Otro atentado en Londres. Son cinco cometidos en Reino Unido en lo que va del año. Hasta el momento de este escrito sabemos que ISIS ha reivindicado el atentado, aunque no contamos con mayor información sobre la identidad del (de los) atacante(s), o sus vínculos reales con la organización. Aún así, hay un número de elementos que podemos ir señalando: (1) El uso de explosivos muestra que estamos tácticamente ante un atentado que quizás refleja un nivel relativo de mayor sofisticación que otros que emplean cuchillos o vehículos para atropellar personas. Sin embargo, hasta donde sabemos, se trató de un artefacto casero que no explotó completamente, por lo que, afortunadamente, su impacto letal fue inferior al que pudo haber tenido; (2) Nuevamente, se elige un objetivo “blando” para el ataque, esto es, un sitio de fácil acceso, con vigilancia inferior a la que hay en otros sitios como aeropuertos, embajadas u oficinas de gobierno, y con una alta conglomeración de personas; (3) A pesar de su disminuido impacto material, el atentado recibe gran difusión a través de redes sociales y medios tradicionales, lo que atrae la atención de millones de espectadores y facilita la retransmisión de pánico hacia espacios geográficos mucho más allá de Londres; y (4) El terrorismo como fenómeno global ha experimentado una relativa disminución en los últimos dos años; no obstante, eso no es lo que se percibe en países occidentales, en donde este tipo de violencia ha crecido alrededor de 6 veces desde 2014. A partir de esos factores, ofrecemos unos primeros apuntes al respecto:
Primero, hemos visto proliferar atentados cometidos por atacantes solitarios, por parejas o por minicélulas, frecuentemente consistentes de familiares o amigos, quienes eligen objetivos de fácil acceso y alto impacto. De acuerdo con el índice Global de Terrorismo, específicamente en países miembros de la OCDE, 70% de muertes por terrorismo son producto de este tipo de atentados. Sin embargo, la amenaza de células más complejas que operan en esos mismos países, no solo permanece, sino que ha aumentado. Una de ellas llevó a cabo los ataques en Cataluña en agosto. Y si bien en esos atentados de hace unas semanas, también observamos métodos de ataque de baja sofisticación –atropellamiento de personas empelando vehículos alquilados- aquella célula estaba preparando ataques de un impacto mucho más elevado mediante explosivos. Al final, el plan les falló porque los explosivos se detonaron accidentalmente en el sitio donde estaban siendo almacenados. En ese sentido, también podemos observar que algo falló en el atentado del metro de Londres, ya que el artefacto casero estalló a medias. Esto último quizás indica que quien lo preparó pudo no haber tenido la suficiente capacitación.
Segundo, el impacto de un ataque terrorista no se determina a partir de las siempre lamentables muertes o daños materiales que ocasiona, sino a partir de los efectos psicosociales que genera. Así, a pesar de que afortunadamente hasta el momento de este escrito no hay víctimas letales por este atentado, sus consecuencias en términos psicológicos y políticos son enormes. Los videos e imágenes que han sido compartidas en redes no solo reflejan el pánico que se vivió en el metro de Londres, sino que lo reproducen y lo propagan cientos de miles de veces hacia sitios muy alejados del lugar en donde el ataque fue cometido. Ello expande un sentimiento de fragilidad y vulnerabilidad, y ocasiona que millones de personas se sientan víctimas en potencia, lo que contribuye al mismo tiempo al sentimiento de terror generalizado, a la sensación de incapacidad de las autoridades para contener el fenómeno, y a la percepción de que las organizaciones terroristas siguen desplegando todo su poder (incluso si el papel que hubiese jugado ISIS en la operación directa de este atentado hubiese sido menor o inexistente).
Tercero, el terrorismo global presentó sus niveles más elevados durante 2014, principalmente a raíz del incremento en el número de atentados y muertes ocasionadas por ISIS y Boko Haram. A partir del 2015 y 2016, las muertes por terrorismo han disminuido de manera relativa. No obstante, es importante considerar que esa disminución relativa ocurre esencialmente en los países en los que mayor número de atentados son cometidos prácticamente todas las semanas. No es el caso de países occidentales, en donde el terrorismo ha experimentado incrementos muy considerables. Es decir, para el 2014, solo el 0.5% de muertes por terrorismo en el planeta ocurría en países miembros de la OCDE. De acuerdo con lo que se contabiliza hasta el final del 2016, ese número ha crecido seis veces para transformarse en aproximadamente 3% del total global. De modo que, si bien las muertes por esta clase de violencia siguen siendo muchas menos en dichos países que en otros como Irak, Afganistán o Siria, lo que las sociedades occidentales han vivido en los últimos años es una escalada brutal en cuanto a número de atentados, muertes por terrorismo y, sobre todo, en cuanto a la cobertura mediática que esta clase de violencia logra capturar. No se necesita ser demasiado observadores para darnos cuenta que los atentados ocurridos en París, Londres, Bruselas o Barcelona, consiguen mucho mayor impacto en redes sociales y en medios de comunicación tradicionales que los que ocurren en Bagdad, en Borno o en Mogadiscio.
Cuarto, es esta misma eficacia la que incentiva que atentados similares se sigan cometiendo. Por consecuencia, organizaciones como ISIS, se aprovechan de las circunstancias y las emplean para demostrar que, a pesar de los duros golpes que han sufrido en los últimos meses, los tentáculos de su muy amplia red con operaciones en 28 países diferentes, mantienen capacidad de daño. Esto sucede independientemente de que un atentado determinado sea o no sea operado por esa organización. En muchas ocasiones, sí se ha demostrado que la unidad virtual de ISIS detecta, recluta y capacita a distancia a ciertos atacantes; en otras, su división de propaganda simplemente se apropia de determinado ataque y lo sube a sus páginas asegurando que “un soldado del Estado Islámico” lo llevó a cabo. Es muy pronto para determinar la naturaleza operativa precisa de este atentado. Como sea, es imposible desvincular lo ocurrido en el metro de Londres de todo ese contexto.
Por último, ante el incremento del terrorismo en ciertas regiones como Europa, los países afectados necesitan desarrollar estrategias más complejas que las que han exhibido los últimos años. Nial Ferguson en un texto para Foreign Affairs sobre teoría de redes, cita al politólogo John Arquilla con estas palabras: “Una jerarquía es una herramienta torpe para usar contra una red ágil: se requiere de redes para luchar contra redes, del mismo modo en que las guerras previas necesitaban tanques para luchar contra tanques”. Considerando que no se está combatiendo a un “grupo”, sino a una red que cuenta con centros operativos, filiales, células, militantes individuales y unidades virtuales, se requiere de estrategias híbridas, integrales y colaborativas, abordando a la vez factores y causas locales, y factores y causas globales (Por si es de su interés, en este texto profundizo un poco más al respecto: Pensar global, actuar local http://eluni.mx/2qPYtik ). No significa que implementar esas estrategias sea sencillo, pero mientras eso no se lleve a cabo, es probable que atentados como el del metro de Londres sigan sucediendo, y que, en próximas ocasiones, los terroristas cuenten con más suerte y, lamentablemente, mayor eficacia.