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Ponderar las virtudes del corazón, considerar los caprichos del hígado. Esa era mi misión –aunque yo, como siempre, lo ignoraba– cuando llegué a reclinarme en el altar de doña Christy. Hay golpes en la vida, tan fuertes… yo no sé. La primera vez que estuve con doña Christy, como está quien pasa la noche con un Cristo del alma, todo se derrumbó dentro de mí. Sólo le dije cuatro palabras: “¿Usted es doña Christy?” Dijo que sí. Iba a decirle mi humilde nombre pero, afortunadamente, me abstuve. Mi nombre sonaba a una burbuja que se la lleva un viento demasiado rápido, o mejor: a una burbuja que acaba de estallar. Es extraño –sucederá dos o tres veces en la vida– estar en presencia de la grandeza y percatarse de ello de inmediato. Así me pasó la primera vez que fui a Tacos Doña Christy.
Hay un letrero colgado en una pared de Tacos Doña Christy, la que da a la calle. Dice: “Doña Christy Con el inconfundible sazón hidalguense.” Ignoro completamente cuál es el sazón hidalguense pero si el de doña Christy lo es, entonces va así:
El sazón hidalguense es enérgico; pertenece o es relativo a la energía, que a su vez es calor: energía térmica transferida entre dos sistemas (o un sistema y sus alrededores). Es decir: es calórico. Desciende por el cuerpo alterando su temperatura. Un taco de costillas entomatadas va como entibiándolo todo, como cuando tomamos una medicina en forma de jarabe o cuando, con el corazón roto, de pronto alguien nos sorprende con una nude en el teléfono. El sazón hidalguense, si se parece al de Tacos Doña Christy, es reconfortante, reconstituyente (constituye dos veces), vivificante, tónico, reparador.
El sazón hidalguense es pungente. Todo plato/taco en Doña Christy es cáustico; su redondez está como atravesada de picos para adentro y para afuera, como un tigre está atravesado de rayas (algunas de las cuales, de pronto, pueden asimilar otros tigres u otros platos: plato atravesado de platos; así de complejo es este sazón); pero no es complejo sin humor: es pícaro, lascivo. Este sazón es mordaz: muerde. Por supuesto, siempre somos nosotros quienes estamos comiendo estos tacos, pero a veces pareciera que no se dejan comer: they bite back. El hígado encebollado tiene ese filo incontestable, salaz, corrosivo. Caprichoso, incluso.
El sazón hidalguense es rotundo. Es categórico, tajante; dice: así son las cosas y no aceptamos devoluciones. ¿Qué quiere decir esto? Este sazón carga como un golpe en el que intervienen todos los músculos del brazo. El taco de corazón en guajillo me parece el ejemplo más acabado de esa contundencia; es claro, definitivo, perentorio. Claro: traza a la perfección los contornos de cada pequeño trozo de corazón de res; definitivo: el corazón de res es definido, especificado, por este sazón –antes era puro corazón caprichoso, inasible; ahora es un corazón de contornos claros, inolvidables–; perentorio: pone fin a las discusiones sobre cómo es un corazón de res. Es exactamente así como lo sirven en Tacos Doña Christy: enérgico, pungente, rotundo.
Es extraño estar en presencia de la grandeza y más aún percatarse de ello de inmediato. Así me pasó en Tacos Doña Christy. ¿Ya saben cómo se siente? Como si Dios dejara caer sobre nosotros, suavemente, un costal de diamantina. Más o menos así.
Tacos Doña Christy. Juan E. Hernández 117, Algarín. Precios. La última vez que estuve ahí pedí un taco de albóndigas, uno de chicharrón prensado y una Fanta; para llevar: uno de costilla entomatada y uno de corazón. Pagué 70 pesos, ya con el 15 de propina.