“De criminales a terroristas ¿y de vuelta a criminales?”, es el nombre del proyecto de investigación más largo y ambicioso de una organización de Europa Central llamada GLOBSEC que se dedica a asuntos de seguridad internacional. Académicos y expertos asociados a ese centro de pensamiento estudiarán durante los próximos dos años, a profundidad, los lazos que existen entre la actividad criminal y la actividad terrorista, con un énfasis especial en cómo una buena parte de atacantes terroristas tiene antecedentes criminales, y cómo, una vez cometidos los ataques, los grupos terroristas siguen empleando sus conexiones criminales para mantenerse. GLOBSEC no es el único centro que se está enfocando en ese tema. Un amplio reporte preparado por la Unión Europea sobre crimen organizado, destaca los crecientes vínculos que se han venido estableciendo entre organizaciones terroristas y organizaciones criminales, tanto para facilitar la comisión de atentados, como para financiar y sostener a las agrupaciones terroristas en el largo plazo. De igual manera, en su Índice Global de Terrorismo, el Instituto para la Economía y la Paz (IEP) explica la evolución de los métodos de financiamiento de distintas organizaciones terroristas, con especial atención en ISIS y cómo es que en la etapa que esta agrupación está viviendo tras sus pérdidas territoriales, está recurriendo al narcotráfico de manera cada vez más evidente.
El reporte 2017 de la UE sobre las amenazas del crimen organizado explica que los grupos que llevan a cabo ataques terroristas han evolucionado considerablemente en la última década. Las investigaciones posteriores a los ataques de París en 2015 y Bruselas en 2016, revelaron crecientes lazos entre las células autoras de esos atentados y organizaciones de tráfico de drogas, armas y documentos. Grupos terroristas han empleado también, según el reporte, a las redes transnacionales de tráfico de migrantes para introducir a sus operativos en Europa. El que dichas agrupaciones utilicen actividades criminales para asistir a sus metas no es, por supuesto, un fenómeno nuevo, sigue el reporte. Lo que parece resaltar en los últimos tiempos es la velocidad con la que ciertos atacantes terroristas se radicalizan y deciden cometer sus actos, lo que propicia que personas o células busquen acceder a las vastas herramientas que el crimen organizado ha desarrollado con el fin de acelerar el proceso entre su decisión de cometer un atentado y el llevarlo a cabo. La infraestructura criminal funciona, en otras palabras, como el fast-track desde la radicalización hasta la comisión. La UE tiene detectado el creciente involucramiento de grupos terroristas en áreas como el lavado de dinero, tráfico de personas, tráfico de drogas y tráfico de amas.
Eso conecta el reporte de la UE con el Índice Global de Terrorismo. De acuerdo con éste último, en el pasado, grupos terroristas como Al Qaeda se fondeaban principalmente con donativos de fundaciones, organizaciones religiosas o simpatizantes. Otras fuentes de financiamiento incluían secuestros y extorsión. Un grupo como Boko Haram no tiene una estructura de financiamiento sólida y puede apoyarse cometiendo delitos que incluyen el robo de bancos, los secuestros o el tráfico de personas. Ya desde hace algún tiempo, debido a la necesidad de sostenerse, varias de estas agrupaciones han incluido al narcotráfico como medida de financiamiento.
El caso de ISIS es particularmente notable. Ese grupo, hacia 2014, se financiaba en un 50% por medio de la extorsión, un 20% a través de cobro de impuestos a ciudadanos de los territorios que ya controlaba, otro tanto mediante producción petrolera y un 8% mediante secuestros. A medida que esa organización controló mayor cantidad de territorio y población, sus ingresos por impuestos y por petróleo ascendieron considerablemente hasta llegar a un pico en 2016, cuando su renta impositiva creció casi al doble. Pero para 2016 y 2017 cuando el grupo estaba ya perdiendo territorio, sus ingresos por impuestos y petróleo decrecieron enormemente. Solo considere usted este dato: En 2015, ISIS llegó a ingresar 81 millones de dólares por mes. Para el 2017, sus ingresos habían caído a 16 millones mensuales. Bajo esas circunstancias, esa organización ha tenido que ir mutando hacia el tráfico de drogas como medio alternativo para financiarse. Ya desde octubre lo reportaba Aisha Ahmad en Foreign Affairs. La autora explica que “poderosos traficantes de antigüedades, petróleo y drogas, quienes trabajan en la frontera sirio-iraquí, han establecido alianzas secretas con ISIS para reducir sus costos e incrementar sus ganancias”.
No es de extrañarse, entonces, el creciente temor de que esas conexiones se sigan expandiendo. ISIS y sus filiales tienen operaciones en al menos 26 países, desde Afganistán hasta el norte de África, en donde se ha reportado también que una buena parte de otros grupos terroristas emplean el narcotráfico como uno de los métodos para financiarse. Este panorama exhibe al menos dos riesgos, los cuales, si bien ya existían, tenderán a incrementarse. Por una parte, está la utilización de actividad y redes criminales para facilitar ataques terroristas específicos, y por el otro lado, está el empleo de esas actividades y redes para financiar y sostener a las organizaciones terroristas en el largo plazo.
Lo esencial consiste en entender que todas esas piezas componen un mismo sistema. En ese sistema, se mueve dinero, se trafica con armas, con drogas, con personas, con combustible o con otros productos ilícitos. Las redes de lavado de dinero, las redes de tráfico de migrantes y las rutas por las que estos son trasladados, la producción, distribución y consumo de droga, entre otros elementos, son partes de ese sistema que son compartidas por criminales y terroristas sin ideología o religión de por medio. Los factores que hermanan y a veces fusionan a esos distintos tipos de actores, están presentes en diversas regiones y son comunes desde Irak hasta Colombia, Venezuela o incluso nuestro país. Entre estos factores comunes, podemos mencionar cuestiones internas que tienen que ver con la debilidad estructural de los estados nacionales, la fragilidad de sus instituciones y sus fallas para ofrecer satisfactores básicos, desde los socioeconómicos, hasta los políticos, o la garantía de seguridad. Esos factores internos se van a entretejer con circunstancias internacionales que facilitan la operación de estas redes y actores, como lo son la rentabilidad de los mercados de drogas, de armas, de personas, la facilidad con la que estos mercados operan a nivel global, los avances en tecnologías financieras—como las criptomonedas—y de comunicaciones, la existencia de mecanismos transnacionales para lavar y mover recursos, y la insuficiente cooperación entre nuestros países para combatir estos temas de manera integral y conjunta.
Escribo esto, obviamente, desde México y pensando en México, pues debemos asumir que, lamentablemente, no solo tenemos una enorme lista de tareas que cumplir a nivel interno, sino que, además, estamos sujetos a una serie de circunstancias internacionales que no siempre dependen de nosotros, pero que se han venido convirtiendo en riesgos con los que también nos toca lidiar. A menudo, mirar afuera de casa no solo es aleccionador, sino inescapable.