“Dos semanas, ocho atentados, 247 víctimas”, se titulaba un reporte especial del NYT en verano del 2016. Acababa de ocurrir el ataque en Niza en el que un individuo arrollaba a cientos de personas con un camión; antes de eso, el del aeropuerto de Estambul, y el de Orlando, entre varios más. Eran semanas en que cualquier nota o análisis hablaba del crecimiento y diversificación del fenómeno terrorista. Sin embargo, de acuerdo con la información estadística apenas divulgada, el terrorismo durante 2016 no estaba subiendo, sino disminuyendo. La cuestión es que el Big Data no habla del miedo, sino de cantidades de ataques, de su ubicación y concentración por frecuencia, así como del número de víctimas mortales o heridos por esos ataques. Y el miedo no procede de las cantidades o intensidad de la actividad terrorista, sino del grado de conexión que esos ataques por pequeños o grandes que sean, logran hacer con la psique colectiva, con los medios de comunicación, con las redes; es decir, el grado en que cierto ataque consigue que la audiencia se sienta vulnerable o víctima en potencia. Así que van las buenas noticias y las malas, como parte de un mismo reporte que acaba de ser publicado.
El Índice Global de Terrorismo se emite una vez al año por parte del Instituto para la Economía y la Paz, a partir de las bases de datos más utilizadas para medir esta clase de violencia, las que publica el START (Consorcio Nacional para el Estudio del Terrorismo y las Respuestas al Terrorismo). La información señala que, en términos de número de muertes y heridos, el terrorismo alcanzó un pico máximo histórico durante 2014. Los dos años siguientes, ese tipo de violencia ha presentado reducciones. Del 2015 al 2016, el número de muertes cayó más del 20%. A pesar de no contar con toda la información a la mano, ya podemos adelantar que esa tendencia, afortunadamente, se va a mantener durante 2017 pues los descensos, tanto en ataques como en víctimas, ya son apreciables en distintas regiones del globo. Sin embargo, como dije, esta no es siempre la sensación que queda cuando se comete un atentado como los seis que han ocurrido en Reino Unido este año, o los recientemente cometidos en Barcelona o incluso en Manhattan. ¿Por qué? El mismo índice de terrorismo nos da algunas claves:
Primero, el sitio donde los ataques son cometidos. Para 2015, cinco países concentraban el 80% de muertes por terrorismo: Irak, Afganistán, Siria, Pakistán y Nigeria. Durante 2016, el terrorismo disminuye de manera notable en todos esos países, salvo Irak. Solo en Nigeria, las muertes por terrorismo caen en un 80% debido a la efectividad con que se ha combatido al grupo Boko Haram. En cambio, en países miembros de la OCDE (entre los que se encuentran varios países europeos y Estados Unidos), las muertes por terrorismo suben brutalmente, si bien su peso en el monto global de muertes por esta clase de violencia es mucho menor. Esos atentados, los cometidos en ciudades como París, Londres, Barcelona o Nueva York, son los que más cobertura mediática y redes sociales atraen, más fotografías y videos compartidos provocan, y, por tanto, más estrés propagado por todo el planeta producen. Ese es el terrorismo que logra engancharse de nuestros patrones de comportamiento y comunicación, y, gracias a nosotros mismos, sin desearlo, es el que más miedo genera, no solo en los sitios afectados, sino muy lejos de ellos. Como resultado, de manera agregada, las muertes por terrorismo se reducen más del 20% en el mundo, pero, debido al ascenso en países de la OCDE, su impacto comunicativo no desciende; se eleva.
Segundo, el tipo de tácticas empleadas, sobre todo por parte de lobos solitarios o pequeños grupos de atacantes. Hoy en día, ya no es necesario secuestrar un avión y estrellarlo contra un rascacielos; basta tomar un auto y atropellar personas, mostrar un cuchillo o un arma corta y amenazar gente en un café, para atraer la cobertura en medios y redes arriba señalada. Esa cobertura es algo con lo que el terrorismo del pasado contaba de manera mucho más limitada, por lo que los ataques tenían que ser más espectaculares. Esto hace que, a pesar de que el número de víctimas de atentados menos sofisticados no sea tan elevado (afortunadamente), el atentado sí genera el horror que sus perpetradores desean que genere, incentivando con ello otros ataques similares.
Tercero, las muertes por terrorismo en países miembros de la OCDE son solo el 1% del total. Sin embargo, en 2010 éstas eran muchas menos, el 0.1%. Por lo tanto, se percibe un factor incremental muy relevante. Es más, en 2014 esta cifra era del 0.5% del total y sube en 2016 al 1%, el doble de muertes durante años en que los flujos de interconectividad a través de imágenes y videos compartidos en Europa o EU, son mucho mayores que en 2010. Esto, naturalmente, se traduce en un impacto psicológico geométricamente incrementado.
Si a lo anterior aunamos que, en 2016, el grupo más mortífero fue ISIS, entonces la ecuación queda mejor explicada. ISIS no solo ocasionó 50% más muertes que el año previo, sino que se trata, con mucho, de la organización más eficaz para comunicarlo. Además, ISIS es un grupo diestro en apropiarse de atentados que no comete, pero inspira. Otros grupos, en cambio, como Al Qaeda, Boko Haram o los talibanes, disminuyeron su fatalidad de manera considerable durante el año referido, pero su impacto mediático es mucho menor, por lo que esas reducciones no son percibidas como sí lo es el incremento en las operaciones de ISIS a lo largo y ancho de 26 países.
Por último, y para considerar los motores de este tipo de violencia: desde el año 2000, el 99% de muertes por terrorismo ha tenido lugar en países que experimentan conflictos armados, o que padecen altos niveles de violencia cometida por sus gobiernos. Observe bien este dato: Entre 2006 y 2016, las muertes por terrorismo han subido 67%, en correlación casi perfecta, con las muertes por batallas en conflictos armados, las cuales han subido 66% en el mismo período. En palabras simples: mientras más guerras hay, más terrorismo se manifiesta. Y luego, está lo que ya no menciona el índice pero que resulta fundamental: las conexiones simbólicas, psicológicas y políticas que tejen mentalmente quienes se terminan radicalizando en Occidente, entre las condiciones de aquellos países en conflicto y sus propias circunstancias. De manera tal que, si algún día pretendemos resolver esa clase de violencia desde su raíz, hay que entender que las soluciones pasan por resolver los conflictos que tanto le nutren. De lo contrario, las cifras de disminución de actividad terrorista (como en 2015 o 2016) pueden ser altamente engañosas, pues obscurecen el hecho de que mientras ciertas guerras, como la siria, parecen ceder, otras como en África Occidental, Yemen o Somalia, siguen ardiendo, y generan nuevos caldos de cultivo, nuevos refugios para el reclutamiento y actividad de organizaciones terroristas.
(Por si es de su interés, el jueves 23 de noviembre, presentaremos el Índice Global de Terrorismo junto con Carlos Juárez del Instituto para la Economía y la Paz y la profesora Jimena Esquivel. Universidad Iberoamericana, auditorio Angel Palerm, 9 am, entrada libre).