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Los vínculos entre grupos terroristas y grupos de crimen organizado se mantienen creciendo. Cuando vemos al terrorismo como un fenómeno lejano, cuya mayoría de víctimas habita en países que no sabemos ubicar en los mapas, o cuando lo asociamos con una única religión o con determinadas ideologías y tendemos a extraviarnos en las notas de coyuntura, a veces pasa que omitimos los factores estructurales y sistémicos que le favorecen, descuidamos el panorama completo y corremos el riesgo de dejar de actuar. El Índice Global de Terrorismo (GTI) 2018 apenas publicado, es muy revelador en ese sentido. La buena: por tercer año consecutivo, las muertes por terrorismo presentan una baja considerable. Esto se debe esencialmente al éxito relativo en el combate a una organización, ISIS, la mayor perpetradora de atentados en los últimos tiempos. Los datos, sin embargo, deben ser leídos con mucho cuidado. Primero, porque más allá de que ISIS sigue conservando en Siria e Irak unos 20 a 30 mil combatientes, las operaciones de esa organización se han expandido considerablemente hasta abarcar ya 286 ciudades en cuatro regiones y tres continentes del planeta. Segundo, porque a nivel global han emergido decenas de otros grupos y perpetradores con causas diferentes, lo que incluye actores de extrema derecha en Estados Unidos y Europa. Tercero, porque si bien ha bajado la letalidad, en muchos sitios como Europa, el número de ataques sigue en ascenso lo que significa que el fenómeno continúa vivo en sus causas raíz. Y cuarto, porque la colaboración entre terrorismo y crimen organizado no disminuye, sino que tiende a aumentar como resultado de las estrategias antiterroristas de combate frontal que han sido implementadas por potencias como EU. En esto último concentro el texto de hoy. Los crecientes nexos crimen-terrorismo.
Empecemos por comprender que una agrupación como ISIS y cualquier organización criminal, la que sea, operan dentro de un mismo sistema. En ese mismo sistema, se trafica armas, drogas, personas, se lava dinero, se falsifica documentos o se vende petróleo, combustible y toda clase de artículos ilícitos en el mercado negro. Muchas de estas operaciones son locales, pero muchas más son transnacionales lo que convierte a esta serie de problemáticas en cuestiones que tienen que ser tratadas de manera colaborativa entre muy distintos países. Es dentro de ese sistema que estamos viendo un creciente número de interacciones entre grupos terroristas y grupos criminales que van desde la cooperación, hasta algo que podríamos denominar su mímesis. Se trata de temas que hoy están siendo estudiados a profundidad, y de los que apenas empiezan a emerger detalles. Acá solo algunos de los ángulos que están siendo trabajados:
El primero, en sitios como Europa, casi la mitad de quienes cometen ataques terroristas tienen antecedentes criminales. Una buena parte del reclutamiento ocurre en prisiones, en donde las condiciones tienden a favorecer los procesos de radicalización y adoctrinamiento. El hecho de que casi uno de cada dos terroristas haya cometido alguna clase de crimen de manera previa a un atentado nos da una pista de cuán importante es combatir factores estructurales que favorecen tanto el crimen como la radicalización y reclutamiento de extremistas, factores que, al menos en países occidentales, son casi los mismos.
El segundo, los nexos crimen-terrorismo también se hacen presentes una vez que al plan para cometer atentados se encuentra en marcha. Esto ocurre en muchas ocasiones para mover armas o explosivos, o mediante la falsificación de documentos o para trasladar individuos ilegalmente entre países, solo por mencionar algunos ejemplos. A pesar de que en países occidentales la mayoría de ataques terroristas son perpetrados por lobos solitarios, bajo las condiciones de vigilancia física y digital que hoy han implementado las agencias de seguridad e inteligencia de muchos lugares, es imposible entender la comisión de los atentados terroristas más letales sin el involucramiento del crimen organizado a través de sus diversas actividades.
El tercero, la cooperación crimen-terrorismo como mecanismo de financiamiento y supervivencia. ISIS, por ejemplo, llegó a recibir hasta 1.5 millones de dólares diarios por su producción petrolera. ¿Cómo piensa usted que ese petróleo era vendido y traficado por Asia y Europa? Las redes de colaboración entre esa agrupación y el crimen organizado se fueron multiplicando con los años hasta abarcar actividades como el tráfico de personas, el tráfico de objetos arqueológicos, el lavado de dinero, el contrabando de tecnología para fabricación de misiles y drones, y, muchas más como, por supuesto, el tráfico de drogas. De hecho, los reportes indican que, a medida que ISIS fue perdiendo el territorio que controlaba en Siria e Irak, y la mayor parte de aquellas cadenas de abasto iban siendo bloqueadas, el uso del narcotráfico como fuente de financiamiento por parte de esa agrupación se ha incrementado considerablemente hasta convertirse en uno de sus principales ingresos. Además, ISIS o sus filiales tienen operaciones en unos 26 países diferentes, por lo que sus redes de colaboración con narcotraficantes en distintos continentes siguen creciendo, redes que ya podrían incluir grupos de crimen organizado de nuestro país, sobre todo con aquellas organizaciones que tienen mayor actividad transnacional (esto último es parte de lo que está siendo investigado).
El cuarto, la mímesis. Este aspecto merece varios textos completos y ha sido abordado con detalle en el libro que publiqué este año: “Crimen organizado, miedo y construcción de paz en México” (https://amzn.to/2F69mHn). Permítame resumirlo. Según el GTI 2018, 99% de muertes por terrorismo en el planeta, ocurren en países que se encuentran en situación de conflicto armado e inestabilidad. Ello conlleva una pregunta que frecuentemente nos hacen: si el terrorismo se correlaciona con la falta de paz, ¿por qué en países como México, ubicado entre las 25 naciones menos pacíficas del globo (IEP, 2018), no parece haber terrorismo? En efecto, fuera de ciertos eventos muy específicos, en México es difícil hablar de la existencia de terrorismo clásico. No obstante, la violencia tiene muy distintas caras y como dije, el sistema en el que los grupos terroristas y grupos criminales operan, es el mismo, lo que orilla no solo a la colaboración material entre estas agrupaciones, sino a que unas aprendan de las otras e incluso imiten sus métodos. Esto puede apreciarse en temas como el uso de estrategias de comunicación y el empleo redes sociales para publicitar actos de violencia. Es decir, una cosa es cometer un homicidio. Otra cosa es grabarlo o grabar un acto brutal de tortura y luego subirlo a YouTube o enviar el video a una televisora (casos que hemos documentado con grupos criminales mexicanos mucho antes de que ISIS utilizara estos métodos) para que estos actos sean reproducidos y vistos por millones de terceros a fin de propagar el terror, enviar mensajes y así, ejercer presión psicológica entre diversos actores y amplias capas de la sociedad. Hay incontables ejemplos no solo del uso de redes sociales, sino de otras tácticas en las que la violencia es solo un instrumento para provocar pánico masivo y emplear el estrés colectivo como un arma altamente eficaz. Es claro que las motivaciones de grupos criminales como los que operan en México no son religiosas, ideológicas y muchas veces tampoco son políticas, por lo que yo he preferido denominar a muchos de estos actos como “cuasi-terrorismo”. Brian Phillips, experto en terrorismo del CIDE las ha llamado “tácticas terroristas” empleadas por grupos criminales. Sea cual fuere el término elegido, lo que tenemos ya en México y otros países latinoamericanos es una afectación psicosocial no demasiado distinta a la que ocurre en países como Irak, Siria o Afganistán (también documentada en mi libro). Es decir, cuando hablamos de extremismo violento, procesos de radicalización y desconexión moral, cohesión organizacional, o estrategias de comunicación y publicitación de la violencia para causar terror, hay mucho en lo que muy distintas sociedades terminamos lamentablemente hermanadas.
En suma, parte de los efectos de la globalización tienen que ver con la conformación de un sistema en el que actores estatales y no estatales coexisten, chocan, compiten, conviven, interactúan, comparten y/o colaboran. Esto nos obliga a repensar lo que es cercano y lo que parece distante. En ese sentido, el combate al terrorismo, la capacidad de adaptación de muchas organizaciones a las nuevas condiciones, y la expansión del fenómeno, son temas que nos afectan y, por tanto, nos incumben más de lo que a veces creemos.