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Hace unos días, el NYT publicó una nota que revelaba que Israel había llevado a cabo unos 100 bombardeos contra ISIS en territorio egipcio, algo que había sido coordinado con El Cairo. El que se esté dando publicidad a semejante grado de cooperación de Israel con un país árabe no es común. Esta misma semana supimos también que por primera vez, se había autorizado a aviones comerciales de Air India dirigidos a Israel, sobrevolar el espacio aéreo saudí, algo que Arabia Saudita ha prohibido por 70 años. Aunque Riad desmintió inmediatamente esa noticia, la colaboración saudí con Israel, un acercamiento que desafía a la historia, es conocida desde hace tiempo. Lo interesante es que, de esto último, ya no llama tanto la atención la cercanía Israel-Arabia Saudita, sino la influencia creciente de la India en la región y cómo todo lo que en ésta ocurre se conecta con un panorama más amplio. En este panorama es necesario incorporar los vacíos que Washington ha estado dejando en distintas zonas, algo que viene al menos desde Obama, pero que se profundiza en tiempos de Trump, y cómo es que las piezas se están acomodando en consecuencia.
Quizás un primer tema tiene que ver con la guerra siria, un muy complejo conflicto que combina una serie de factores locales, regionales y globales. A nivel regional, el resultado neto de la guerra es el fortalecimiento de la posición de Irán. Ese país es considerado el líder del islam chiíta, y es el mayor rival de Arabia Saudita, líder del islam sunita. Bajo el esquema que presenta la Siria actual, Irán conserva y fortalece su círculo chiíta que parte de Teherán, pasa por Irak, país de mayoría chiíta, cruza Damasco, que seguirá siendo gobernada por la élite alawita (una subsecta del chiísmo) y llega hasta el Líbano en donde opera la milicia chiíta de Hezbollah, armada, entrenada y financiada por Teherán. Este solo hecho coloca en un mismo bando a Arabia Saudita y sus aliados con Israel, uno de los mayores enemigos de Irán. Es natural, por tanto, que la colaboración saudí y de otros países árabes sunitas con Israel se siga incrementando.
La otra cuestión vinculada con ese mismo tema, tiene que ver con dos factores paralelos. De un lado, el vacío que viene dejando Washington en la zona no solo bajo Trump, sino desde antes. Y del otro, el fortalecimiento de la posición rusa en Medio Oriente. La Casa Blanca hizo del combate a ISIS su prioridad casi exclusiva. Y en efecto, intervino en Siria, pero solo con lo necesario para bombardear a esa organización, y para armar y entrenar milicias locales (principalmente de kurdos) a fin de arrebatar a ISIS el territorio que controlaba en ese país. EU también colaboró de cerca con Bagdad para combatir a ISIS en Irak. No obstante, justo debido a que ISIS era su prioridad, Washington permitió el crecimiento y afianzamiento en la zona de milicias chiítas entrenadas y financiadas por Irán, que en su momento pelearon contra ISIS, pero que hoy luchan contra diversos enemigos de EU. Rusia, en cambio, sí entró en Siria con todo para defender y salvar a su aliado Assad, ocupando los cielos y obligando a Washington a restringir sus operaciones. Gracias al Kremlin, el ejército sirio recuperó territorio y la iniciativa de esa guerra. Hoy, Moscú se ratifica como la potencia con el poder para decidir el curso que tomará no solo Siria, sino otra serie de temas. Por ejemplo, Turquía entiende que, si pretende contener el avance kurdo mediante la fuerza, no es con Washington con quien tiene que negociar, sino con Putin. El propio Netanyahu, temiendo por el fortalecimiento de Irán, tiene que viajar a Moscú para intentar negociar los métodos mediante los que su país buscará contener a Teherán en la esfera de influencia del Kremlin. Ese mismo vacío estadounidense, se puede encontrar más allá de Siria, por ejemplo, en Libia, otro país que sigue en guerra civil y que ha sido empleado por ISIS para establecer una de sus filiales. Libia es uno de los lugares en donde, de acuerdo con Trump, Washington “no tiene un rol que jugar”. Por consiguiente, ese sitio se convierte en un candidato ideal para el ensanchamiento de la influencia de Moscú, cosa que, evidentemente, ya está ocurriendo.
Algo similar pasa en Afganistán, país en el que Washington llegó a tener unas 120 mil tropas y del que se fue replegando hasta mantener hoy unas 11,000. Ahí también se combinan factores locales, regionales y globales que tienden a complejizar el conflicto. En ese país, hoy confluye por un lado el choque India-Pakistán, y por el otro, el enfrentamiento entre EU y sus rivales, Rusia y China. Ya desde hace un tiempo, Rusia ha estado dirigiendo rondas de conversaciones entre los talibanes—apoyados por Pakistán—y el gobierno afgano, relegando a Washington a un segundo plano. Trump por su parte, ha anunciado su estrategia para Afganistán, la cual consiste, además de un leve incremento de tropas que difícilmente cambiará el curso del conflicto, en el empuje al papel de India en ese territorio, y el buscar aislar cada vez más a Pakistán, país que, comprensiblemente, se ha acercado aún más al eje Beijing-Moscú.
La India tiene, a su vez, diversas preocupaciones. Por un lado, mantiene su confrontación con Pakistán, y está haciendo lo posible por asegurarse de que el conflicto afgano no sea aprovechado por Islamabad para expandir su círculo. Pero quizás su preocupación mayor se encuentra en el imparable expansionismo de China, su gran rival, como poder regional y global. Así, mientras Beijing busca implementar una combinación de estrategias de crecimiento tecnológico, militar y económico (China ha lanzado ya un macro proyecto global llamado “Una franja, una ruta”, el cual incluye inversión en infraestructura para conectar “la nueva ruta de la seda” de Asia a Europa que involucra a 60 países diferentes, y que por supuesto es apoyado por Rusia), la India está buscando competir incrementando su influencia tanto hacia el Lejano como hacia el Medio Oriente y África, mediante una iniciativa llamada “Actuar en el Este”. Al mismo tiempo, Nueva Delhi busca involucrar a Japón en estos proyectos con el fin de robustecer el bloque contra China.
Eso conecta los viajes de Modi a tres países de Medio Oriente hace unos días, con la visita de Netanyahu a Nueva Delhi hace unas semanas, con el hecho de que Air India solicita a Arabia Saudita sobrevolar su espacio para llegar a Tel Aviv, con la cooperación de Israel y sus vecinos árabes (a pesar de que éstos mantengan su discurso antiisraelí de manera oficial).
Es decir, si mirásemos los tableros pequeños, veríamos una serie de disputas aisladas. Pero si miramos un tablero más amplio, podríamos ver primero, un gran enfrentamiento global de EU con Rusia y China, potencias cuyos intereses no son idénticos y que han llegado a exhibir diferencias serias, pero que en tiempos recientes han decidido caminar casi juntas en varios aspectos. En torno a ese panorama global, hay acomodos en diversas regiones. En Medio Oriente, Arabia Saudita y sus aliados, junto con Israel, apoyados por Washington, se enfrentan a Irán que mantiene una relativa cercanía con Moscú. Pakistán busca sumarse a China y a Rusia. India, de su lado, sin comprometer del todo su independencia geopolítica, se acerca más al bando estadounidense. Turquía es un miembro de la OTAN y aliado militar de Washington, pero se aleja cada vez más de EU y prefiere negociar sus intereses con Moscú y con Teherán, los ganadores de la guerra siria, incluso cuando eso le opone a la Casa Blanca.
Mientras tanto, Trump sigue concentrado en su “America First” y en su política exterior bajo una perspectiva nacionalista, proteccionista y transaccional, lo que le lleva a veces a abandonar compromisos, a dejarlos en el limbo, o incluso a maltratarlos, como en algunos casos de su propio hemisferio. Esto deja espacios que son velozmente aprovechados por China y por Rusia.
No estamos propiamente en una reedición de la Guerra Fría. El panorama actual es muy distinto, empezando porque el mundo de hoy no es bipolar, sino multipolar, además de que los estados-nación no son los únicos actores con intereses y operaciones en el globo. Actualmente otros actores, como las empresas, tienen interacciones transnacionales cotidianas, lo que produce lazos económicos y lazos de interdependencia entre supuestos rivales. Aún así, la conformación de bloques y alianzas regionales y globales, así como sus disputas, nos recuerdan que el mundo no es menos conflictivo que en el pasado, y que consecuentemente, los riesgos deben ser atendidos antes de que sigan creciendo.