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Finalmente se cumplió la amenaza y EEUU designó a las Guardias Revolucionarias Islámicas de Irán como “Organización Terrorista Extranjera”. Estados Unidos utiliza diferentes clasificaciones para calificar a actores como terroristas o patrocinadores del terrorismo, y a pesar de que ya antes ciertos sectores de las Guardias Revolucionarias habían sido incluidos en las listas de terrorismo, se trata de la primera ocasión que el Departamento de Estado asigna el grado de “Organización Terrorista Extranjera”, el más severo de todos, a una rama completa del ejército de un estado. La respuesta de Irán llegó de inmediato y a su vez, designó a Estados Unidos como un país que apoya al terrorismo, y al Comando Central del ejército estadounidense como una organización terrorista. Este tema tiene importantes repercusiones, empezando por el uso político de un término que debería, en teoría, hablarnos de una categoría específica de la violencia, sin importar los intereses o agendas de los clasificadores. Es decir, cuando un concepto deja de servir para definir la frontera entre lo que abarca y no abarca, cuando todo tipo de violencia o toda clase de actores pueden ser etiquetados bajo esa definición, entonces el término deja de cumplir su función. El riesgo, no obstante, es pensar que debido al uso político que se da a la palabra “terrorismo”, entonces esa manifestación de violencia no existe como un fenómeno diferenciado que merece estudio y atención. Otro asunto es ya de manera concreta, pensar las causas y consecuencias de esta escalada en el enfrentamiento entre Irán con EEUU y varios de sus aliados. En el texto de hoy examinamos algunos aspectos de esos temas.
“Terrorismo” es un concepto políticamente cargado que normalmente se asocia con un tipo de violencia extrema, inhumana, que engloba lo “peor” de las violencias existentes. Por tanto, ser llamado “terrorista” es automáticamente estar colocado del lado del mal. La cuestión es que ese término se utiliza por todo tipo de actores para etiquetar a sus enemigos, para justificar invasiones, intervenciones, combates, luchas militares o represión. Aparentemente, puede llamarse “terrorista” lo mismo a un atacante suicida de Al Qaeda, que a un manifestante que rompe vidrios durante una marcha. Un guerrillero es, para el gobierno contra el que lucha, un terrorista, y ese gobierno, para el guerrillero, es el terrorista. Cuando Assad combate la rebelión en Siria está luchando contra “el terrorismo”. Pero al mismo tiempo, cuando utiliza armas químicas contra su población es llamado terrorista por sus enemigos. Visto así entonces, cualquier clase de violencia extrema podría ser calificada como “terrorismo”.
Pero el problema es que, bajo esa lógica, el término deja de tener sentido, su uso tiende a desprestigiarse pues provoca reacciones y sentimientos automáticos, y deja de describir a una categoría específica de violencia que sí existe, que ha crecido considerablemente en nuestros tiempos y que necesita estudio y atención.
Incluso hay medios de comunicación o autores que eligen usar otras expresiones como “extremismo violento” con tal de no ser mal vistos por sus audiencias cuando hablan del fenómeno. Pero eso también es problemático. Considere este par de casos: Un individuo entra a un café y amenaza de muerte, con un cuchillo de cocina, a todos los comensales, cuelga una bandera de ISIS y contacta a los medios locales para atraer cobertura. Estamos ante un clásico ataque terrorista, incluso si no se ocasiona muerte alguna, e incluso si no hay heridos. En cambio, una masacre perpetrada, por ejemplo, por un grupo rebelde, la cual puede dejar cientos de muertos, en la que decenas de personas son ultrajadas, descabezadas y los niños quemados, no necesariamente contiene las características de un atentado terrorista. La diferencia entre los casos que menciono no estriba en el monto de agresión o en lo extremo de la violencia utilizada, sino en las tácticas, los métodos, la mecánica planeada, los móviles de los perpetradores y los blancos reales del ataque.
El terrorismo no es violencia que causa terror, sino violencia perpetrada contra civiles o no combatientes PARA causar terror EN TERCEROS (o la amenaza de usar esa violencia). Esos terceros son la audiencia-objetivo, pues a través de ese estado de terror, se pretende canalizar mensajes, reivindicaciones, ejercer presión psicológica en sectores de una sociedad o una sociedad completa, a fin de acercar a los atacantes a sus metas percibidas, las cuales normalmente son políticas. La mayor parte de la literatura sobre el tema considera al terrorismo como una estrategia utilizada por actores subnacionales en conflictos asimétricos.
Ahora bien, es posible rastrear la participación de Irán o ciertos sectores del ejército iraní en el apoyo de actores que perpetran atentados que sí son descritos por lo que arriba describo, como por ejemplo Hezbollah, pero eso no es algo nuevo o algo que haya cambiado desde administraciones previas a Trump. También es posible encontrar momentos en la historia en los que algún sector de la inteligencia o fuerzas de seguridad estadounidenses han apoyado a actores que emplearon el terrorismo como táctica. La realidad es que las designaciones ocurridas esta semana no tienen nada que ver con eso, u obedecen al interés de comprender o combatir mejor al terrorismo como manifestación de la violencia.
Lejos de ello, lo que estamos viendo es la continuación de una espiral conflictiva entre Estados Unidos junto con algunos de sus aliados, e Irán. Esta espiral había sido relativamente desactivada durante la administración Obama mediante la firma de un acuerdo nuclear, y otro tipo de hechos, como, por ejemplo, el combate en contra de ISIS. Interesantemente, justo cuando ISIS llegó a ocupar más territorio, las fuerzas estadounidenses luchaban en una especie de colaboración con las milicias aliadas de Irán, entrenadas y dirigidas precisamente por las Guardias Revolucionarias hoy clasificadas como terroristas. En efecto, mientras la aviación estadounidense bombardeaba las posiciones de ISIS en Irak, las Guardias Revolucionarias dirigían la lucha terrestre contra esa agrupación. Este relativo acercamiento fue por supuesto muy mal visto por los mayores rivales regionales de Irán: Israel y Arabia Saudita, aliados de Washington que se sentían traicionados por Obama. Para bien de ellos, las cosas cambiaron cuando llegó Trump, quien había declarado desde su campaña que aquel pacto nuclear era el peor acuerdo jamás firmado.
Y sí, Trump cumplió. Abandonó dicho convenio nuclear, reactivó las sanciones contra Irán, se comprometió a seguirlas incrementando a fin de aumentar la presión máxima sobre ese país y así, desafiar sus pretensiones e influencia regional y global. La designación de las Guardias Revolucionarias como Organización Terrorista Extranjera forma parte de toda esta ofensiva e, incluso, debe ser entendida dentro de un panorama mayor en el que Arabia Saudita y sus aliados del Golfo e Israel, han participado de manera activa. De hecho, si hacemos caso al Twitter de Netanyahu, la inclusión de las Guardias Revolucionarias en las listas de terrorismo fue producto de su consejo a Trump, con lo que el mandatario estadounidense habría otorgado un segundo regalo al primer ministro israelí, unos cuantos días antes de las elecciones en su país. Antes, Trump había reconocido el derecho de Israel a anexarse el Golán, territorio sirio conquistado por el ejército israelí en 1967.
Pero más allá de Israel y de otros enemigos de Irán en la región, Trump se muestra para su audiencia interna—la que verdaderamente le importa—como un presidente que cumple, como ese mandatario que se está encargando de dar reversa a “los malos pasos” de Obama, como un político preocupado por la agenda conservadora en política exterior, muy bien representada por el Secretario de Estado, Pompeo y el Consejero de Seguridad Nacional, Bolton. Ahora, gracias a esta designación, EEUU podrá tomar medidas que van desde imponer sanciones a quienes hagan cualquier clase de transacción con las Guardias Revolucionarias iraníes, hasta justificar operativos militares, entre otras.
Nada de esto es completamente nuevo, pero estamos sin duda ante una escalada cuyo problema mayor es que, en la designación de una rama de un ejército estatal como organización terrorista, se abre la puerta para que otros países hagan exactamente lo mismo en contra de estados rivales y enemigos, lo cual no solo contribuye a la desinformación y confusión sobre una manifestación muy concreta de la violencia, sino que aleja las posibilidades de negociación entre países enfrentados como EEUU e Irán, alimentando en cambio, las llamas de espirales retóricas y conflictivas entre ellos.