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Escribo desde Valladolid, tierra de historia y diversidad vitivinícola. En esta provincia española el vino posee un estatus particular y ha sido parte esencial de la cultura local, de su gastronomía, agricultura y actividad comercial desde tiempos inmemorables.
A lo largo de todos los 225 municipios que integran Valladolid, si no es que en la gran mayoría, es posible hallar vinícolas y cavas subterráneas que han sido, son y serán punto de encuentro para compartir y disfrutar. Sin lugar a dudas, este es un polo que cualquier fanático del tema debe visitar al menos una vez en la vida.
El pasado fin de semana Valladolid alojó la 24 edición del Concours Mondial de Bruxelles, uno de los campeonatos del vino más influyentes de la industria internacional. Además de catar y premiar a los mejores exponentes del planeta, el concurso fue un pretexto para redescubrir la riqueza vitivinícola local. Valladolid es la única provincia española que alberga cinco Denominaciones de Origen: Rueda, Ribera del Duero, Cigales, Toro y Tierra de León, además de una gama de caldos reconocidos bajo la indicación geográfica protegida “Vino de la Tierra de Castilla y León”. A pesar de su larga tradición productiva, el auge del vino permeó en este territorio hace tres décadas, con la creación de la Denominación de Origen Rueda en 1980 —la primera DO, no solo en la provincia de Valladolid, sino en toda la comunidad autónoma de Castilla y León—. A esta le siguieron Ribera del Duero, Toro, Cigales y Tierra de León. Hoy, Valladolid presume más de 22 mil hectáreas de viñedos y toda una gama de bodegas, históricas y contemporáneas, que dan forma a su paisaje.
¿Sobre los vinos? Literalmente, uno podría gastar la vida entera descubriendo los fermentados locales. Sí, podemos contar con los grandes blancos de Verdejo, que abanderan la producción de Rueda; los tintos y rosados de Tinta del País (Tempranillo), Garnacha Tinta y Cabernet Sauvignon que dan fama internacional a Ribera del Duero, o los poderosos y elegantes caldos de Tinta de Toro, en la región homónima. Pero no es todo, ¡no!, también hay que mencionar a los rosados de Cigales, de gran estructura y expresión aromática; a los tintos de Prieto Picudo en la Tierra de León, y a un sinfín de variedades autóctonas que también forman parte de la amplia oferta.
Durante un encuentro con pequeños productores tuve la oportunidad de probar un vino de Albarín Blanco, una variedad peculiar y muy escasa, que nada tiene que ver con la Albariño. Esta uva, de gran frescura y altísima intensidad aromática, conjuga los aromas herbáceos y frescos de la Verdejo con la calidez y las notas tropicales del Albariño, pero además, con fondos de Moscatel en el posgusto. Un buen ejemplo de la diversidad que caracteriza a la provincia ibérica.