Oaxaca.- El golpeteo repetitivo, acompasado y uniforme llama la atención de los transeúntes, que voltean curiosos al pequeño local de donde además se desprende el sugerente aroma a chocolate. Cae la tarde, y entre las notas de viejos boleros y una conversación iniciada hace años, tres mujeres amasan y delinean en sus rústicas marquetas las barras de chocolate que son símbolo no solo de un empeño, sino ante todo de un vínculo defendido desde su infancia.

"Tenemos que golpear al mismo tiempo, si cada quien lo hace por su cuenta perjudica el trabajo de las otras; las barras salen disparejas y se rompen. Ya que compartimos la misma mesa de trabajo hay que hacerlo de una manera armónica, de manera que tengamos el mejor resultado", dice Maru Jiménez, quien junto con sus hermanas Laura y Yolanda prepara en su pequeño taller de la calle de Guerrero uno de los productos icono de la gastronomía oaxaqueña: el chocolate.

Mujeres unidas por el chocolate
Mujeres unidas por el chocolate

"¿Qué desde cuándo hacemos chocolate? Bueno, es algo que aprendimos desde pequeñas, es algo de toda la vida; solo que hasta hace algún tiempo, luego de mi jubilación, me propuse convertirlo en un pequeño negocio familiar, junto con mis hermanas. Es una labor que hemos heredado desde hace varias generaciones, no tanto por la idea de hacer dinero, sino como un legado que ha ido pasando de padres a hijos, y que en el caso de nosotras significa una manera de seguir honrando a nuestro padre, don Lauro, de quien aprendimos el oficio", explica.

Agrega: "Trabajamos cantidades muy pequeñas, es una producción muy limitada y no pretendemos competir con las grandes empresas oaxaqueñas, muchos menos con las nacionales. Es un trabajo hecho con mucho amor en el que solo participamos nosotros; es un trabajo de mujeres. No somos productoras de cacao, pero buscamos siempre a los proveedores que nos brindan la mejor calidad. A partir de ahí es un trabajo paciente de selección, limpieza y preparación. Ahora contamos con molino electrónico, ya que moler de manera manual resultaba muy pesado. Tenemos familias e hijos, pero nosotras somos las únicas involucradas en esta pequeña empresa que perpetúa de alguna manera el amor que nuestro padre siempre nos mostró".

Y es que más allá del placer compartido de este producto artesanal, las hermanas Jiménez coinciden en que la elaboración de este producto simboliza la unión familiar en tiempos difíciles. "Mi padre era un hombre muy trabajador y entusiasta, generoso y muy amante de su familia. Sin embargo quedó ciego muy joven. Cuando nosotras todavía éramos pequeñas, mi madre falleció. Dada la ceguera de mi padre, lo primero que propusieron mis tías fue repartirnos entre ellas, con la consecuente resposabilidad de nuestro cuidado.

Mujeres unidas por el chocolate
Mujeres unidas por el chocolate

"Él dijo que estaba muy agradecido, pero que sí en verdad les interesaba ayudarnos hicieran todo lo posible por no separarnos; que nos ayudaran, nos procuraran, pero que jamás nos desunieran. Fue así como permanecimos juntas, y entre las muchas cosas que aprendimos de él fue la manera de preparar el chocolate de metate. Nos enseño pacientemente, con cariño, insistiendo en que siempre lo preparáramos con amor, recordando que es una herencia de nuestros abuelos", apunta Maru.

Actualmente, refiere, su distribución bajo la marca Nativo se limita a la capital oaxaqueña, con algunos compradores en la Ciudad de México que conocieron su producto en el taller y ahora hacen pedidos. "Trabajamos el chocolate tradicional, aunque también producimos el chocolate sin azúcar y el endulzado con stevia, ya que la gente así nos lo ha pedido. Los extranjeros son los que más se entusiasman con nuestro trabajo y los que más nos compran. Nos da mucho gusto que la herencia de nuestro padre siga viva, y que incluso un poco de ese legado, de esa historia, trascienda a otras culturas".

ruben@cronicasdelsabor.mx

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