La comida italiana es una celebración en la mesa, pues se comparte dentro de un ambiente cálido y familiar alrededor de una copa de vino, pastas y pizzas hechas en casa, preparaciones típicas de la cocina de “la bota”, donde hay una marcada preferencia por utilizar los ingredientes más frescos. El aceite de oliva y el pomodoro son los abanderados italianos, pero se acompañan de los sabores distintivos del queso Parmigiano Reggiano y el perfume del romero u orégano. Prosecco, un restaurante que recientemente abrió sus puertas en Santa Fé, busca ofrecer al comensal un pequeño paseo por diversas regiones de la cocina de Italia con una curaduría de platillos que el chef veronés Martino Castellani aprendió de su nonna, su abuela.
Menú inspirado en regiones italianas
Prosecco busca replicar los sabores que cualquier visitante puede degustar en Italia. Castellani y Diego Flores, los chefs ejecutivos, trabajan en recetas regionales con ingredientes importados para ofrecer un perfil de sabores fiel a los del terruño de aquella península. Algunos elementos presentes en su alacena son la trufa -cuando es temporada-, la cual resalta en el risotto con queso Taleggio, un queso maduro propio de Bérgamo; carnes frías como el prosciutto, que se corta el momento en finas lonjas, junto con la porcetta y la mortadella, también pasan lista en diversos platillos que se ofrecen en el menú.
El servicio empieza con rodajas de jitomate cortadas al momento, acompañadas de escamas de sal, limón amarillo, aceite balsámico y aceite de oliva para abrir apetito y con ello, estar listos para las entradas. Otro plato que da la bienvenida es uno conformado por las bolitas fritas típicas de Piamonte y la Toscana, elaboradas de queso parmesano, acompañadas de arrabbiata, esa salsa de jitomate con un toque picante que tanto nos gusta. Las entradas incluyen carpaccios de mar como el de atún marinado en cítricos acompañado de eneldo e hinojo.
Las pastas son artesanales y cocidas a la minuta, con opciones como lasaña, ravioles rellenos de queso ricotta, cabra y parmesano; además de los gnocchis de papa en salsa de hongos con jitomate, entre otras. Del horno salen también las pizzas con ese toque que sólo se obtiene por el horno de piedra. Cuentan con cerca de dieciocho variedades y están diseñadas para compartir, emparejadas con una ensalada con trocitos de nuez caramelizada, queso gorgonzola y pera al vino tinto. La panadería es otra labor en casa, los bollitos llegan calientes como parte del servicio.
De plato fuertes está el atún a la parrilla cocido en salsa de limón y alcaparras; el filete de res en salsa de hongos acompañado de una guarnición de papa gratinada o bien, la milanesa de pollo caprese gratinada con mozzarella, acompañada con arúgula, hoja de apio y albahaca. De postres la oferta es variada: un calzone relleno de crema de avellana con rebanadas de fresa o plátano; el tiramisú, que se elabora a la usanza clásica: queso mascarpone y bizcochos embebidos en café; o bien, el fondant de chocolate con helado de espárragos, de sabor suave y cremoso.
En cuanto a decoración y arquitectura, el espacio es cálido con acabados en madera, mesas grandes y cómodas, una barra de mármol que enmarca la línea de servicio. Durante el día, la terraza es iluminada con luz natural y resulta un atractivo en el lugar, pues quién no disfruta comer con ambiente fresco, tan característico de la zona de Santa Fe. En la noche, Prosecco hace gala de su gran chimenea, la cual crea una atmósfera íntima y elegante, perfecta para disfrutar de una larga noche en compañía de uno de sus cocteles: el Bellini con prosecco y jarabe de durazno, o el Sgroppino, una mezcla de vodka, prosecco, sorbete de limón y limoncello.
Su cava cuenta con cerca de ciento cinco etiquetas, de las cuales destacan los espumosos lambrusco y moscato; además de caldos con uvas tintas: la siciliana Nero D´Avola, de la región toscana, la varietal Brunello di Montalcino y Tignanello, de Verona; un tinto de corte seco por excelencia Amarone, proveniente de la zona del Piamonte. Consulta con el somellier para no desperdiciar la experiencia, y así disfrutar de una tarde o noche como si estuvieras en Italia.