A Cayetana Nambo Rangel no se le debe preguntar su edad aunque eso sí, viene de familia longeva: su madre vivió 97 años, su padre 85 y su hermana, el único familiar con el que vive, ya alcanzó los 95. Esta cocinera tradicional es originaria de Erongarícuaro, Michoacán, y tiene tantas anécdotas como saberes.
Ella aprovecha su entorno y recursos, no sólo por tradición sino porque la necesidad, la curiosidad y la fuerza la han hecho aprender. Desde los nueve comenzó a moler el nixtamal en metate y ayudar en el campo. Eran doce de familia, había que hacerlo. A los trece se le quemó la carne de puerco al cocinarla por primera vez. “Nos criamos pobres, pero contentos. Yo siempre ayudaba a hacer la comida o estaba en la cosecha y con las vacas”, nos cuenta. Aún cuida de estos animales de los que obtiene leche para elaborar preparaciones como el jocoque, un lácteo ligeramente espeso para acompañar sus famosas corundas de verduras. Otros de sus platos célebres son el mole de bodas, con especias, nueces, semillas de calabacita, ajo, cebolla, jitomate, “espesadura” de masa, chiles pasillas y guajillos; y su pozole a base de trigo y lentejas, que obtuvo reconocimiento en el Encuentro de Cocineras Tradicionales de Michoacán de 2013.
Cayetana ama a sus “hermosas” rumiantes, Azucena—“la que más le da”—, Sofía, Darling y Catalina, pues le permiten tener alimento. Gracias a ellas come los “chuchitos” como los hacía su mamá, que son tortillas rellenas de queso molido. Cuando era su santo o el de sus hermanos, su madre los consentía con arroz de leche (sic) y unas gorditas “liudas” con sal, elaboradas con trigo y levadura, acompañadas de queso fresco. “Sentíamos que era un banquetazo.” Y de los puercos que tiene en su patio nada se desperdicia. “Hacemos las patitas en vinagre, la soricua -o moronga- con la sangre y las tripas lavadas con mucha ruda y cal, y pozole con la cabeza,” explica.
Ese aprovechamiento total incluye las heces del marrano con las cuales Cayetana elabora su biogás, y la historia de cómo logró conocer el proceso para obtenerlo a partir de materia orgánica es fascinante: hace diecinueve años hizo todo lo posible para viajar a Cali, Colombia, para tomar el curso que le enseñó a elaborarlo. No tenía recursos y todo estaba en su contra. Hoy, Cayetana utiliza su propio combustible para cocinar y bañarse.
Esta maestra del fogón ha capacitado a más mujeres para tener sus propios biodigestores, enseñándoles cómo instalarlos desde cero. Sólo se necesitan bolsas, estiércol, mangueras y tubos. Con lo que ganó gracias a esta actividad pudo terminar su casa. Irónicamente, sus padres le heredaron sólo “un pedacito”, la cocina, y ahora ya tiene dos cuartos, baño y sala.
“Cocino a cuatro fuegos: leña, biogás, carbón y LP, pero lo importante es que lo hago con ganas y amor,” dice Cayetana quien cree que “el sol sale para todos”, y aunque no tuvo hijos ni se casó, ahora enseña a otras sus secretos de cocina: a final de cuentas la sazón de cada quien es única.