Digo invierno y algunos me miran como si hubiera quedado atrapado en la época festiva. La verdad es que apenas estamos rozando la mitad de la temporada y para quienes disfrutamos el frío, el largo camino hacia primavera es una oportunidad para seguir calentando con tintos de buen cuerpo.
Hace unos días me encontré con un par de colegas, glotones de profesión para ser más exactos, en una mesa del restaurante Padella. Después de probar algunas etiquetas mexicanas, así como un bacanora que merece una mención especial (será en la próxima entrega), decidimos echarle diente a un par de estofados de esos que calientan con solo mirarlos. El momento tomó relevancia al sugerir el vino. Todo confluyó en Ribera del Duero. Pocos años bastaron para que los vinos de Ribera del Duero se posicionaran en lo más alto de la enología ibérica. Concebida apenas en 1982, la denominación de origen ha logrado diferenciarse a través de sus carismáticos y singulares tintos de Tempranillo (localmente llamada Tinta del País o Tinta Fina), algunas veces mezclados con mínimos porcentajes de uvas como Cabernet Sauvignon, Merlot, Malbec, Garnacha Tinta y Albillo.
Desde caldos jóvenes con densos y acentuados aromas de fruta, hasta grandes reserva con 60 meses de envejecimiento entre barrica y botella, forman parte del amplio catálogo vínico que integra la denominación de origen Ribera del Duero. ¿El común? Intensidad cromática, acidez y taninos pronunciados, amplia persistencia y gran frutalidad.
Tocando el tema, vale mencionar que México y Ribera del Duero poseen una relación de ensueño. Desde su llegada, liderada en principio por Pesquera, bodega del español Alejandro Fernández, los vinos de Ribera del Duero abrieron un nicho para quienes buscaban un estilo diferente, mucho más frutal. Hoy, México es uno de los principales mercados para la denominación de origen, particularmente en gamas medias y altas.
“Carlos, ¿volvemos al inicio?”. Vayamos pues. La primera opción, frente a golosos estofados de rabo de res y cordero, fue apuntar hacia el Cillar de Silos Crianza, un Tempranillo con notas de frambuesa y mora, ligeros destellos de vainilla y aromas tostados de la madera. De la misma vinícola es imperativo probar el Torre de Silo o el Flor de Silos.
La segunda alternativa fue la más acertada: Comenge Crianza, de Bodegas Comenge. Este Tempranillo es toda una revelación. Carácter frutal con acentos de especias, caramelo y cacao tostado, agradable frescura y taninos bien poderosos… La bronca, si me permite la expresión, es que este ejemplar llega a México de la mano de Vinology y solo puede paladearse en restaurantes. Así que, si lo ve encartado, no lo deje pasar.
—Carlos Borboa es periodista gastronómico, sommelier certificado y juez internacional de vinos y destilados.
CILLAR DE SILOS CRIANZA
$525 en La Naval
Tempranillo
Zona de producción: Ribera del Duero, España
Vista: cereza con reflejos violáceos
Nariz: aromas dominantes de frambuesas y moras silvestres, con tonos de nuez moscada, clavo de olor y tostados de la madera
Boca: tinto carnoso y equilibrado, con buena estructura, acidez refrescante y larga persistencia