Permítame empezar con este ejemplo. Hace unas semanas Turquía—miembro de la OTAN y aliado de EU—inició una ofensiva militar en Afrin, Siria, contra los kurdos—también aliados de Washington. Pero en otras acciones, en los mismos días, EU bombardeó y mató a unos 100 combatientes leales al presidente sirio Assad, pues estos se dirigían a capturar posiciones de las mismas milicias kurdas apoyadas por Washington. Mientras tanto, Turquía negocia con Rusia y con Irán—los principales aliados de Assad—los términos para garantizar sus intereses en la zona. Pero unos días después, el mismo presidente Assad, pacta con los kurdos que Turquía está atacando y posiciona fuerzas en Afrin para defenderles. En otras palabras: Turquía, aliado de EU, se aleja de EU, se acerca a Rusia y ataca a los kurdos, otros aliados de EU, que ahora son defendidos por Assad, el aliado de Irán y de Putin, quien negoció con Turquía el ataque a los mismos kurdos. Este rompecabezas, en donde dos más dos no siempre son cuatro, parece ya cosa cotidiana en Medio Oriente. Escribo este texto para tratar de contribuir, si acaso se puede, a desenredar un poco de ese estambre.
Primero, en Siria Assad pelea contra el Ejército Libre Sirio, una coalición de milicias denominadas “laicas” o no religiosas; también pelea contra milicias islámicas locales, contra una filial de Al Qaeda y contra ISIS. Pero todas esas milicias no forman un cuerpo rebelde unificado. A lo largo de los últimos seis años, ha sido muy común verlas pelear entre sí. También ha sido común ver a combatientes de una milicia islámica pasándose a las filas de otra, o a las de Al Qaeda, o a las de ISIS. Igualmente vimos a militantes extranjeros que llegaron para sumarse a Al Qaeda, pero migraron a ISIS y que hoy, cuando ISIS ha perdido territorio, se mudan a otras filiales de ISIS en la región, o incluso retornan a las filas de Al Qaeda. También ha sido común observar alianzas entre milicias antes enfrentadas a muerte, conforme perdían fuerza, para poder resistir la guerra.
Ahora bien, con el fin de debilitar a Assad y, sobre todo a Irán, su principal aliado regional, el apoyo externo hacia la rebelión llegó desde países como Arabia Saudita, Turquía y Qatar. Pero esto no significa que esos países tuviesen intereses unificados. Cada uno de ellos se ha guiado por su propia agenda y busca fortalecer su propia posición ante la inestabilidad que vive toda la zona. Esto produce competencia y conflicto entre ellos mismos. Así, a lo largo de estos años, se puede apreciar cómo es que Qatar y Arabia Saudita respaldan a actores distintos, incluso rivales, en diversos sitios. Por ejemplo, Doha apoyó a Morsi, el hermano musulmán, en Egipto, mientras que Arabia Saudita apoya a Sisi, el militar que lo derrocó. Algo similar ocurre en la guerra en Libia y en otros sitios. Esta competencia por poder e influencia entre las potencias del Golfo termina en choque y ruptura diplomática el año pasado, lo que permanece hasta nuestros días.
En aquél triángulo, Turquía está con Qatar, pero, nuevamente Erdogan tiene su propia lectura y sus propios planes. Comprendiendo que quien estaba ganando en Siria era el presidente Assad—aliado de Rusia e Irán—Ankara decide intentar negociar con estos países el desenlace de la guerra, procurando con ello garantizar sus intereses de seguridad. Esto hace que Turquía flexibilice su posición, antes inamovible, de que Assad debería dejar el poder. Sin embargo, dado el panorama actual del territorio sirio, Ankara se da cuenta de que las fuerzas kurdas son uno de los actores más beneficiados pues, tras haber combatido a ISIS exitosamente con ayuda de EU, actualmente controlan un 25% del país. Esto provoca temores serios en Turquía, dada la importante minoría y militancia kurda que hay en ese país. Para Erdogan, hay una clara identidad entre los kurdos-turcos, con quienes sostiene un añejo conflicto, y los kurdos-sirios. Por consiguiente, Ankara decide contener y replegar el avance kurdo en Siria, para lo que lanza una ofensiva militar hace unas semanas que ya ha provocado estragos. El problema es que la alianza entre Washington y los kurdos coloca a Turquía y a EU—ambos miembros de la OTAN y aliados estratégicos—en dos bandos opuestos. De hecho, hay presencia militar estadounidense en la zona, y si Turquía decide seguir atacando posiciones kurdas, un incidente de choque con militares de EU, no puede descartarse.
Pero hay más. En realidad, muchos kurdos se sienten decepcionados y abandonados por la Casa Blanca. En su visión, EU los utilizó solo para combatir a ISIS, y actualmente, ante el embate de Turquía en su contra, Washington parece ausente. Así, buscando proteger su seguridad frente a los ataques turcos, hay algunos grupos kurdos que están prefiriendo pactar con Assad apenas unos días después de que EU atacara a las milicias pro-Assad en la misma zona. Esto ha provocado movilizaciones de fuerzas pro-Assad en Afrin, lo que les ha puesto frente a frente con el ejército turco, un asunto que, si no se contiene, podría hacerles chocar en cualquier momento.
De igual modo, hay que entender que una superpotencia como Rusia actúa no a partir de mostrar “amistad” o “lealtad” ante sus aliados, sino a partir de agendas e intereses propios. Esto tiende a acercarle a actores de manera absolutamente pragmática, para posteriormente alejarle de esos mismos actores, si el Kremlin lo juzga adecuado. Un día, a raíz de un ataque turco y desplome de un avión ruso, Putin amenaza a Ankara con derribar sus aviones “si se atreve a sobrevolar el cielo sirio una vez más”. Al otro día, tras acordar nuevos esquemas, Putin y Erdogan se muestran risueños y amigables ante las cámaras. Lo que a todos parece quedar claro, es que, después de su intervención militar directa iniciada en 2015, y tras haber rescatado a Assad, Rusia es el poder mayor con el que hay que tratar en esa región. Por consiguiente, si bien Irán no es precisamente el más cercano aliado de Moscú, las circunstancias colocaron a esos dos países en un mismo bando y Teherán ha tenido que establecer un pacto por conveniencia con el Kremlin. Israel, otro país que ha estado bombardeando territorio sirio desde hace tiempo, también comprende que cualquier movimiento de su parte debe ser negociado no con Washington, su aliado tradicional, sino con Moscú. Putin, por ahora, ha mostrado la capacidad de contener una espiral de violencia entre Israel e Irán, y quizás tendría también que mostrar sus capacidades para contener espirales entre otros actores como Turquía y las fuerzas pro-Assad. Pero al mismo tiempo, Moscú está asistiendo a Assad en sus bombardeos indiscriminados en contra de los rebeldes, bombardeos que solo en los últimos días provocaron más de 500 muertos.
Al final, tanto en Siria como en otras partes de Medio Oriente, se viven momentos de altísima inestabilidad, la cual presenta dinámicas distintas, alianzas y coaliciones fluidas, aproximaciones y deserciones todos los días. Tratar de entenderlas desde la lógica no siempre funciona. Lo que sí hay, es una constante: miles de muertos, heridos, desplazados internos y refugiados que siguen pagando los costos.