El vocero del ejército israelí lo puso de este modo: “Israel falló en ‘minimizar las bajas’ en Gaza, y Hamás ganó la guerra de relaciones públicas por nocaut”.
Sin saber si esa fue su intención al emitirla, esa sola frase nos aporta cuatro elementos que deben ser analizados con sumo cuidado si se desea comprender y tratar de prevenir que eventos sangrientos como el del lunes sigan ocurriendo. Esos factores son: (a) las víctimas del fuego israelí, el debate interno acerca del uso de dicho fuego para contener manifestaciones como las ocurridas en Gaza las últimas semanas, y las implicaciones que acarrea la “falla”, como la llama el vocero, en minimizar esas víctimas; (b) el “nocaut” que sufre Israel en la otra guerra, la guerra no-material, la simbólica, la política; (c) la activa participación de Hamás—la organización islámica que controla de facto la Franja de Gaza—en dichas manifestaciones, un factor del que hoy, pasados unos días, tenemos más información; y (d) el mismo hecho de que Hamás sostenga una guerra permanente contra Israel nos habla, por encima de todo, de los incontables factores irresueltos en aquella zona del mundo. Pensar que es posible administrar, sin resolver, el añejo conflicto palestino-israelí y el estatus de los territorios ocupados por Israel, así como otras profundas problemáticas como la pugna entre Hamás y el partido del presidente palestino Abbas, Fatah, o las insostenibles circunstancias socioeconómicas bajo las que viven 2.5 millones de palestinos en Gaza, normalmente hace que estos factores se conjunten, como tormentas perfectas, y exploten sin control. Procuramos en el texto de hoy abordar brevemente esos cuatro factores.
El debate al interior de Israel acerca de la utilización de armas de fuego para contener las protestas palestinas no es nuevo, sobre todo porque un componente de estas manifestaciones no es enteramente pacífico. Esta discusión emerge desde tiempos de las dos Intifadas o revueltas populares palestinas. Los palestinos encontraron, en aquél entonces, que este tipo de protestas visibilizaba, ante la opinión pública mundial, la desproporción en el conflicto palestino-israelí. Por lo tanto, era común en esa región observar a manifestantes arrojando piedras, cocteles molotov y proyectiles caseros contra soldados fuertemente armados. Ya en la segunda Intifada (año 2000), a estas tácticas, ciertos grupos palestinos añadieron el uso de pistolas y rifles por parte de algunos manifestantes, lo que catalizó el debate que menciono acerca de cómo contener esas protestas. A pesar de ello, en los últimos años se alcanzó un consenso: la utilización de balas de fuego contra esos manifestantes se debía restringir al mínimo y se debía reducir únicamente a aquellas instancias en las que claramente la vida de algún militar estuviese amenazada. Esto cambió en fechas recientes, cuando se previó el tipo de manifestaciones que iban a tener lugar en la cerca que divide a Gaza de Israel.
El argumento de la cúpula militar para flexibilizar el uso de balas de fuego era que un número de militantes de Hamás y la Jihad Islámica se iba a infiltrar en las manifestaciones y, si conseguían cruzar a territorio israelí, podían llevar a cabo ataques contra militares o incluso atentados terroristas contra la población ubicada en zonas aledañas a la cerca con Gaza. Por tanto, la decisión fue disparar cada vez que los soldados observaran que los manifestantes se aproximaran a la cerca. Esto, por supuesto, lo complica todo. Primero, porque la gran mayoría de manifestantes son, en efecto, participantes pacíficos que no buscan sino expresar su angustia y desesperación.
Segundo, porque bajo las circunstancias de esas manifestaciones (quemas de llantas, humo negro, bajísima visibilidad, masas de personas corriendo de un lado a otro), es muy difícil determinar si existe o no existe intención de infiltrar hacia territorio israelí y mucho menos, cometer algún acto violento, y, por tanto, crece el número de víctimas que nada tienen que ver con potenciales militantes infiltradores. Y tercero, porque con esas consecuencias—decenas de muertos y miles de heridos—es muy complicado para el ejército defender (dentro y fuera de Israel) el uso de armas de fuego para contener potenciales amenazas a su seguridad, en contraste con el uso de otras herramientas para el control de manifestaciones como las balas de goma o las tanquetas de agua.
De ahí procede el “nocaut” del que habla el vocero del ejército israelí. No hay narrativa que pueda con sesenta y dos muertos. La guerra, nos enseña Clausewitz, es la continuación de la política por otros medios. Ganar una guerra en el campo material, pero perderla en el terreno político, no resulta en victoria. Y si en realidad, como dice el vocero, Israel está luchando esa otra guerra contra Hamás, la guerra que se libra en el campo no-material, en el de la opinión pública, y que se traslada a las esferas política y diplomática, su derrota en ese universo no es algo nuevo ni menor, pues arroja consecuencias delicadas para sus propios intereses. Por consiguiente, más allá del tema humano—que por sí mismo tendría que ser ya suficiente razón—el ejército israelí tendría que pensar en alternativas más eficaces para “minimizar las bajas” y no salir noqueado por Hamás en ese plano.
Esto nos lleva al siguiente factor: la participación de Hamás en estos hechos. Algunos elementos parecen haber sido omitidos en el relato de esta historia por parte de varios medios. La manifestación del lunes no era la primera, sino la octava de una serie de protestas que debían culminar el martes 15 de mayo, el día que se conmemoró el 70 aniversario de la “Nakbah” o la “Catástrofe”, como el pueblo palestino llama a la fecha de la creación del Estado de Israel.
Esa causa se combinó, en efecto, con la protesta por la inauguración de la embajada estadounidense en Jerusalén. Sin embargo, el martes era el día que más manifestantes se esperaba desde hace meses, y, en cambio, las protestas fueron muchas menos y mucho menos violentas que las del lunes. Lo que pasó, aparentemente, es que tras lo ocurrido el lunes, Hamás entendió que, de seguir escalando las tensiones, esas manifestaciones podían terminar en un conflicto armado con Israel, cosa que, en este punto, la dirigencia de la organización no desea.
Adicionalmente, al interior de Gaza, Hamás estaba siendo acusada de “enviar a jóvenes y niños” a recibir disparos del ejército israelí. Tanto fue así, que un alto funcionario de Hamás tuvo que defenderse ante la prensa palestina y declaró el martes que “50 de los 62 muertos eran miembros de Hamás”, superando con ello la narrativa del propio gobierno israelí que situó el número de militantes en 24. Más allá de quienes sí eran y quienes no eran militantes de Hamás, lo que hoy sabemos es que efectivamente esa organización ha tenido un importante grado de control sobre las protestas.
Podríamos decir que hay tres grupos de manifestantes. Obviamente el mayor, con mucho, es el de las decenas de miles de palestinos que protestan pacíficamente alejados de la cerca fronteriza con Israel. Un segundo grupo son aquellos quienes se aproximan a la cerca y arrojan piedras, cocteles molotov o proyectiles similares contra los soldados.
El tercer grupo, minoritario, son los militantes de Hamás quienes se aproximan a la cerca aparentemente con intención de cruzarla, o bien, consiguen que otros militantes o simpatizantes lo hagan, lo que activa el fuego israelí, resultando en decenas de muertos y miles de heridos, salvo que no solo entre esos militantes, sino entre los tres grupos mencionados.
Por lo que sabemos, la dirigencia de Hamás evaluó la situación y concluyó que el lunes esto se le salió de las manos y, gracias a la intervención mediadora de Egipto, llegó a la decisión de calmar los eventos el martes. Hamás había inicialmente rechazado una oferta egipcia de abrir el cruce de Rafah (frontera Gaza-Egipto, cruce normalmente cerrado), si esa organización cancelaba las protestas del lunes. Pero después de los sangrientos eventos, Hamás optó por aceptar la propuesta egipcia y restringió las manifestaciones del martes, a pesar de que ese iba a ser el momento culminante de las protestas de los últimos meses.
Esto se conecta con lo más importante de todo. Por duros y lamentables que hayan resultado los eventos de esta semana, estos no son sino una muestra de lo que sucede cuando, tras décadas de dejar de resolver un conflicto considerado “intratable”, se pospone eternamente solucionar los factores de fondo, y se concluye que es posible seguir administrando el estatus quo de manera perpetua. No alcanza el espacio de hoy para detallar cada uno de estos factores, lo hemos hecho ya en otros textos. Pero es indispensable resaltar que lo del lunes es un nuevo llamado de atención para recordar que los problemas irresueltos no disminuyen con el tiempo, sino crecen.