Las últimas semanas hemos visto escalar el discurso amenazante entre Trump y Kim Jong-un. Primero Trump advirtió a Kim que era “mejor no seguir amenazando a EU”, porque esas amenazas “encontrarían fuego y furia como el mundo nunca ha visto antes”. Luego, ante la Asamblea General de Naciones Unidas, Trump dijo que, si EU fuese obligado a defenderse o a defender a sus aliados, no le quedaría alternativa sino “destruir totalmente” a Corea del Norte. Pyongyang respondió que estaba considerando el más alto nivel de “contramedidas de línea dura en la historia”. El lunes, el ministro del exterior norcoreano dijo que en vista de que Washington había declarado la guerra a Pyongyang, ésta se reservaba el derecho de derribar aviones estadounidenses incluso si éstos no se encontraban sobrevolando espacio aéreo de Corea del Norte, pues ello era un acto de legítima defensa garantizado por la ONU. Ahora bien, muy a pesar de esa altisonante retórica, no parece haber, por ahora, signos de que un conflicto armado sea inminente. Por ejemplo, hasta el momento, no hemos visto evacuaciones de los 120 mil estadounidenses, o siquiera de una parte de ellos, o de los miles de diplomáticos, empresarios y personal extranjero –o sus familias- que se encuentran laborando en Corea del Sur. Por tanto, es probable que Trump esté usando, una vez más, la percepción de su carácter como impredecible, para sacar ventajas del uso de esa retórica. El problema es que el jugar con un discurso amenazante, y luego no cumplir las amenazas proferidas, también conlleva riesgos. Y ese es justamente el peligro de la estrategia. Claro, asumiendo que se trate de una estrategia y no sea Trump hablando desde su estómago, algo que nunca puede descartarse.
Debemos partir de que la “opción militar” de la que tanto habla el presidente estadounidense conllevaría costos humanos devastadores, por no hablar de los económicos. Sin la necesidad de emplear su arsenal nuclear, Corea del Norte podría ocasionar decenas, quizás cientos de miles de muertes en Corea del Sur solo en los primeros días de combate –sin mencionar a Japón, otro de los vecinos en riesgo-, aún en el caso de que Pyongyang terminase perdiendo la guerra y su régimen fuese aniquilado. La sola idea de un escenario así, eleva enormemente el costo de cualquier ataque sobre Pyongyang y ocasiona que la gran mayoría de expertos, analistas, funcionarios y diplomáticos lo estén descartando por ahora. Trump, por supuesto, busca transmitir un mensaje distinto: Dado que él y no otra persona es quien se encuentra en el poder, todo es posible, porque él es “impredecible”. La idea de Trump, probablemente, es que China y Rusia midan este riesgo y se den cuenta de que, bajo cualquier otro mandatario, la lógica racional indicaría que no hay alternativa militar sobre la mesa. Pero debido a que Trump es Trump, es preferible que Beijing y Moscú aumenten la presión sobre Pyongyang, y obliguen a Kim mediante una asfixia económica sin precedentes, a calmar sus ambiciones. Todo eso, nuevamente, asumiendo que Trump está calculando cuándo y cómo emitir su discurso.
El problema principal es que dicho discurso está basado en amenazas que por ahora no se están cumpliendo y que no parecen tener una viabilidad realista, salvo que Trump estuviese dispuesto –y hubiese convencido a su gabinete y a sus aliados en Seúl y Tokio, para que ellos también estén dispuestos- a sacrificar cientos de miles de vidas y atestiguar una devastación que no hemos visto en décadas, además del caos económico que un conflicto armado mayor provocaría. Por consiguiente, sus provocaciones suenan huecas y cuando eso le ocurre a una superpotencia, el asunto se torna delicado. Es verdad que también Kim emite continuamente amenazas que no cumple. Pero eso no es ninguna novedad. Solo en 2013 Pyongyang amenazó con ataques “nucleares” inminentes cuando en aquél entonces no había siquiera miniaturizado y ensamblado una bomba atómica funcional. En enero del 2016, Kim declaró que se había probado con éxito una “bomba de hidrógeno”, cuando se calcula que la explosión fue similar a su anterior ensayo que no rebasó los 7 kilotones. Por tanto, del discurso norcoreano es completamente normal esperar cualquier cosa. No de la Casa Blanca. La diferencia entre lo que dice y hace Estados Unidos es cuidadosamente leída por aliados y adversarios, por superpotencias como China o Rusia, o por muchos otros actores como Irán. El que esos actores dejen de creer a Trump tiene efectos multiplicadores hacia muchos otros temas de sus agendas.
Es justo por ello que, de seguir creciendo la espiral retórica mutua, podría llegar el momento en el que Trump se vea obligado a tener que sustentar sus amenazas con acciones concretas mucho más allá de las medidas diplomáticas, sanciones económicas o ejercicios militares. La Casa Blanca podría tener que tomar pasos adicionales que pueden ir desde una acción militar menor como el derribar un misil norcoreano en cualquier punto de su trayecto durante un ensayo, hasta un ataque preventivo muy quirúrgico y limitado procurando enviar el mensaje de que Washington no teme, pero no busca escalar el conflicto. Kim, sin embargo, no ha dejado de comunicar que cualquier acción en su contra será entendida como un motivo para elevar el nivel de las hostilidades y que las represalias sobre Corea del Sur, aliada de Washington, serán inminentes. Hasta ahora, ese mensaje ha sido considerado como creíble y, por tanto, se ha preferido no provocarle. Pero si Trump sigue emitiendo advertencias a Kim y éste, ignorándole, continúa con sus ensayos y amenazas, entonces en determinado punto, Trump va a tener que cumplir.
En otras palabras, la lógica, respaldada por los pasos que hasta ahora se han tomado en el terreno material, nos dicen que, al menos en este momento, no estamos ante la inminencia de un conflicto armado. Sin embargo, si la espiral retórica no es detenida, ese factor por si solo podría orillar al inicio de una guerra cuyas consecuencias son difíciles de prever. Hay actores, tanto en la comunidad internacional como al interior de Estados Unidos, que lo entienden muy bien. Es urgente que hagan esfuerzos mayores que los que han hecho hasta ahora para desactivar la bomba de tiempo.