La dimensión internacional del tema venezolano está cobrando mayor relevancia. Este asunto se ha insertado ya de lleno en la conflictiva que enfrenta a Rusia con Estados Unidos. El fin de semana pasado se reportó que Moscú estaba enviando a Caracas dos aviones con unos 100 militares incluido el general Vasily Tonkonshkurov, jefe del Estado Mayor de las Fuerzas de Tierra, además de 35 toneladas de equipo militar. Ya habíamos visto demostraciones similares. Por ejemplo, tras la visita de Maduro a Moscú en diciembre, el Kremlin había enviado al aeropuerto Simón Bolívar dos bombarderos estratégicos Tupolev Tu-160 (con capacidad de transportar armas nucleares). Un mes después, cuando Guaidó se autoproclamó presidente con el respaldo de Washington y de otros países, se informó que se estaba incrementando la presencia de “contratistas rusos” para garantizar la seguridad de Maduro. No obstante, la notoriedad con la que el Kremlin envió a los militares el fin de semana pasado, además de los posteriores intercambios retóricos entre Washington y el Kremlin, parecen indicar que eso que ya se venía dibujando, tiende a escalar. Esto nos lleva a preguntarnos hasta qué punto la Casa Blanca calculó o dejó de calcular la determinación de Putin para jugar sus cartas en esta zona geográfica lejana a Rusia, pero cercana a EEUU, y en todo caso, cómo es que eso podría impactar una potencial transición en Venezuela.

Queda claro que la situación en Venezuela es el producto de un largo proceso de deterioro interno que lleva años y que tiene facetas económicas, políticas y sociales. En este espacio hemos analizado ese proceso desde al menos 2012, incluyendo temas como el aumento de la inflación, la escasez, la recesión, el aumento de la inseguridad, de los índices de conflictividad, las manifestaciones callejeras, los saqueos a centrales de abasto, las violaciones a derechos humanos documentadas por organismos como Amnistía Internacional, los arrestos de miembros de la oposición, los bloqueos de espacios para la libertad de expresión, la falta de independencia del poder judicial o del poder electoral, el cierre de los canales políticos para el procesamiento de todas estas dificultades, entre otros muchos factores que tienen al país en el punto en el que hoy lamentablemente se encuentra.

Sin embargo, también explicamos desde enero que el haber lanzado una ofensiva diplomática de presión máxima contra Maduro, podía resultar no en una transición democrática y pacífica, sino en la radicalización de actores. Esto se debía, indicábamos, a al menos dos factores, uno interno y otro externo. El interno tenía que ver con la fuerte posibilidad de que la cúpula militar o un sector de ella permaneciera a lado del presidente, o bien a otro tipo de escenarios—no necesariamente los deseados por quienes buscan la paz y el bienestar para la sociedad venezolana—como, por ejemplo, disidencias que podrían generar enfrentamientos armados entre militares ubicados en posiciones opuestas, o incluso la posibilidad de que dicha cúpula militar retirara su respaldo a Maduro, pero apoyara a otro actor que se comprometiera con cubrir sus espaldas y asegurara sus agendas e intereses. El segundo factor era el respaldo internacional con el que Maduro contaba, por parte de naciones de nuestro hemisferio, especialmente Cuba, así como de potencias medias como Turquía e Irán, y de superpotencias como China o Rusia. El efecto de ese respaldo no es solo material, sino psicológico, pues provoca que los actores que se perciben amenazados por la ofensiva diplomática de Washington o quienes temen una intervención militar, sientan en ese sostén internacional la fuerza suficiente como para desafiar a sus opositores internos, a Trump y a todos los demás, y seguirse conduciendo como hasta ahora.

Sin embargo, incluso ese escenario se ha quedado corto y esto, probablemente, debió haber sido previsto. Putin está desplegando, una vez más, una demostración de fuerza que le hace proyectarse como un mandatario que no solo tiene poder, sino que está dispuesto a emplearlo con tal de desafiar a Washington. La cuestión es que, en otros sitios como Siria o Ucrania, Moscú estaba protegiendo lo que considera su propia órbita de influencia y su posición geoestratégica. En cambio, con Venezuela, Moscú cruza una línea roja pues reta un espacio percibido por EEUU como su propia zona de seguridad: el hemisferio occidental. Además, en Venezuela (así como en muchas otras partes del globo) Rusia venía utilizando estrategias de guerra híbrida—las cuales buscan enfrentar a los oponentes de formas indirectas, discretas o veladas, a fin de evitar el tener que asumir la responsabilidad y los costos de hacerlo. Ejemplos de estas estrategias incluyen el uso de “contratistas” o mercenarios a sueldo, el despliegue de tropas rusas en uniforme verde sin identificación o insignia (los “Little Green Men”), hasta otro tipo de herramientas como ciberataques o guerras de información. La cuestión es que, dadas las circunstancias, el Kremlin ya no se está limitando a ese tipo de tácticas para el conflicto venezolano.

La visibilidad que adquirió el espectáculo militar del fin de semana, además del abierto desafío discursivo en el sentido de que las tropas rusas permanecerían en Venezuela todo el tiempo que haga falta, son elementos que parecen indicar que ese país sudamericano es un territorio que importa a Moscú. Esto podría sustentarse distintos factores. Están ahí obviamente los intereses económicos del Kremlin, lo que incluye desde el asegurar que la deuda que Caracas tiene con Moscú sea pagada, hasta posibilidades de proyectos de inversión y energía. Pero hay más elementos como, por ejemplo, la determinación que caracteriza a Putin para demostrar que Moscú sí defiende a sus aliados (a diferencia de lo que ha sucedido recientemente con los cuestionamientos de Trump a las alianzas de su propio país), los cobija y asegura su supervivencia. Este solo tema aporta al Kremlin credibilidad y posibilidad de influir en diversas regiones del planeta. Sobre todo, Venezuela funciona como un espacio para librar batallas que en este momento pueden resultar muy útiles para Putin. El despliegue ruso en Caracas podría servir para disuadir materialmente a EEUU de una intervención, o simplemente para exasperar psicológicamente a más de una persona en Washington, pues busca proyectar aspiraciones y capacidades por parte del Kremlin no en cualquier parte, sino en la misma órbita de influencia de EEUU. Tampoco se puede descartar el que Rusia use a Caracas como carta de negociaciones para obtener concesiones en otras zonas geográficas o temas en los que las dos superpotencias se encuentran enfrentadas.

En suma, hace unas semanas nos preguntábamos hasta dónde estaría dispuesto Putin a respaldar a Maduro. Venezuela no es Siria. En Venezuela, Rusia no tiene una base naval, una base aérea o una presencia militar de décadas. Por consiguiente, si bien la gama de beneficios que el Kremlin puede obtener por mantenerse al lado de Maduro es considerable, los riesgos de hacerlo podrían terminar pesando más que esos beneficios. Sin embargo, las dudas parecen estarse disipando. Moscú está escalando su nivel de apoyo a Miraflores y lo está haciendo de manera notable y visible. Esto implica que el conflicto venezolano se ha entretejido con una serie de temas internacionales que si no fueron considerados cuando se lanzó la ofensiva diplomática contra Maduro, ahora mismo tendrían que ser repensados. Asumiendo, por supuesto, que el interés—al menos de algunos—sea frenar el deterioro y revertir las condiciones materiales y políticas de quien más importa, la sociedad venezolana.

Twitter: @maurimm

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