Es cuestión de concepciones, me parece. Si nos concebimos como un país cuyos mayores problemas son esencialmente propios y locales, y que por tanto debe estar enfocado preeminentemente a resolver esas problemáticas internas no vinculadas con lo que sucede afuera, entonces podría no ser prioritario dedicar el valioso y escaso tiempo para viajar y encontrarse con líderes de otras naciones en foros cuyos resultados son a veces cuestionables. Siguiendo esa línea, por ejemplo, las diferencias que podemos llegar a tener con un país como EEUU—eso sí todos sabemos que nos importa—deben ser resueltas de manera bilateral. Sin embargo, si comprendemos la naturaleza internacional y transnacional de muchos de los gravísimos problemas que impactan directamente a nuestros intereses, y asumimos que es imposible resolver esos problemas exclusivamente mediante políticas públicas locales (por más eficaces que estas pudiesen resultar) o mediante negociaciones bilaterales sujetas a los objetivos electorales de Donald Trump, entonces nuestras prioridades podrían reorientarse y nuestra participación activa en la agenda multilateral se convierte en uno de los puntos más importantes a atender en paralelo a las medidas que implementemos al interior. Permítame colocar acá solo algunos ejemplos interconectados a partir de las coyunturas que vivimos.

Pensemos en el crimen organizado. Existen grandes flujos de oferta y demanda de droga, además de otros productos ilícitos, los cuales rebasan las fronteras y que al hacerlo impactan a sociedades enteras, aprovechándose, en efecto, de la corrupción y debilidad estructural de las instituciones locales. En el camino, es verdad que países como el nuestro se vuelven grandes consumidores y productores, y se genera otro tipo de negocios y actividades criminales, y que nuestra población es azotada por la violencia. Pero más allá de lo que sucede localmente y de problemas como la impunidad, la ineficacia de nuestras instituciones o la corrupción interna, en nuestro territorio hay organizaciones criminales que operan en decenas de países, que emplean redes globales de tráfico de armas y de personas, que no se entienden sin las redes transnacionales de lavado de dinero y que trabajan todos los días para cubrir la gran demanda de drogas que existe en EEUU, Canadá o Europa, entre otras partes. Muchas de estas mismas organizaciones están ahí de manera directa o indirecta en países como los centroamericanos. El fenómeno no tiene nacionalidad y se monta en los instrumentos y beneficios que la globalización ha aportado para las transacciones entre sociedades y economías diversas. En otras palabras, lo que sucede con el crimen organizado en otros países importa porque no se trata de “otro” fenómeno, sino de un mismo fenómeno con diferentes tentáculos. Cortar uno o varios de esos tentáculos podría ayudar, pero solo limitadamente. Atacar esta manifestación de naturaleza transnacional requiere de colaboración con otros gobiernos y sociedades.

La cuestión es que ese mismo tema hoy en día se encuentra altamente entretejido con la migración, uno más de esos asuntos que no pueden ser entendidos ni atendidos desde lo local. Los movimientos masivos de personas, ya sea porque buscan mejores condiciones económicas para vivir, o bien, porque huyen a causa de la violencia—en nuestro continente directamente vinculada con el crimen organizado en sus muy diversas facetas—afectan a las sociedades expulsoras, a las sociedades receptoras y a los países de tránsito. Las personas huyen de sus localidades porque en ellas existen condiciones de expulsión que van a seguir existiendo si no se resuelven sus causas, y migran principalmente hacia el norte porque ahí existe una gran masa de atracción que va a seguir existiendo independientemente de muros y guardias. Si la guerra siria sigue matando e hiriendo a las personas, y en Grecia o Hungría se construyen grandes rejas y se despliegan soldados para que esos refugiados no pasen, los refugiados tomarán otras rutas más peligrosas hacia Europa, como la del Mediterráneo, aún ante el riesgo de ahogarse en las balsas. Pero mientras los conflictos en sitios “lejanos” sigan ardiendo, esos refugiados seguirán intentando llegar a Europa del mismo modo que si la violencia sigue asediando a Centroamérica habrá olas de personas que estén dispuestas a correr más riesgos con tal de llegar a EEUU. ¿A quién corresponde resolver entonces el conflicto sirio o el afgano, o los que existen en África? ¿De qué país es el problema del crimen organizado? ¿Que cada nación resuelva sus asuntos de manera separada y priorice sus muy específicas agendas? ¿O en qué punto todas nuestras agendas se cruzan y conectan?

Consideremos ahora el otro tema que Trump nos hizo favor de ligar a los anteriores, el comercio internacional. La Casa Blanca está implementando una estrategia que no es exclusiva a sus relaciones con México. Trump sostiene que todos los países se han aprovechado de EEUU, que todos comercian con Washington bajo condiciones injustas y que es hora de resolverlo. Más aún, para ese presidente es posible invocar poderes de emergencia, o argumentar peligros a la seguridad nacional con tal de violar los acuerdos internacionales, desconocer a los foros multilaterales, o golpear al sistema de organizaciones internacionales que tantos años nos ha costado construir, a fin de imponer aranceles sin ton ni son. Al hacerlo, Trump está cumpliendo con su agenda de “America First” y alimentando a su base con lo que ésta quiere escuchar y recibir justo cuando arrancan las campañas electorales. Si a eso sumamos que esa misma base considera al tema migratorio como el más importante que enfrenta EEUU, entonces Trump consigue una carambola a tres bandas cuando nos amenaza con aranceles (que violan nuestros acuerdos internacionales y desconocen la validez de la Organización Mundial de Comercio) si no endurecemos nuestras políticas migratorias. Pero, nuevamente, no es un asunto exclusivamente bilateral. Trump está implementando estrategias similares con muchos otros países, incluidos aliados como los europeos o como la India y ese es uno de los mayores temas de discusión en la cumbre del G20 en Osaka.

Por lo tanto, debido a los riesgos inmediatos que el tema comercial representa para nuestra propia economía, y debido a cómo este tema se está entretejiendo con otros problemas globales como la migración y el crimen organizado que también nos son prioritarios, el involucramiento activo de México al máximo nivel (con todo el respeto que nuestro canciller nos merece) para interactuar con sus pares y demostrar que nos importa el sistema internacional, y que debemos colaborar para trabajar en respuestas globales para retos globales, fortaleciendo las leyes y las instituciones internacionales en tiempos en los que están siendo atacadas e ignoradas, es tan relevante como cualquier medida que decidamos implementar a nivel interno. Para asuntos cruciales como los que menciono y otros muchos que ya no alcanzo a mencionar como lo es la crisis climática que vive el planeta o la ciberseguridad, no puede haber escasez de recursos ni de tiempo.

Analista internacional.
Twitter: @maurimm

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