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Marchantes entrañables

Más allá de la postal nostálgica de los mercados citadinos, las imágenes dan cuenta de su papel como un centro de trabajo salvaje

Marchantes entrañables
18/05/2016 |16:19
Redacción El Universal
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natalia.delarosa@clabsa.com.mx


Estar parado en una de las naves de la Central de Abastos y de La Merced es presenciar el trajín de numerosos personajes que componen la verbena del mercado. Está el cargador que, con una maestría compuesta de lazos, un diablito y mucho músculo, levanta más de diez cajas cargadas de mercancía.

Están las marchantas de las verduras, el señor de los moles y los chiles secos que, con cada compra de unos pesos, también ofrece el consejo para elaborar el mole o el caldo de camarón. Caminan por allá, como cual fantasmas entre las sombras, los basureros y aquellos que viven de lo que sobra en los pasillos. Los vendedores de dulces espantan con unas escobetillas de papel de china las abejas que rodean sus viandas azucaradas y las doñas que limpian los nopales acomodan su producto en canastitas para ofrecerlosen montones de cinco piezas por diez pesos.

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Más allá del color y el sabor nostálgico de los mercados, está la textura de las manos que lo trabajan. Aquí hay callos y rugocidad que pueden pasar desapercibidos y, en el tintineo de la transacción en monedas, los mercados de la ciudad de México han persistido, convirtiéndose en el corazón económico y laboral de cada barrio o colonia. Y de la misma manera en que en la bolsa de valores hay salvajismo mercantil, así el mercado también subsiste con sus grupos y facciones, con sus castas sociales de locatarios fijos y vendedores ambulantes advenedizos; sin embargo, aquella textura se vuelve subterránea para el visitante, pues su atención se vuelca a los letreritos ingeniosos que anuncian las ofertas con gran candor, muestra de la competencia que se vive en los pasillos del mercado. Les dejamos un breve recorrido por los mercados que alimentan esta gran ciudad.

Marchantes entrañables

LA CENTRAL DE ABASTOS


Una verdadera ciudad de marchantes. Sus antecedentes datan de hace 600 años, cuando existía el mercado de Tlanechicoloyan, y su construcción comenzó en los años setenta como una respuesta al desabasto de productos que vivía la capital, con un proyecto arquitectónico a cargo de Abraham Zabludovsky, quien inició la construcción de esta gran obra en 1981. Cerca de 2,900 comerciantes de La Merced encontraron un nuevo cobijo en la Central de Abastos y en aquella mañana del 21 de noviembre de 1982, las áreas de Frutas y Legumbres, Abarrotes y Víveres, el Andén de Subasta y Productores, y el Mercado de Envases Vacíos comenzaron operaciones. En su primer año, este gran titán vendía ya 13 mil toneladas de alimentos, con un flujo diaro de casi 80 mil personas. Los famosos diableros, los dueños de las bodegas, las señoras con carritos de supermercado que venden trapos y mandiles, así como aquellos jóvenes que abasten de viandas para el desayuno, son algunos de los personajes que aquí escriben sus historias.

Mercado Abelardo L. Rodrígez


Ubicado en la parte norte del Centro Histórico, en la calle República de Venezuela. El interior de este mercado no sólo alberga suculentos productos y viandas, sino que también resguarda la obra pictórica de artistas como Diego Rivera, Pablo O’Higgins, Angel Bracho y Antonio Pujol, cuyas obras retratan algunos de los problemas sociales de aquella época: la explotación obrera, la industrizalicación del campo o la lucha contra el nazismo. Este mercado fue construído en 1934 y fue el segundo más importante en la ciudad de México durante las primeras décadas del siglo XX. Además, tenía la particularidad de que no sólo era un centro de abasto sino que en su interior también había un teatro. Actualmente, para llegar a él hay que sortear a toda la algarabía de ambulantaje que caracteriza ese sector del centro; no obstante, este mercado se sigue imponiendo a la modernidad con sus arcos de piedra y sus altas paredes color mamey que reciben alegres al visitante. Si andas por esos rumbos, entra por la entrada principal y dirige tus pasos hacia el puesto de Don One, uno de esos locales que han sorteado el paso del tiempo gracias a sus ricos tacos y tortas de carnitas estilo Michoacán. Tres variedades de salsas —verde, roja y una cremosa de habanero— escoltan cada taco y, además, ofrecen una ensalada de rodajas de pepino que le da un toque bastante fresco a cada taco.

“La vida del pueblo de Oaxaca no puede ser mejor mostrada, de manera más sincera, que en uno de sus mercados. Allá está todo lo que el pueblo oaxaqueño es...”
Diana Kennedy

“Igual es marchanta quien vende que quien compra. Y en ocasiones se es marchantita.”
Paco Ignacio Taibo I

 

 

Mercado de La Merced


Cuando el mercado de Tlatelolco dejó de funcionar, allá por el año de 1629, muchísimos comerciantes comenzaron a vender sus productos en la plaza principal del Palacio Virreinal, actualmente Palacio Nacional. Para el siglo XVIII, el gobierno virreinal escogió la Plaza del Volador para reubicar la actividad de comerciantes que vendían desde frutas y legumbres, hasta especias, carnes vivas o muertas, y artículos de herrería.

Este gran tianguis era el mayor centro distribución de productos en la capital, pues le surtía mercancía a pequeños mercados como el de Iturbide, el de Vizcaínas y hasta el de Concepción y Loreto. Después de un incendio en 1870, aún funcionó entre las ruinas de latrillos hasta 1914, fecha que se conoce como el fin del antiguo mercado El Volador.

El siglo XIX demandó mayor velocidad en el abasto de víveres y en 1863 comenzó a funcionar La Merced, en lo que fuera un área destruída de un viejo convento, convirtiéndose en el refugio de los comerciantes que otrohora pertenecían a El Volador. Porfirio Díaz inauguró, en 1890, el antiguo edificio de La Merced que, durante más de siete décadas, era el mayor centro comercial de la ciudad de México.

Para inicios del siglo XX, en 1903, los complejos de los mercados de La Merced y San Juan tenían ya el mayor número de locatarios, 618, y la cercanía del primero con el Canal de la Viga le permitía tener las mejores condicionas para almacenar legumbres, verduras, carnes, lácteos y animales de caza. Vino luego la etapa de modernización de la capital y se construyeron nuevas bodegas para productos especializados como ropa, calzado, enseres de cocina y el hogar. Sin embargo, problemas de salubridad y congestionamientos en las calles aledañas comenzaron a aquejar a La Merced en la década de los cincuenta: los locatarios sufrían retrasos en las zonas de carga y descarga, y muchas veces la mercancía no llegaba a los puestos de manera oportuna. De esta manera, con el crecimiento que también experimentó el Centro Histórico y el resto de la ciudad, el gobierno vio la necesidad de crear un nuevo centro de abasto citadino: la Central de Abasto.

Pero el tiempo no ha menguado a La Merced, pues se ha sabido mantener de pie a fuerza de una amplia red de comercios especializados y su amplia oferta culiniaria.Hoy en día, el barrio de La Merced se conoce como un “barrio bravo” y no es sorpresa, pues los que aquí laboran lidian constantemente con la algarabía y el alboroto de miles de visitantes que los visitan a cada día.


El de Michoacán


Este es un mercado que vende al menudeo y, en un azar del tiempo, se ha situado en una de las colonias más populares de la ciudad de México. Muchos lo conocen como el mercado “de la Condesa”; sin embargo, su nombre original es Mercado Michoacán.Su construcción data de mediados del siglo pasado y se consideró como una muestra de la arquitectura Art Decó. Actualmente, se pueden encontrar puestos que venden comida a los oficinistas de la zona; así como locatarios que aún conservan su giro como carniceros o marchantes de frutas y verduras. Échate una torta en el mercado y termina con un café en El Toscano.

Mercado de San Juan Pugibet


Este es uno de los centros de abasto que datan del periodo colonial, pues su antecedente es un tianguis indígena que se ubicaba en el barrio de San Juan Moyotlan. El paso del tiempo rehubicó poco a poco a este mercado y para 1850, durante el periodo del porfiriato, se inauguró con el nombre de Iturbide, pero ubicado en este mismo barrio. La historia cuenta que hubo un gran incendio en este lugar, por lo que perdió su esplendor de inicios del siglo XX y para 1955 se decidió reconstruirlo en lo que en ese entonces eran las bodegas de la tabacalera el Buen Tono, una compañía de don Ernesto Pugibet. En ese entonces, San Juan se dividió en cuatro centros: el Pugibet, el Arcos de Belén, el de flores y el de artesanías.

Escamoles, hongos silvestres, una variedad interesante de pescados y mariscos; así como carnes de caza y exóticas: codornices, avestruz, conejo, iguana, armadillo e, incluso, león, son algunos de los productos que llaman la atención de los visitantes. Está también el expendio de quesos, nacionales e internacionales La Jersey, que vende ricas baguettes con embutidos y pan artesanal.La mayoría de los locatarios han estado aquí por varias generaciones, como el caso de la pescadería Puerto de Alvarado, Gastronómica San Juan o El Gran Cazador.

Numeralia
XVI
en este siglo fray Diego Durán describe a los mercados mexicanos como “apetitosos y amables a la nación.”

1860
se planeó reubicar el mercado El Volador, que formaba parte de los tres mercados que conformarían La Merced.

317
mercados públicos y más de mil tianguis abastecen de productos a la ciudad de México.

1629
fue el año que el mercado de Tlatelolco dejó de funcionar, luego de una gran inundación.