El 3 de octubre, Jamal Khashoggi, un conocido periodista saudí, columnista y comentarista en medios como el Washington Post, entró al consulado de Arabia Saudita en Estambul, Turquía, para tramitar papeles de rutina relacionados con su próximo matrimonio mientras su prometida esperaba afuera del consulado. Khashoggi no ha sido visto desde entonces. Tres días después, las autoridades turcas anunciaron que tenían motivos para creer que un grupo de 15 personas entró al consulado para torturar y asesinar al periodista, además de “cortar su cuerpo en pedazos”. Hoy ya no lo suponen pues, según indican, tienen evidencias. Los saudíes afirman que nada de eso es verdad y que Khashoggi salió del consulado poco después de sus trámites. Khashoggi era, en efecto, un fuerte crítico del gobierno saudí, y en especial del príncipe heredero al trono Mohammad Bin Salman, mejor conocido como MBS o “Mr. Everything”, el “Señor Todo”, dado el poder que ha venido acumulando en el reino. Más allá de si las acusaciones turcas se terminan confirmando y lo que éstas pudieran significar en materia diplomática o consular, los hechos están ya teniendo diversas repercusiones internacionales que solo se pueden comprender si entendemos el contexto.

Lo primero, la rivalidad turco-saudí, dos potencias sunitas que compiten por el predominio regional. A pesar de esa competencia, sin embargo, al inicio de la guerra siria ambos países habían sumado sus esfuerzos apoyando a la rebelión a fin de contener a un enemigo común: Irán, el líder del islam chiíta, quien respaldaba al presidente sirio Assad. En plena Primavera Árabe, tanto para Ankara como para Riad, el primer objetivo era evitar que el círculo de influencia chiíta se expandiera aprovechando la convulsión regional. Así que, durante un tiempo, Arabia Saudita, Turquía y otros como Qatar, se encontraban en un mismo bando sunita contra Teherán y sus aliados chiítas. Sin embargo, la rivalidad entre Arabia Saudita y Turquía terminó por imponerse. Esto se fue haciendo cada vez más evidente en distintos espacios. Por ejemplo, en Egipto, Ankara y Qatar apoyaron a la Hermandad Musulmana mientras que la monarquía saudí apoyó al bando contrario, los militares, en su golpe de estado contra Morsi, el hermano musulmán que había ganado la presidencia. En Siria, Turquía fue moviendo sus lealtades y optó por negociar con Irán y con Rusia. Ya para cuando sobrevino el conflicto diplomático entre Arabia Saudita y Qatar en 2017, los bloques regionales estaban más que sellados. De un lado estaba Riad junto con Emiratos Árabes Unidos, y Bahréin entre otros, y del lado opuesto quedaba Qatar apoyado solo por Turquía quien estableció con Doha una alianza incluso militar.

En marzo de este año, Bin Salman llegó a declarar que Turquía era parte del “Triángulo del Mal”, en el que además de Ankara, según el príncipe heredero saudí, se ubicaban Irán y los grupos extremistas islámicos.

Por consiguiente, no debe sorprendernos que el presidente turco Erdogan esté tomando el caso del consulado como un asunto personal. El tema se inserta, como es natural, dentro de un contexto que rebasa con mucho el esclarecimiento de un asesinato o incluso la cuestión del uso de un consulado para cometerlo. Lo que estamos atestiguando es una lucha entre dos titanes regionales que tienen muchas cuentas pendientes, una lucha en la que Turquía hará todo lo posible por extraer un costo a raíz de algo que parece estarse convirtiendo en uno más de los desastres saudíes de los últimos tiempos.

Quizás podríamos preguntarnos, entonces, qué lógica podría haber detrás de la decisión de hacer pagar con su vida a Khashoggi por sus críticas al reino, y en especial, a MBS. Una primera hipótesis tiene que ver con la posibilidad de que el presunto asesinato no hubiese sido una orden directa del príncipe, sino de gente por debajo de él, quienes podrían no estar contemplando el panorama completo o las implicaciones de este hecho. La mayor parte de analistas considera que eso es poco probable puesto que hoy en día casi nada se mueve en Arabia Saudita sin el conocimiento de Bin Salman. Algo más factible tendría que ver con la necesidad que tiene la monarquía saudí de enviar un mensaje hacia toda la disidencia crítica del reino, dejando claro que nadie que se dedique a dañar su imagen se encuentra seguro. Si esto último es cierto, es posible que los saudíes hicieran el cálculo de que las condenas internacionales serían limitadas o que no tendrían mayores repercusiones.

Para muestra, basta lo sucedido con Canadá hace pocos meses. A pesar de que es muy poco común que las potencias occidentales critiquen abiertamente la conducta de Arabia Saudita, Ottawa decidió dar un paso este último verano y emitió una declaración—en lengua árabe—condenando el record saudí en materia de derechos humanos, así como su maltrato a la disidencia. Riad respondió de inmediato expulsando al embajador canadiense del reino además de cancelar convenios de inversión y comercio con Canadá. Cuando Ottawa buscó respaldo internacional, se encontró absolutamente sola. La Casa Blanca, por ejemplo, respondió que las diferencias entre esos dos países no eran de su competencia. Otros países occidentales guardaron silencio. Después de todo, las naciones europeas tienen una alta dependencia del petróleo saudí, sin mencionar que países como Reino Unido, Francia, Alemania o Italia tienen acuerdos de venta de armamento con Riad que valen millones y que nadie parece dispuesto a arriesgar. Bajo esa suposición, quizás el liderazgo saudí se sentiría lo suficientemente inmune como para haber ordenado el asesinato, repito, en caso de verificarse lo que Turquía afirma.

El problema, no obstante, podría estarse saliendo de sus manos toda vez que las intrigas del consulado se están ya entretejiendo con cuestiones políticas en Estados Unidos, el mayor de sus aliados. La administración Trump ha sido muy criticada por sus relaciones especiales con Riad, y en particular con MBS. Incluso se ha llegado a sostener que el peculiar aprecio que se puede observar entre el presidente estadounidense o su yerno, Kushner, con los saudíes, tiene que ver con sus negocios personales. Otros actores critican el desbalanceado respaldo que ofrece Trump a los saudíes en las disputas regionales. Jim Mattis, el secretario de defensa, por ejemplo, ha intentado equilibrar los apoyos de Washington en el conflicto diplomático de Arabia Saudita con Qatar, argumentando que éste último es un aliado militar crucial para EU y que dicha disputa diplomática no beneficia a los intereses estadounidenses.

Así que la administración Trump se está viendo en la necesidad de exigir cuentas a Riad por los hechos del consulado en Estambul. Bolton y Pompeo efectuaron llamadas a Bin Salman demandando transparencia y colaboración en las investigaciones. Trump declaró que, si las acusaciones turcas se comprueban, él “no estaría nada contento”. Lo cierto es que, en el fondo, el presidente comprende las altas apuestas que su administración ha colocado en sus relaciones con los saudíes en temas como su lucha contra Irán, el combate al terrorismo y el proceso de paz palestino-israelí, además de los acuerdos millonarios en materia de armas, entre otros factores. Pero esta vez a Trump y a Kushner no les va a ser tan fácil evadir la política interna. Muchos actores están presionando por llevar el caso de Khashoggi hasta las últimas consecuencias. Incluso un grupo bipartidista en el Senado escribió una carta a Trump exigiendo una investigación a fondo.

En suma, tanto por las implicaciones regionales como por las posibles consecuencias que el asunto pudiera tener en cuanto a las relaciones entre Riad y Washington, es posible que, una vez más, al príncipe Bin Salman, “Mr. Everything”, la situación se le esté complicando (ya sea porque los saudíes son realmente culpables de lo que Turquía los acusa, o bien, simplemente porque parecen culpables y no están haciendo lo suficiente por demostrar lo contrario). Es verdad que, por sus capacidades económicas, energéticas y por su posición geopolítica, el reino saudí conserva mucho poder. Pero sus errores estratégicos se siguen acumulando.

Analista internacional.
Twitter: @maurimm

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