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México es uno de los 25 países más violentos del globo. Desde que el Índice Global de Paz se publica (2007) hemos venido perdiendo puntos y lugares en la tabla. Es verdad que México no está en una guerra con otro país o vive un conflicto interno mayor entre grupos políticos, étnicos o religiosos. Pero eso no significa que no seamos uno de los sitios menos pacíficos del planeta, aunque lo seamos por causas distintas. Por lo tanto, aplicar y adaptar los estudios de paz a lo que acá sucede, tiene sentido. Estudiar la violencia no es estudiar la paz pues la paz no se limita a la ausencia de violencia. La ausencia de violencia y la ausencia de miedo a la violencia componen únicamente su ángulo negativo (comúnmente conocido como paz negativa). Su ángulo positivo, en cambio, consta de los componentes activos, esos que conforman y constituyen a las sociedades pacíficas. En palabras del Instituto para la Economía y la Paz (IEP), se trata de actitudes, instituciones y estructuras que crean y sostienen a dichas sociedades pacíficas. Hoy, gracias a un texto de Séverine Autesserre en Foreign Affairs, tenemos un buen pretexto para repensar en esos temas desde México.
El ensayo habla sobre la crisis de las misiones de mantenimiento de la paz. Autesserre sostiene que, durante décadas, las fuerzas de paz de las Naciones Unidas han sido vistas como “solución” cuando se desata la violencia en distintas partes del mundo. Sin embargo, dice la autora, los Cascos Azules han fallado en cumplir sus objetivos más básicos. Esto se debe a dos cosas: (1) la falta de recursos, y (2) los malentendidos acerca de lo que hace posible una paz sostenida. Es decir, las estrategias de la ONU favorecen acuerdos de arriba hacia abajo (“top-down”) con las élites y partidos políticos, y descuidan las estrategias de abajo hacia arriba (“bottom-up”) que se basan en el conocimiento local, dejando a la misma sociedad civil determinar las mejores formas para promover la paz en su entorno.
No obstante, incluso en ese ensayo persisten ciertas ideas problemáticas que reproducen errores comunes, algunos de los cuales hemos encontrado acá, en México, cuando se habla de paz y pacificación.
Conceptualmente, las misiones de mantenimiento de paz (peacekeeping) se ubican en el segundo de los eslabones de una cadena que inicia con la pacificación o “peacemaking”. Normalmente, por “pacificar” un conflicto, se entiende el producir paz negativa—indispensable para siquiera poder pensar en otras etapas o eslabones de la cadena—es decir, calmar la violencia. Pacificar o “hacer la paz” implica detener la guerra, separar a las partes combatientes o asegurar que se dejen de agredir.
El siguiente eslabón es sostener esa necesaria condición de ausencia de violencia, lo que se conoce como “mantenimiento de paz” o “peacekeeping”. Hay un tercer eslabón, el de fondo, que se conoce como “peacebuilding” o construcción de paz positiva. Este es el punto al que la autora del ensayo se refiere, y ese es el que, lamentablemente, no puede “llegar” desde el firmamento o desde las mesas de negociaciones (top-bottom). La paz tiene que ser construida desde abajo, desde la raíz.
El Instituto para la Economía y la Paz nos aporta algunas ideas al respecto describiendo ocho indicadores en los que las sociedades más pacíficas del globo, de manera clara y constante, muestran mejor desempeño que las sociedades que carecen de paz. Estos son los ocho pilares o columnas de la paz: (1) gobiernos que funcionan adecuadamente, (2) distribución equitativa de los recursos, (3) el flujo libre de la información, (4) un ambiente sano y propicio para negocios y empresas, (5) un alto nivel de capital humano (generado a través de salud, educación, capacitación, investigación y desarrollo), (6) la aceptación de los derechos de otras personas, (7) bajos niveles de corrupción, y (8) buenas relaciones entre vecinos (cohesión social). Esos pilares conforman un sistema complejo, lo que implica que se puede avanzar en un par de columnas específicas, pero si no logramos avanzar en el resto, podemos seguir estando lejos de la paz. O bien, podríamos verlo así: en la medida en que descuidemos algunas de esas columnas, aunque no observemos violencia directa en las calles, en esa medida padecemos falta de paz estructural y estamos incubando condiciones explosivas que pueden estallar en cualquier momento. Por otra parte, el pensar en ese esquema de manera sistémica, nos permite observar cómo interactúan las distintas violencias: la violencia estructural, la violencia criminal, la violencia cultural, la violencia de género o la violencia en el hogar, por poner algunos casos. El Índice de Paz México 2018, por ejemplo, detecta una alta correlación entre la violencia criminal y la violencia familiar.
Además de esa aportación del IEP, existe literatura que abarca otros temas en la construcción de paz como por ejemplo, la promoción del bienestar emocional y condiciones de libertad del miedo a la violencia, lo que incluye la sanación de las heridas mentales que un entorno violento deja a su paso, los procesos de reconciliación y restauración, entre muchos otros factores, todos los cuales forman parte también del sistema que menciono y por tanto, si son descuidados, podrían desplomar las condiciones de paz.
La suma de los elementos anteriores nos dice varias cosas. Primero, es imposible que las misiones de mantenimiento de la paz consigan efectuar esa ardua tarea. Acaso podrían contribuir, de manera limitada, en detonar o activar algunos de los factores señalados, pero su función es “mantener” la paz (negativa), es decir, que la violencia entre las partes permanezca acallada. Si adaptamos esa óptica a las condiciones de México, sucede algo similar. Asumiendo que efectivamente se consiguiese detener los picos de violencia en los que estamos inmersos y acaso se lograra “pacificar” ciertas zonas del país, apenas estaríamos cumpliendo un primer eslabón de la cadena, necesario pero insuficiente (peacemaking). Luego, habría que mantener esa paz negativa (peacekeeping). Pero aún faltaría la parte más ardua y más larga (el peacebuilding), esa que tiene que ver con la construcción de todos esos pilares que eventualmente producirían e idealmente sostendrían las condiciones de paz positiva.
Segundo, el largo proceso de construcción de paz es una labor de Estado, no de gobierno. Así debería ser comunicado y así debería ser asumido. En un esfuerzo que pretendiera edificar los pilares arriba mencionados deben participar transversalmente todas las ramas de gobiernos locales, estatales y federales, los tres poderes de la unión, el sector privado, el sector social, academia, medios, organizaciones religiosas, deportivas, y en general, toda la sociedad haciendo cada parte lo que corresponda. Si se revisa cada una de las ocho columnas mencionadas, ahí hay una agenda de trabajo para cada sector de nuestra sociedad que se nos pueda ocurrir. Y esto, sin incluir todos los otros elementos que las ocho columnas no abarcan.
Esto que, a primera vista, aparece como una tarea monumental (y lo es), pero que es la única salida real si se piensa no en “pacificar” el país, sino en construir paz desde la raíz, se desarrolla mediante estrategias de corto, mediano y largo plazo con objetivos muy concretos, y medidas viables pero que estén orientadas a ir construyendo, palmo a palmo, esas instituciones y estructuras que llevamos décadas—siglos—descuidando.
Por último, las estrategias de construcción de paz no necesitan o deben “esperar” a que el primer eslabón conceptual—la pacificación—rinda frutos. Por el contrario, es probable que en muchas áreas solo sea posible avanzar en el combate a la violencia, si se toman medidas concretas para construir pilares de paz positiva.
En suma, el primer paso para abordar problemas complejos es entenderlos. Y la forma como los comunicamos desenmascara nuestro grado de comprensión de esos problemas. En el pasado, nuestro gobierno hablaba de “devolver” la paz a los mexicanos, asumiendo que, porque hace unos cuantos años no había tantas balas en la calle, en el país había “paz”. Hoy, algunas ramas del nuevo gobierno siguen hablando de “pacificación” cuando probablemente quieren decir “construcción de paz”. Sigue faltando un cambio de chip. La pobreza, la desigualdad, la corrupción, la violación de derechos sociales, económicos, políticos, humanos o la falta de equidad de género, no son las “causas” de la violencia. Esos factores son violencia. Violencia desde las estructuras. En la misma línea, “pacificar” al país es necesario, pero insuficiente para construir condiciones y pilares que sostengan la paz estructural. Pensar en proyectos integrales y colaborativos que puedan involucrar a todos los sectores de nuestra sociedad pasa por tener estos conceptos muy claros.
(Agradezco a Sofía Quintanilla por la colaboración en la preparación de este texto)
Analista internacional
Twitter: @maurimm