Mauricio Meschoulam

Acuerdo nuclear con Irán: más allá de Netanyahu

05/05/2018 |01:12
Redacción El Universal
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Como le gusta, ante las cámaras, con gráficas y presentaciones, el primer ministro israelí lanzó esta semana una bomba mediática contra Irán. Y lo fue no necesariamente por haber exhibido datos y revelaciones acerca del proyecto atómico de Teherán, mucho de lo que era ya bien conocido, sino porque supo colocar el foco en donde quería colocarlo: “el acuerdo nuclear con Irán está basado en mentiras”. Si bien, en efecto, Netanyahu no ofrece evidencias para demostrar que, en cuanto a la actividad atómica iraní en la actualidad, el acuerdo nuclear del 2015 esté siendo violado, el primer ministro sí logra poner de nuevo el fantasma de la desconfianza sobre la mesa. Bajo ese entorno, Netanyahu ofrece—y en inglés para ser escuchado y entendido donde quiere que se le escuche y entienda—el material necesario para que Trump pueda justificar su posible decisión de retirarse del pacto. Si lo logra, el primer ministro estará finalmente consiguiendo una meta de años: terminar con un acuerdo que siempre repudió. De paso, Netanyahu se anota un par de puntos para intentar rescatar un poco de su imagen interna, bastante golpeada tras las causas judiciales por corrupción que aún tiene pendientes en casa. Pero más allá de todo el tema de imagen, o el impacto político que su detallada presentación puede producir, vale la pena entender qué parte de lo que la inteligencia israelí revela quizás sí es novedosa, qué parte no lo es, qué conclusiones extraen de esta información los actores implicados y qué consecuencias podría arrojar toda esta situación.

Primero, el acuerdo nuclear entre Irán y las potencias no es un tratado vinculante, sino una serie de términos pactados por las partes, cuya única garantía de cumplimiento es el acuerdo mismo. Si una parte incumple con lo pactado, la otra tiene la opción de dar marcha atrás en sus compromisos. Es por ello que, dentro del entendimiento, se establece un régimen de inspecciones sin precedentes a las instalaciones iraníes, y, al mismo tiempo, Washington se mantiene continuamente certificando que el acuerdo esté siendo cumplido. En síntesis, este entendimiento de 2015 establecía que: (1) Se revertiría la capacidad nuclear iraní, incrementando el lapso de tiempo que a este país le tomaría brincar del punto en el que se encontraba hasta poder armar una bomba atómica. Esto se conseguía desactivando casi 14 mil centrífugas y enviando fuera de Irán unas 10 toneladas de uranio ya enriquecido (suficiente para armar unas 7 u 8 bombas); (2) El enriquecimiento de uranio en Irán continuaría a través de unas 5,000 centrífugas que permanecen activas, pero no sería un enriquecimiento de niveles mayores que al 4%. Para una bomba nuclear se requiere enriquecer uranio a niveles de hasta 90%; (3) Las instalaciones subterráneas de Fordow se convertirían en instalaciones solo de investigación pero sin material nuclear ubicado en ellas; (4) Se bloqueaba el reactor principal de plutonio, garantizando que no se produciría ese material en grado suficiente para el armado de armas nucleares; (5) Se impedía la construcción, al menos durante 10 a 15 años, de nuevas instalaciones que pudieran enriquecer material para efectos nucleares; (6) Solo si se respetaba el 100% de lo anterior, las sanciones diplomáticas y financieras contra Irán serían levantadas y sostenidas sin efecto. En cuanto a EU, para mantener el acuerdo con vida, el presidente debe, cada tanto, refrendar la suspensión de dichas sanciones. Si Trump decide no hacerlo en el plazo correspondiente—12 de mayo—Washington estaría materialmente saliéndose del convenio.

Ahora bien, como lo declaró Francia, la gran mayoría de los datos que aportó Netanyahu eran ya conocidos y habían sido compartidos por las diversas agencias de inteligencia occidentales y por la Agencia Internacional de la Energía Atómica desde el 2002 en adelante. En otras palabras, el hecho de que el programa nuclear iraní no tenía exclusivamente fines civiles, sino que Teherán estaba activa y efectivamente buscando construir una bomba atómica, y el hecho de que la República Islámica se mantuvo ocultando esta situación por muchos años, es precisamente lo que llevó a las potencias (Rusia y China incluidas) a imponerle un régimen de sanciones coordinadas que prácticamente terminaron por asfixiarle.

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Sin embargo, de todo lo que dijo Netanyahu, hay efectivamente un elemento adicional al que, si acaso era conocido antes de su conferencia de prensa, nadie hizo caso en su momento. En abril del 2015 las potencias firmaron una declaración de principios con Irán. El acuerdo final fue firmado en julio de ese año. La gran diferencia entre esa primera declaración de principios y la versión final del pacto, es que, en la primera, Irán no parecía estar obligado a dar respuesta a ciertas preguntas por parte de inspectores internacionales acerca del pasado y los posibles fines militares de su programa nuclear. Tras meses de negociaciones, esto cambió en el acuerdo definitivo. Según éste, Irán estaba obligado a responder a cuestionamientos tanto pasados como presentes para que, teóricamente, no quedaran dudas y la confianza pudiese ser restablecida. Lo que Netanyahu dijo el lunes es que, al no haber reconocido los fines militares de su programa nuclear, Irán siguió mintiendo a los inspectores internacionales, incluso después de firmado el pacto. La implicación del primer ministro no es menor, porque transmite el mensaje de que Teherán no ha tenido que enfrentar ninguna consecuencia por ese comportamiento posterior a la firma.

Esto por supuesto arma a Trump y a los detractores del acuerdo nuclear con fuertes baterías. Hasta hace un tiempo, Trump justificaba su negativa a refrendar este convenio esencialmente en tres aspectos: (a) Irán se mantenía respaldando, entrenando y financiando a diversos actores en Medio Oriente quienes operan en contra de intereses de Washington y de sus aliados, por lo que el “espíritu” del acuerdo estaba siendo violado; (b) de igual modo, Irán se mantenía progresando en su programa de misiles incluso tras prohibiciones expresas por parte de la ONU; el no haber incluido en el convenio restricciones a ese respecto, lo hacían un acuerdo insuficiente y (c) el pacto nuclear tiene fecha de caducidad (10-15 años), lo que nunca debió negociarse así. Ahora, gracias a Netanyahu, hay un nuevo argumento: Irán sí violó el convenio nuclear, lo hizo desde el inicio al mentir a los inspectores acerca de la naturaleza pasada de su proyecto atómico.

Hay, sin embargo, otra visión, manifestada por quienes han defendido y defienden este acuerdo. El convenio nuclear con Irán nunca partió de la confianza, sino de la desconfianza, y ese es justo el factor que hace necesario un pacto de esa naturaleza. El argumento de las potencias europeas, por ejemplo, es que el hecho de que Irán ha mentido varias veces en el pasado acerca de los fines de su proyecto, es precisamente lo que este acuerdo busca neutralizar. Jim Mattis, Secretario de Defensa estadounidense—uno de quienes más han afirmado la necesidad de que Washington se mantenga en el pacto—tras valorar el “robusto” sistema de inspecciones que tiene el convenio, lo puso de este modo: “Diría que está escrito casi con la presunción de que Irán intentará engañar”. Es decir, al margen de que se sabe que Irán ha mentido y podría seguirlo haciendo, la pregunta, dicen los defensores del convenio, es si se prefiere un escenario donde hay un acuerdo imperfecto y mejorable, o bien, un escenario de ruptura sin compromisos ni posibilidad de inspecciones. Es más, el propio jefe del Estado Mayor de las Fuerzas de Defensa Israelíes, Gadi Eisenkot, al igual que un sector de las agencias de seguridad e inteligencia israelíes, han indicado que, por ahora, el acuerdo, con todas sus fallas, funciona y “pospone la visión nuclear iraní por unos 10 a 15 años”.

Por supuesto que en un mundo ideal para Trump, para Netanyahu y para otras partes implicadas, un acuerdo nuclear con Teherán debería incluir muchos más elementos. Sin embargo, hay que considerar al menos dos cuestiones: La primera, el acuerdo no ha caducado, y si en este momento no se le dejara morir, quedaría un amplio margen de tiempo—ocho a trece años más—para negociar otros temas mediante acuerdos paralelos, quizás extender su plazo y/o para buscar alternativas distintas a su cancelación definitiva. Y segunda, dadas las circunstancias, lo que se avecina es un escenario de no-acuerdo, un escenario en el cual Irán podría reanudar la actividad nuclear que ha detenido, además de incrementar su nivel de confrontación con Washington y sus aliados. En ese escenario, será muy difícil para Washington sumar el respaldo internacional para un régimen de sanciones como en el pasado, y eso sin mencionar que Rusia y China podrían actuar justo en la dirección contraria. En palabras simples, el escenario de no-acuerdo no aleja a Irán de la bomba atómica, le acerca. Eso nos deja, por lo pronto, con otros dos escenarios. Uno, similar al norcoreano en el que Teherán persigue con éxito su progreso nuclear. El segundo, un conflicto permanente con una amplia diversidad de ramificaciones, las cuales van desde uno o varios enfrentamientos armados, hasta una carrera armamentista regional y una proliferación nuclear cuyas dimensiones no hemos siquiera imaginado.

Twitter: @maurimm