Pasa que a veces algunos políticos tienen cierta noción de determinados conceptos, aunque no siempre terminan de entenderlos. En el debate del domingo, Anaya empezaba a esbozar una idea un poco más clara acerca de lo que es la paz, pero terminó cometiendo errores discursivos similares a los que continuamente cometen varias personas y políticos al hablar del tema. “La paz es mucho más que ausencia de conflicto”, dijo, “vamos a recuperar la paz, hagámoslo juntos, hagámoslo todos, tengan confianza, sí se puede y lo vamos a lograr”. La cuestión es que, de hecho, un estado de paz no implica, en lo absoluto, la ausencia de conflicto. El conflicto es natural a las interacciones humanas, partiendo de la base de que somos seres diversos, creemos en cosas distintas, tenemos formas diferentes de pensar y de comportarnos. Sin embargo, las sociedades más pacíficas desarrollan mecanismos no violentos para procesar los conflictos que emergen de esa pluralidad. Obviamente, si optamos por la violencia para resolver dichos conflictos, entonces la paz se disipa. Ahora bien, es verdad que la paz es mucho más que la ausencia de conflicto violento, una idea más cercana, quizás, a la que Anaya quiso transmitir, salvo que pocos instantes después, repitió lo de siempre: “Vamos a ‘recuperar’ la paz”, lo que exhibe un débil entendimiento del tema pues supone que solo porque hace algunos años la violencia era menor, entonces automáticamente vivíamos circunstancias de “paz”. En cambio, plantear la problemática como una condición de falta de paz de raíz, en lugar de algo que se necesita “recuperar”, implica asumir la parte más difícil: resolver las circunstancias que padecemos requiere de estrategias que no solo estén orientadas a reducir picos de violencia como los que estamos, lamentablemente, experimentando, sino hacia construir las estructuras y las instituciones que crean y que sostienen a las sociedades pacíficas (IEP, 2017).
En los textos de autores clásicos del tema como Galtung, Alger, o en las investigaciones compartidas por centros que se dedican a pensar esa materia como un objeto de estudio serio, podemos encontrar que la paz tiene un lado negativo (eso que la paz no es), que consiste en la ausencia de violencia y la ausencia de miedo a la violencia; y otro ángulo positivo, aquellos factores que le constituyen o la facilitan, todo aquello que la paz sí es. Así, a partir de investigación de las circunstancias políticas, económicas, sociales y culturales de decenas de países que muestran altos niveles de paz a lo largo de los últimos 65 años, esos autores nos explican los factores estructurales que sostienen a esas sociedades. Condensando esos conceptos, el Instituto para la Economía y la Paz describe ocho indicadores en los que dichas sociedades, de manera clara y constante, muestran mejor desempeño que las sociedades que carecen de paz. Estos son los ocho pilares o columnas de la paz: (1) gobiernos que funcionan adecuadamente, (2) distribución equitativa de los recursos, (3) el flujo libre de la información, (4) un ambiente sano y propicio para negocios y empresas, (5) un alto nivel de capital humano (generado a través de educación, capacitación, investigación y desarrollo), (6) la aceptación de los derechos de otras personas, (7) bajos niveles de corrupción, y (8) buenas relaciones entre vecinos (cohesión social). Esos pilares conforman un sistema complejo, lo que implica que se puede avanzar en un par de columnas específicas, pero si no logramos avanzar en el resto, podemos seguir estando lejos de la paz. O bien, podríamos verlo así: en la medida en que descuidemos algunas de esas columnas, aunque no observemos violencia directa en las calles (piense usted por ejemplo en Siria o Libia antes de sus guerras civiles, sus años de supuesta “paz”), en esa medida padecemos falta de paz estructural y estamos incubando condiciones explosivas que pueden estallar en cualquier momento. Por otra parte, el pensar en ese esquema de manera sistémica, nos permite observar cómo interactúan las distintas violencias: la violencia estructural, la violencia criminal, la violencia cultural, la violencia de género o la violencia en el hogar, por poner algunos casos. El Índice de Paz México 2018, por ejemplo, detecta una alta correlación entre la violencia criminal y la violencia familiar.
Pero la clave central es enriquecer la forma como entendemos el tema. Cambiar de chip. Superar la conversación que solo habla de cómo reducir las violencias, o incluso cómo “prevenirlas”, por una conversación que se enfoque en construir una paz positiva, desde la raíz, desde las estructuras del sistema, lo que incluye, sin duda, la reducción de dichas violencias, pero que no se limita a ello. Considere este caso: un estudio reciente enfocado al tema de la cohesión en las comunidades explica que hay abundante literatura sobre los factores de riesgo que propician el crimen, pero mucho menos literatura acerca de los factores positivos que consiguen hacer que los barrios sean percibidos como espacios seguros y deseables para ser habitados. Así, los autores introducen el concepto de “empoderamiento comunitario” y buscan comprender los factores vecinales que promueven procesos sociales que en última instancia consiguen mejorar los factores estructurales en el nivel local, procesos y estructuras que promueven el que “emerjan y afloren las interacciones sociales positivas” (Culyba et al., 2016). Por consiguiente, acciones como la construcción de parques, la promoción del deporte, la organización de eventos artísticos o el tener calles y plazas en buen estado, alumbradas, y que inviten a la gente a salir y convivir, no deben estudiarse solo como medidas para “reducir o prevenir el crimen”, sino como acciones que promueven, de manera positiva, el empoderamiento comunitario y la convivencia entre vecinos. Este último factor es, precisamente, una de las columnas de la paz, aunque una columna que por sí sola es insuficiente y necesita ser acompañada de acciones en cada uno de los otros siete pilares. Pero la idea es no mirar estas medidas como tareas separadas o aisladas entre sí, sino como parte de un gran paraguas de construcción de paz que las abarca a todas y que, por tanto, requiere un pensamiento transversal.
Entendemos que, en principio, estos temas pueden ser apabullantes. Sin embargo, debemos considerar dos aspectos. El primero es que, una mejor comprensión de esta serie de conceptos nos permite empezar a dibujar mapas de acción desde el corto y el mediano hasta el largo plazo, y no solo en cuanto a política gubernamental, sino de manera colaborativa, en cuanto a acciones locales, estatales y federales, en los sectores público, privado, social, en la academia, en los medios y entre todos los actores de la sociedad preocupados por la situación del país. El segundo aspecto es una buena noticia: hay casos internacionales que demuestran que ciertos avances en algunos de esos rubros pueden arrojar resultados inmediatos. Por ejemplo, no se requiere reducir a cero la corrupción (indicador altamente correlacionado con la violencia), o “eliminar” completamente la desigualdad (también un indicador que se correlaciona fuertemente con crimen violento a partir de estudios internacionales efectuados a lo largo de décadas). La investigación demuestra que hay puntos de inflexión que, tristemente, hemos rebasado, pero que también podríamos cruzar a la inversa. Tan solo avanzar unos pasos en la dirección correcta podría verse reflejado positivamente más pronto que tarde.
El punto es que no hay forma de “recuperar” condiciones sociales que no hemos edificado desde la base. La paz necesita ser construida. Palmo a palmo. Y precisamente porque nos va a tomar mucho tiempo logarlo, vale más que la entendamos y la planteemos mucho mejor que como hasta ahora la hemos entendido y planteado.
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