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El mundo es un gran sistema compuesto de múltiples dimensiones, niveles, y partes conectadas que interactúan mucho más de lo que se observa a primera vista. A veces esto queda muy claro en temas financieros o variables como el tipo de cambio.
Pero en otros asuntos, frecuentemente solo miramos casos concretos y analizamos pedazos de ese sistema de manera aislada, omitiendo incorporar factores externos, inter o transnacionales a los componentes internos que revisamos. Es por ello que ocasionalmente usamos este espacio para tratar de enlazar puntos que muestran una aparente distancia. Hoy, a partir de tres ejemplos de actualidad, retomamos ese esfuerzo.
Considere usted el caso de Venezuela. Como es conocido, hay un importante número de factores internos—económicos, políticos y sociales—que detonan una crisis de gobierno en la que el presidente de la Asamblea Nacional, Juan Guaidó, se auto asume como presidente legítimo del país. A estos elementos internos, se añade la ofensiva diplomática internacional contra Maduro encabezada por Washington y varios países latinoamericanos. Sin embargo, el tema venezolano debe mirarse ya no solamente como un conflicto entre actores internos o regionales, sino como un factor más que se viene a sumar a una serie de asuntos que enfrentan a las superpotencias. Es decir, sabemos desde hace muchos años que China y Rusia han respaldado al chavismo de diversas formas. Pero en la medida en que Beijing y Moscú se han ido confrontando de manera creciente con Washington, en esa medida el caso venezolano se ha estado insertando dentro del panorama mayor. Por ejemplo, si revisamos cómo se fueron dando los eventos recientes, podríamos iniciar la narrativa en enero 23 del 2019, cuando Guaidó se autonombra presidente legítimo con el respaldo de Washington y el grupo de Lima (salvo México). Pero si introducimos una mirada más global, la sucesión de eventos podría verse más bien así: (a) diciembre 5, Maduro visita Rusia, (b) diciembre 7, se anuncia que Moscú incrementará sus inversiones en Venezuela, lo que incluye el establecimiento de proyectos conjuntos en materia de petróleo y de oro, (c) diciembre 12, dos aviones bombarderos estratégicos rusos Tupolev Tu-160 (con capacidad de transportar armas nucleares) aterrizan en el aeropuerto Simón Bolívar y se informa que Moscú está considerando el despliegue de largo plazo de dichos bombarderos estratégicos en Venezuela, (d) enero 6, el Grupo de Lima (apoyado por EEUU) desconoce el nuevo mandato de Maduro, (e) enero 16, Turquía (cuyo gobierno está distanciado de Washington desde hace tiempo) anuncia que planea un contrato de largo plazo con Caracas para abastecerse de oro, (f) enero 23, Washington reconoce a Guaidó como presidente, Rusia reitera su apoyo a Maduro (al igual que otros países como precisamente Turquía). Desde esa fecha, mientras la Casa Blanca escala su ofensiva mediante sanciones y busca más apoyo de otros países para Guaidó, Putin sigue enviando señales de respaldo a Maduro, incluida la invitación y visita a Moscú de la vicepresidenta Delcy Rodríguez. Ahora bien, si subimos de plano y entretejemos esos eventos con las otras problemáticas que enfrentan a las dos superpotencias, podemos revisar otros eventos que ocurren precisamente en las mismas fechas como los siguientes: (a) febrero 1, EEUU declara formalmente su retiro del INF (tratado de misiles intermedios que habían firmado Reagan y Gorbachov), y Rusia hace lo propio unos días después, (b) febrero 6, Rusia anuncia el aumento del respaldo financiero para Cuba, (d) febrero 21, Putin declara que Rusia está lista para una crisis del estilo de la crisis de los misiles, si EEUU desea una. Esto no significa que Moscú necesariamente opte por actuar en Venezuela como lo hizo en Cuba durante la Guerra Fría, o como lo hizo en Siria más recientemente. Pero lo que sí significa, es que cuando las dos superpotencias analizan y evalúan los temas que las confrontan y sus potenciales respuestas ante esas circunstancias, la cuestión Venezuela se vuelve un peón adicional en el gran tablero y, por consiguiente, el desenlace de los eventos en ese país, no está desligado de esa panorámica ampliada.
Pensemos ahora en Italia. Roma acaba de anunciar su posible adhesión a la iniciativa diseñada e implementada por China denominada “Una Ruta-Un Cinturón” o “Iniciativa del Cinturón y (nueva) Ruta de la Seda”, un mega proyecto de infraestructura para enlazar a más de 60 países en todo el globo. Italia es el primer país europeo que se sumaría a este esquema, lo que es visto con malos ojos desde la Casa Blanca. Acá, de nueva cuenta, se vuelve necesario unir puntos, y entender que, en su última estrategia sobre Seguridad Nacional, Washington ha designado a Rusia y China como las mayores amenazas a su seguridad. De hecho, a pesar de todo lo que enfrenta a Estados Unidos con Moscú, la realidad es que China es percibida como un rival incluso más poderoso por su capacidad económica y por su planeación lenta, pausada, de mucho más largo plazo para competir a nivel global. En un discurso en el Instituto Hudson en octubre del 2018, el vicepresidente Pence habló de la serie de riesgos que China representa y exhibió a proyectos como la Iniciativa Cinturón y Ruta, como estrategias ideadas para endeudar a otros países, y de ese modo propagar su influencia y dominación. Por tanto, la expansión de China en sus mares colindantes, sus casi-enfrentamientos con destructores estadounidenses, la ciberguerra, la guerra comercial y la Iniciativa Cinturón y Ruta, son todos parte de una temática que debe ser mirada así, de manera sistémica, dentro de la cual, la declaración del gobierno italiano ahora se inserta. No es, entonces, causal la preocupación tanto de varios países de la Unión Europea, como de la administración Trump, ante la potencial adhesión de Italia al proyecto chino. No se trata solo de una cuestión sobre economía, sino de lo que se está empezando a interpretar como una nueva forma de Guerra Fría.
Por último, añadimos un ejemplo que conecta Siria y Afganistán con México y el muro. Para Trump y la base que le apoya, lo que sucede en aquellos países lejanos es mucho menos importante que los “peligros” que se cruzan a través de sus fronteras. Desde esa óptica, entonces, hay que “reubicar” a las tropas estacionadas en esos sitios alejados y, en palabras de Trump en 2018, desplegar a esas mismas tropas en la frontera sur, en donde sí hay una “crisis”, puesto que desde ahí llegan “criminales, narcotraficantes y terroristas” (el presidente ha incluso afirmado que hay “personas de Medio Oriente” mezcladas en las caravanas de migrantes). Bajo esa lógica, el muro es la “solución” última para resguardar al país de la barbarie, pero la “reubicación” de tropas y recursos militares, es también necesaria. El tema acá es que cuando Trump tiene que tomar decisiones acerca de Siria o Afganistán, esa es la línea de pensamiento que atraviesa su cabeza, a pesar de lo que le indican sus más cercanos consejeros o los miembros de su gabinete. Esto termina entonces vinculando los eventos que ocurren en partes muy lejanas, como, por ejemplo, el combate al terrorismo en esos otros territorios, con la toma de decisiones que involucran al Pentágono, al Consejo de Seguridad Nacional y al Departamento de Seguridad Interna, quienes se ven obligados a traducir la lógica de Trump en medidas de política anti inmigratoria, lo que impacta asuntos electorales y legislativos en EEUU, y por supuesto, las relaciones de Washington con nuestro país.
Podríamos seguir. No son cuestiones que se agotan en solo unas líneas. La idea es simplemente señalar la importancia de incorporar una mirada sistémica a los temas que analizamos.