complejo contempla la construcción de una vinícola comercial y, más importante aún, una escuela de enología, ya en operaciones y próxima a mudarse a la zona . Al plan se suma la construcción de un pequeño pueblo, que tendrá un museo dedicado al vino y una fábrica de cerveza artesanal, así como la instalación de una granja de ovejas, una productora de aceite de oliva y una reserva natural dedicada a preservar especies vegetales endémicas.
¿Y el vino? Más sorprendente aún. Actualmente Puerta del Lobo produce tres etiquetas a base de Syrah, Merlot-Cabernet Sauvignon y Tempranillo; sin embargo, este proyecto también contempla a la Macabeo, la Xarel-lo y la Malbec, entre otras cepas.
“Carlos, ¿qué vinos probaste?” Primero el Tempranillo, bien herbáceo y ligeramente punzante, con sutiles aromas torrefactos y buen frescor; en boca ofrece taninos pronunciados y una ligereza que responde a su juventud. El Syrah, vinificado en tinto, pues la bodega también tiene una versión en rosado , fue mucho más sorprendente: bien floral, con notas de especias calientes, licoroso y dotado de una acidez viva.
La joya de vinícola: el Merlot, el cual pude probar en monovarietal, un caldo que sorprende por su frutalidad y un larguísimo final de cacao tostado.
Me decía Eusebio que los buenos resultados parten de una viticultura mucho más enfocada. La zona, por ejemplo, una de las más secas de Querétaro, está plagada de colinas que permiten un mejor drenaje, dando a los vinos una mayor estructura. ¡Sí! Realmente vale la pena seguir de cerca a este “otro Querétaro”.