Estos días de campañas es común escuchar acerca de la necesidad de tener un México en paz. Lo malo es que no siempre se entiende lo que eso significa. Nuestro concepto de paz se encuentra normalmente relacionado con detener la violencia. De hecho, frecuentemente cuando se usa la palabra paz se le pone el apellido de “tranquilidad”, e incluso se le añade el prefijo de “devolver”, lo que resulta en algo más o menos así: “Es necesario devolver la paz y la tranquilidad a los mexicanos”, una frase que exhibe la falta de familiaridad con la muy vasta literatura sobre la materia. Algunas nociones básicas para entender a qué me refiero: (1) La paz incluye, en efecto, pero no se limita a la ausencia de violencia. Esto ya no es, desde hace tiempo, una suposición, sino una afirmación sustentada con suficiente evidencia; (2) Esa misma investigación demuestra que las condiciones de paz de raíz suponen la fortaleza en indicadores estructurales materiales y no materiales, lo que contempla temas que van desde la distribución equitativa de los recursos, el contar con bajos niveles de corrupción y el tener instituciones sólidas que funcionen, hasta otros como el respeto a los derechos de otras personas, entre muchos más (IEP, 2017). Por lo tanto, cuando se habla de “devolver” la paz, se supone que hace unos pocos años había “paz” en el país porque había menos balas o menos sangre, sin considerar los factores estructurales (conocidos como violencia estructural) que resultan en la violencia directa, presentes en México desde hace mucho tiempo; y (3) Un estado de paz no implica la ausencia de conflicto. El conflicto es natural a las interacciones humanas, partiendo de la base de que somos seres diversos, creemos en cosas distintas, tenemos formas diferentes de pensar y de comportarnos. Sin embargo, las sociedades más pacíficas desarrollan mecanismos no violentos para resolver los conflictos que emergen de esa pluralidad. La tranquilidad no siempre describe o acompaña a esas circunstancias. En este último rubro, el cómo se procesa el conflicto, me concentro en el texto de hoy.
La iniciativa Méxicos Posibles es un proyecto que, desde el 2014, involucra a un grupo de mexicanas/os enormemente plural y diverso. El grupo comprende a funcionarias/os públicas/os, legisladoras/es pertenecientes a partidos políticos diferentes, miembros de las fuerzas de seguridad, miembros de la sociedad civil activos en muy variados ámbitos, empresarias/os, representantes religiosas/os, académicas/os y periodistas, entre otros sectores. A mí se me invitó a formar parte de la segunda generación de trabajo. El gran reto era, a lo largo de una serie de talleres intensivos, lograr ponernos de acuerdo en cuestiones mínimas para identificar los principales problemas de nuestro país y elaborar los escenarios bajo los cuales México podría arribar al año 2030. El producto de las labores de ambas generaciones y más información sobre la iniciativa se pueden encontrar en www.mexicosposibles.mx. Pero para mí, una persona interesada en temas de conflicto (no solo internacional) y construcción de paz, hay una serie de claves y aprendizajes en este tipo de ejercicios que bien haríamos en rescatar. Especialmente considerando la tormenta perfecta que vivimos en México, la cual combina a la peor etapa de violencia de los últimos 20 años, con una altísima polarización social y política, además de una gran desconfianza en nuestras instituciones.
El primer aprendizaje, la necesidad de incluir, a pesar de los conflictos que nos enfrentan; con más razón a causa de ellos. La paz disociativa es aquella condición en la que las partes en conflicto solo son separadas o apartadas para que dejen de agredirse. De manera mucho más honda y permanente, la paz asociativa es una aproximación que busca construir o restablecer vínculos de interacción entre los actores conflictuados, a fin de que la violencia sea cada vez una opción menos viable para resolver aquello que les confronta (Galtung, 1985). La paz asociativa, sin embargo, es un proceso largo, difícil y no libre de obstáculos. A veces, en efecto, esto no puede si quiera pensarse sin primero detener los círculos de violencia. A veces, se trabaja en ambos esquemas—disosciación y asociación—de manera paralela. Pero al margen de ello, edificar la paz desde su misma base implica construir mecanismos y herramientas mediante las que los actores sociales (a nivel interno, o bien, los actores estatales a nivel internacional), puedan eficazmente procesar sus diferencias. Alguien diría, seguramente, que para eso están las instituciones, las leyes y el Estado. Es correcto, pero el tema es más complejo. Primero porque para que sean eficaces, los instrumentos y mecanismos para resolver nuestros conflictos deben ser aprendidos, utilizados e implementados desde lo más hondo de nuestras sociedades, deben formar parte de nuestra educación y de nuestra normalidad. Y segundo, porque cuando nuestro Estado se encuentra estructuralmente enfermo y cuando nuestras instituciones carecen de la confianza de la ciudadanía, otros sectores de la sociedad necesitan participar activamente ofreciendo alternativas. Así que cualquier ejercicio que demuestre eficacia en cómo se procesa la divergencia es absolutamente saludable en países como el nuestro. En todo caso, en esta iniciativa particular, el Estado no se encuentra excluido. La clave, repito, es la inclusión.
El segundo aprendizaje: Méxicos Posibles es un testimonio vivo de que, mediante herramientas metodológicas adecuadas, no es imposible alcanzar acuerdos mínimos entre personas con muy distintas formas de ver, vivir y entender la realidad, a fin de identificar diagnósticos, elaborar posibles escenarios, y pensar en algunas bases comunes para evitar que los peores de ellos lleguen a cumplirse. En mi experiencia, lo más valioso de este testimonio vivo se encuentra menos en la precisión de estos diagnósticos y escenarios, y mucho más en el haber atestiguado cómo se iban dirimiendo las disputas ideológicas y cómo se iba procesando el conflicto entre estos tan diversos actores a medida que los talleres iban avanzando.
El tercer aprendizaje, probablemente el mayor: el valor de escuchar y colocarse en los zapatos de nuestros “otros”, a veces solo percibidos como opuestos, a veces simplemente invisibles en nuestras cámaras de eco, en nuestros guetos de seguidores y seguidos en redes sociales, o en nuestros espacios de interacción cotidiana. La metodología implementada en nuestros talleres, desarrollada por Reos Partners, identifica la necesidad de superar nuestro impulso por siempre tener la razón y convencer a esos “otros” acerca de nuestra verdad, la única que vemos. Pudimos experimentar en carne propia lo que supone alcanzar etapas de verdadero y profundo diálogo, un diálogo en el que podamos estar presentes, honesta y verdaderamente escuchando a esa contraparte con quien tenemos tantas diferencias para conseguir transformar sus problemas y preocupaciones, en temas comunes en los que corresponsablemente necesitamos trabajar de manera colaborativa. Es una especie de pasar del “los otros” al “nosotros”, una condición en la que terminamos no “enseñando” o “demostrando” la validez de nuestras lecturas de la realidad, sino aprendiendo a comprender las lecturas de la realidad de personas con quienes en condiciones normales no tendríamos conversación alguna.
Los elementos que describo, no la ausencia de conflicto, son el componente activo de la paz en su forma más pura. Aquellos factores materiales y no materiales que producen integración y colaboración en el seno de nuestras sociedades, reconociendo nuestra diversidad y nuestra divergencia, pero al mismo tiempo asumiendo la necesidad de escucharnos, de suspender el juicio y la descalificación, son el mismo ADN de esa paz que cuando falta, se traduce en las condiciones que hoy nuestro país padece. Méxicos Posibles no es, seguramente, la única respuesta existente. Pero es una propuesta que, como podemos atestiguarlo más de 90 personas, es altamente eficaz y que, por tanto, tiene sentido seguir replicando y expandiendo.