Estamos transitando de una fase en la que los discursos oficiales consideraban al terrorismo como el mayor de los riesgos para la seguridad, hacia una nueva etapa de competencia entre superpotencias. De hecho, hubo una escena la semana pasada que debería preocuparnos incluso más que cualquier ataque terrorista de los últimos años, sin minimizar el daño generado por esa clase de violencia. Ante cámaras y medios, Putin exhibía con videos de animación, una serie de misiles supersónicos, drones y torpedos nucleares de última generación. La diferencia es que el foco no está ya en el número de bombas atómicas, sino en su capacidad para esquivar los sistemas defensivos existentes a fin de llegar a su destino y ser eficazmente detonados. Muy al margen de que muchos expertos han cuestionado la operatividad—incluso la existencia—de lo que mostraban esos videos, lo que indica ese momento concreto en el que Putin decía “no estamos amenazando a nadie”, es que la carrera entre las superpotencias, en una nueva y probablemente muy intensa fase, ya marcha a toda velocidad. Si afirmo que esto es mucho más delicado que cualquier ataque terrorista, ello es debido a que el terrorismo es una clase de violencia pensada y perpetrada para producir miedo, pero cuyos daños materiales son considerablemente menores que otras clases de violencia. Mueren, por ejemplo, trece veces menos personas por terrorismo que por otros tipos de asesinatos, y eso sin hablar del peligro de otra clase de conflictos armados. Por tanto, el estar pasando de una etapa histórica en la que se negociaba y se hablaba de desarme, a una fase en la que la conversación cotidiana es acerca de una nueva carrera nuclear, conlleva riesgos que no podemos normalizar.
En efecto, hasta hace unos pocos meses, en los discursos oficiales (no solo de EU, sino de muchos otros países también), el mayor peligro eran las organizaciones terroristas. Varias veces Bush y Obama hablaron de Al Qaeda como la principal amenaza a la seguridad nacional de EU. Unos años después, en el discurso de Obama, ISIS arrebató ese sitio a su organización madre. Todavía en la campaña de Trump y en su mensaje inaugural, el terrorismo aparece como el mayor de los peligros a vencer. Y es natural. Tras el fin de la Guerra Fría, una vez “derrotado el enemigo comunista”, quedaba desactivada la retórica del “Imperio del Mal” para dar pie al relato acerca de los otros enemigos. Entre esos enemigos había actores estatales y actores no-estatales, pero tras los atentados del 9/11, la nueva narrativa de la “Guerra contra el Terror”—y las acciones que le acompañaron tales como las intervenciones en Afganistán e Irak—quedó sellada.
Ahora bien, las estrategias antiterroristas distaron mucho de ser exitosas. Al Qaeda no murió, solo mutó. Una de sus mutaciones fue ISIS. La violencia terrorista siguió escalando. Para el 2015, las muertes por terrorismo habían crecido unas ocho veces en comparación con el 2001. Y si bien, como dije, otros tipos de violencia producen muchas más muertes, los efectos del estrés colectivo provocado por el terrorismo, presionaban a los líderes de varios países a señalar a ese como el mayor de los retos a vencer.
Pero las cosas han cambiado: (1) Se ha arrebatado a ISIS la mayor parte del territorio que controlaba en Siria e Irak; (2) A pesar de que esa organización mantiene operaciones en unos 26 países, ya desde el 2017 podemos apreciar un descenso en el número de ataques que lleva a cabo; (3) Esto no significa que ISIS haya dejado de ser un verdadero peligro para muchas comunidades o que el número de muertes que ocasiona sea pequeño. Además, hay otros grupos terroristas que mantienen una elevada actividad. Sin embargo, el impacto mediático, psicológico y político en países occidentales a causa esos atentados cuya grandísima mayoría ocurre en países no occidentales, ha estado bajando. Al menos hasta que se produzca otra serie de ataques—específicamente en Occidente—como los que vimos principalmente en 2015 y 2016; (4) Incluso considerando esos potenciales ataques, la comunidad de seguridad en Occidente ha estado levantando la alerta sobre algo que piensa es mucho más peligroso, y que ya era evidente desde hace un tiempo: la competencia geopolítica entre las tres superpotencias, Rusia, China y EU.
Bajo las circunstancias anteriores, el foco se empieza a mover. En concreto, el Pentágono decide alzar la voz—con Trump, sin Trump, o a pesar de Trump—y en enero informa que el centro de sus preocupaciones actuales ha transitado del terrorismo hacia los peligros que representan las capacidades que Rusia y China han adquirido, advirtiendo que esta es una carrera en la que EU ya no puede quedar rezagado (lo que, por cierto, implica que, desde su visión, lo está, al menos en parte). A eso obedece, en buena medida, la respuesta altamente mediatizada de Putin. Es decir, sean o no sean operables los nuevos dispositivos exhibidos por el presidente ruso, el Kremlin busca transmitir un mensaje alto y claro: hacia ese lugar que muestran los videos animados, se está encaminando, velozmente y sin pausa.
En otras palabras, no es que 30 o 20 mil muertes (las producidas por la violencia terrorista cada año hasta el año pasado) sean pocas. Mucho menos porque cada una de ellas es una vida inocente empleada como instrumento para producir miedo en terceros. Pero los riesgos de estar transitando de una etapa de tratados de desarme y restricciones nucleares entre las superpotencias, hacia una nueva etapa de carreras armamentistas, son considerablemente mayores. En principio, no se espera que un actor racional comportándose como tal, vaya a emplear ese tipo de armamento para atacar a otra potencia nuclear. Los daños que este actor recibiría como respuesta por parte del actor atacado, serían absolutamente inaceptables para sí mismo, lo que convierte a un primer ataque nuclear en una decisión irracional. Sin embargo, las carreras armamentistas van generando espacios en los que un actor puede autopercibirse con ciertos progresos y ventajas ante las que podría calcular que sí está en condiciones de arriesgarse a lanzar un primer ataque, y que sería capaz de defenderse de una potencial represalia. Así que, aunque las probabilidades son bajas, la realidad es que el hecho de que actores cada vez más y mejor armados puedan cometer esos u otros errores de cálculo, podría orillarles a ir poco a poco “tropezando” hacia un enfrentamiento. Y en estos temas, el mayor peligro consiste en dar por sentado que estamos vacunados contra la irracionalidad, o contra dichos errores de cálculo. Por ello, es indispensable que la comunidad internacional interesada en detener esta espiral armamentista, comprenda y asuma la nueva fase en la que hemos ya entrado de lleno.