Los conceptos importan porque, entre otras muchas cosas, reflejan cómo entendemos y evaluamos lo que nos acontece. Importan también porque esas concepciones pueden trazar rutas de salida, correctas o incorrectas, para los problemas que aquejan a nuestras sociedades. Es por ello que esta columna, que constantemente habla de guerras y conflictos internacionales, también dedica espacio para hablar acerca de la mucha investigación que existe acerca de la paz, acerca de cómo se produce y cómo se sostiene esa condición humana a la que tanto se aspira. En este punto, cuando en México emerge un sano debate al respecto, buscamos aportar algunas ideas.
Primero, la resolución pacífica de los conflictos y la convivencia pacífica entre los seres humanos, son circunstancias que se estudian de manera seria desde hace décadas y que pueden producirse y sostenerse, pero solo si se atiende con mucho cuidado cada uno de los aspectos que les componen.
Segundo, no todos los países que viven condiciones de falta de paz atraviesan conflictos religiosos, ideológicos, políticos, étnicos o internacionales. México es considerado, en efecto, uno de los 25 países menos pacíficos del planeta desde hace años. No solo eso; en el Índice Global de Paz, México ha perdido sitios de manera constante en la última década. Por tanto, colocar la paz como una de nuestras prioridades, sí tiene sentido. No obstante, hay que conceptualizar bien el tema ya que “pacificar” y “construir paz” denotan aspectos paralelos dentro del esquema, pero no idénticos.
Tercero, el concepto de paz contiene un ángulo negativo y otro positivo. Su aspecto negativo—eso que no debe existir para considerar que estamos en paz—se compone de la ausencia de violencia y ausencia de miedo a la violencia. Desde su ángulo positivo la paz consiste en todo aquello que la forma, lo que la crea, lo que la nutre y la sustenta, como, por ejemplo, lo que el Instituto para la Economía y la Paz denomina las columnas o pilares de la paz.
Cuarto, en la literatura sobre el tema, no siempre, pero sí normalmente, cuando se habla de “pacificación” (establecimiento de la paz o “peacemaking”), se hace referencia a mediar o detener un conflicto violento entre grupos armados, enfrentados frecuentemente por factores políticos, económicos, ideológicos, religiosos o étnicos. Esto se denomina “paz disociativa”: separar a las partes en pugna. Por mantenimiento de la paz (“peacekeeping”) normalmente se entiende asegurarse de que esa situación de no-violencia se pueda conservar. En cambio, la construcción de paz (“peacebuilding”) hace referencia a la edificación de condiciones de paz positiva, las cuales van más allá de resolver el conflicto. La construcción de paz se orienta hacia diseños y estrategias que buscan fomentar actitudes, cimentar estructuras y crear o fortalecer instituciones que puedan producir y sostener esas condiciones de paz. Entre todos esos conceptos se ubica un área que tiene que ver con la reconciliación, la restauración, con tratar de reducir el impacto de la huella que la violencia ha dejado a su paso e incluso la aplicación de acciones para sanar a las sociedades del miedo que la violencia produce. Hablar de paz abarca todo lo anterior, y los elementos mencionados no siempre suponen etapas, sino medidas que pueden llevarse a cabo en paralelo según el caso lo amerite. Pero es importante entender su distinción y a la vez, su interconexión.
Condensando los conceptos de paz positiva, el Instituto para la Economía y la Paz describe ocho indicadores en los que las sociedades más pacíficas del globo, de manera clara y constante, muestran mejor desempeño que las sociedades que carecen de paz. Estos son los ocho pilares o columnas de la paz: (1) gobiernos que funcionan adecuadamente, (2) distribución equitativa de los recursos, (3) el flujo libre de la información, (4) un ambiente sano y propicio para negocios y empresas, (5) un alto nivel de capital humano (generado a través de educación, capacitación, investigación y desarrollo), (6) la aceptación de los derechos de otras personas, (7) bajos niveles de corrupción, y (8) buenas relaciones entre vecinos (cohesión social). Esos pilares conforman un sistema complejo, lo que implica que se puede avanzar en un par de columnas específicas, pero si no logramos avanzar en el resto, podemos seguir estando lejos de la paz. O bien, podríamos verlo así: en la medida en que descuidemos algunas de esas columnas, aunque no observemos violencia directa en las calles, en esa medida padecemos falta de paz estructural y estamos incubando condiciones explosivas que pueden estallar en cualquier momento. Por otra parte, el pensar en ese esquema de manera sistémica, nos permite observar cómo interactúan las distintas violencias: la violencia estructural, la violencia criminal, la violencia cultural, la violencia de género o la violencia en el hogar, por poner algunos casos. El Índice de Paz México 2018, por ejemplo, detecta una alta correlación entre la violencia criminal y la violencia familiar.
Ahora bien, en nuestro país durante años hemos tendido a concebir la paz solo desde su ángulo negativo (por ejemplo, hablamos constantemente sobre la necesidad de “recuperar” la paz para México—lo que asume incorrectamente que hace unos pocos años, en nuestro país sí había paz solo porque había menos balas y menos asesinatos, cuando en realidad todas las situaciones que explotaron posteriormente se venían incubando desde décadas atrás). Sin embargo, podríamos cometer ahora el error de girar pendularmente y pensar solo en la paz positiva. En otras palabras, la paz no se limita a la ausencia de violencia, pero sí la incluye. Por consiguiente, si realmente aspiramos a la paz, debemos tener estrategias lo suficientemente capaces para avanzar equilibradamente en ambas direcciones: reducción de violencia y construcción de pilares de paz. Esto no se logra, lamentablemente, en poco tiempo, ni se alcanza tampoco mediante acciones que solo procedan del gobierno.
Permítame poner un ejemplo. En los años 90, mediante investigaciones que abarcaron decenas de países estudiados a lo largo de décadas, el Banco Mundial demostró fehacientemente que el crimen violento se encuentra altamente correlacionado con la desigualdad socioeconómica. A mayor desigualdad, mayores niveles de crimen violento. La autora Maia Szalavitz (2018) explica que existen al menos 60 investigaciones académicas posteriores que corroboran estos hallazgos: “La desigualdad predice las tasas de homicidio mejor que ninguna otra variable, dice Martin Daly, profesor emérito de psicología y neurociencia de la universidad de McMaster en Ontario y autor del libro ‘Matar a la competencia: desigualdad económica y homicidio’”. Así que es entendible por qué trabajar en reducir la desigualdad es uno de los pilares que construyen las estructuras que sostienen la paz. A la inversa, disminuir el crimen violento sin abatir nuestros altos niveles de desigualdad, es algo inalcanzable. Lo era en 2006 cuando se lanzó la guerra contra el narco, y lo es hoy cuando experimentamos las tasas de homicidio más elevadas de las últimas décadas. Sin embargo, y acá está el detalle: los expertos también explican que una vez desatados niveles de violencia como los que padece México, se pueden lograr importantes progresos en acortar la desigualdad sin que ello se traduzca inmediatamente en una reducción del crimen violento. No al menos durante un largo período de tiempo. Es decir, esas investigaciones y correlaciones son solo estadísticas, no son magia. Los pilares de paz son columnas que hay que ir edificando lenta y firmemente para producir esos cimientos sólidos que nunca construimos. Pero mientras esa parte hace su trabajo, y asumiendo que de verdad empezáramos a caminar en esa dirección, es indispensable de manera paralela implementar estrategias que abatan los picos de violencia que padecemos. No hay alternativa.
En suma: la “pacificación” es un concepto que se emplea normalmente cuando se habla de resolver un conflicto entre partes enfrentadas violentamente. La “construcción de paz” se refiere más a la edificación de estructuras, instituciones y actitudes que crean y sostienen condiciones de paz. Reducir violencia y construir paz estructural no solo son aspectos complementarios, sino que son partes interdependientes dentro de un gran sistema que abarca eso y más. Por tanto, requerimos de estrategias para el corto, para el mediano y para el largo plazo, que logren combinar acciones desde el sector público (en sus tres poderes y en sus tres niveles), pero también, de manera colaborativa con el sector privado, el sector social, con organizaciones, medios, academia y todos los componentes de la sociedad, a fin de trabajar, cada quién haciendo su labor, tanto en generar ausencia de violencia (y prevenirla), como en fomentar actitudes, construir instituciones y estructuras para sostener una sociedad pacífica.