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Las casas de té comenzaron a proliferar durante la década de los cuarenta, en las colonias Roma, Juárez y Cuahutémoc, y se distinguieron por ser centros de reunión para encuentros entre la crema y nata de la sociedad de aquella época.
“Amor y escándalo son los mejores endulzantes del té.” —Henry Fielding
Durante este tiempo, se adoptaron muchas constumbres provenientes de países anglosajones, en un claro espíritu aspiracional de la clase alta.
En la crónica “La capirucha sin Big B en”, publicada en El Universal,Homero Bazán Longi cuenta que la costumbre de “la hora del té” era oportunidad para que “algunos changos sin ser extranjeros, presumieran su inglés y su francés, adoptando dichas lenguas para sus charlas de té.”
Aquella hora de la tarde se prestaba para presumir los rulos recién hechos y las joyas de familia y era de diario ver deslilar en las mesas a “Las Cuquis Villarreales, Las Fifís de la Garza y Las Anabelas de la Dolce Vita.
“La mujer es como el té: se desconoce su fuerza hasta que se junta con el agua caliente.” —Eleanor Roosevelt
”Un marcado aire de artificio fue el signo distintivo de los salones de té que, buscando alejarse de la realiad de desigualdad que existía en la población, se encerraban en aquellos recintos a manera de una burbuja social, para pretender disfrutar del té como si se estuviera en París o Londres.
Con los años, las casas de té dieron paso al surgimiento de las fuentes de sodas, también costumbre culinaria y social adoptada, en este caso, de Estados Unidos. No obstante, en colonias como Polanco la hora del té encontró un nicho que la cobijó con gusto hasta casi finales del siglo XX.