Una es la historia financiera. En ella está todo lo relativo al desplome de la lira turca y al contagio del pánico en los mercados globales. Otra historia, paralela y entretejida, es la historia que narra cómo Turquía, un miembro de la OTAN, se viene distanciando de Occidente a lo largo de los últimos años, y especialmente de Estados Unidos, su aliado estratégico.
Esta última historia importa porque (a) funciona como un factor que cataliza y contribuye a la primera, la historia financiera; y (b) porque permite al presidente turco, Erdogan, plantear la crisis actual como una especie de complot internacional en el que las tasas de interés son “malignas”, las divisas internacionales como el dólar o el euro son “balas, bombas de cañón y misiles” que forman parte de una guerra contra el estado turco.
Esto no hace otra cosa que robustecer estrategias que vienen de muy atrás, mediante las que Erdogan, de manera eficaz, ha conseguido impulsar el nacionalismo y fortalecer su figura; que, en lo externo, acaban por alejarle más aún de Estados Unidos y la OTAN, y en cambio, le acercan a rivales de Washington como Rusia. En el texto de hoy, trato de reconstruir al menos una parte de esa otra historia.
Turquía, estado fronterizo con Siria e Irak, es uno de los países más involucrados y afectados por los conflictos de esos sitios. Entre otras circunstancias, Turquía se convierte en el principal destino de refugiados. Adicionalmente y vinculado con los conflictos regionales y con su involucramiento en los mismos, Turquía sufrió, como pocos, un incremento en el número de atentados terroristas entre 2014 y 2016.
Sin embargo, cuando Washington formó una coalición de países para combatir a ISIS, Ankara era, hasta el verano del 2015, la gran ausente. Una de las razones de esa ausencia es que Washington estaba empleando a los kurdos en Siria como el principal pilar para el combate terrestre contra ISIS. Turquía sostiene desde hace décadas un conflicto interno contra la militancia de su propia minoría kurda, y Erdogan no quería que los kurdos sirios resultasen fortalecidos tras el combate a ISIS.
El temor de Ankara era que las ganancias kurdas en Siria podrían vigorizar al movimiento independentista de este grupo étnico, el cual tiene presencia en Turquía y en otros cuatro países más. Cuando en 2015, finalmente la Casa Blanca consigue convencer a Erdogan de su participación en la coalición contra ISIS, el presidente turco advierte que, de manera simultánea, Ankara combatiría a ISIS, al presidente sirio y a los kurdos.
De hecho, tras el anuncio de su inclusión en esta coalición, se rompe el cese al fuego que Ankara mantenía con la militancia kurda, y bombardea posiciones del Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK), principalmente en Irak. Washington tuvo que hacerse de la vista gorda con tal de poder atraer a Turquía a la estrategia contra ISIS.
Pero a pesar de ello, la Casa Blanca siguió entrenando y armando a los kurdos en Siria quienes llegaron a controlar aproximadamente el 25% del país, algo que para Turquía era completamente inaceptable. Más aún, Washington había propuesto estacionar una fuerza de 30 mil efectivos, casi todos kurdos, en la frontera sirio-turca, a fin de asegurar que ISIS no recuperara terreno. Por tal motivo, hace unos meses, Ankara inició una ofensiva militar para arrebatar a los kurdos diversas posiciones clave.
Este enfrentamiento colocaba a Turquía y a EU, dos aliados militares tradicionales, en bandos directamente opuestos. En el pico de las declaraciones, Ankara amenazó con atacar posiciones kurdas, incluso si había presencia militar estadounidense en ellas, por lo que demandaba que Washington se retirara de esas zonas, a lo que la Casa Blanca, por supuesto, se negó.
Por si fuera poco, en julio del 2016 Turquía vivió un intento de golpe de estado que casi termina no solo con el gobierno, sino con la misma vida de Erdogan. El mandatario turco culpa de ese intento de golpe de estado a Fetullah Gulen, un político islamista, ex aliado del presidente, y que vive en Estados Unidos tras un autoimpuesto exilio desde el golpe militar de 1997.
Según el gobierno turco, el movimiento gulenista se había infiltrado paulatinamente en el poder judicial y en las fuerzas de seguridad y militares del país y, por tanto, Erdogan demandaba a Washington la extradición de este personaje. Tras la reiterada negativa de la Casa Blanca a proceder con esa extradición, Ankara comenzó a culpar abiertamente a Estados Unidos como responsable directo de aquél intento de golpe de estado.
Así que la intentona produjo dos tipos de respuestas por parte de Erdogan, unas internas y otras externas. En lo interno, el fallido golpe militar aceleró la carrera de Erdogan por incrementar su poder personal. Ya de primer ministro había pasado a ser presidente, pero paulatinamente fue reformando las facultades de esa figura a fin de asegurar que ésta y no la del primer ministro fuera quien ejerciera el mando cada vez con más poder.
Adicionalmente, hace pocas semanas el presidente fue reelecto y a partir de este punto cuenta con atribuciones sin precedentes. Puede ya prescindir del puesto de primer ministro y designar posiciones de gobierno sin restricciones eligiendo, si lo desea, ministros directamente de su propio partido del cual es también la cabeza.
Puede disolver el parlamento si lo necesita o intervenir en la política del banco central. Por último, el presidente gana prácticamente inmunidad total; la posibilidad de ejercer contrapesos o restricciones a su poder ha sido materialmente anulada. Simultáneamente, Erdogan ha despedido o aprehendido a decenas de miles de funcionarios, profesores, jueces, militares y periodistas turcos acusándolos de colaboracionistas con aquél fallido golpe.
En lo externo, Erdogan fue exacerbando sus disputas con Europa y con EU. La represión interna y sus medidas para incrementar su poder han sido muy mal vistas por los países europeos quienes no han dejado de expresar su malestar. Erdogan, de su lado, se siente completamente incomprendido por éstos.
Él dice que, si sus países tuviesen que absorber tan velozmente a semejante cantidad de refugiados, si hubiese una guerra como la siria en sus fronteras, si los ataques terroristas ocurriesen con la misma frecuencia que en Turquía o sus gobiernos hubiesen sido sujetos de un intento de golpe de estado, comprenderían mejor la reacción de Ankara.
Y, por supuesto, las tensiones con Washington también fueron escalando hasta el último de los episodios. Ankara tiene preso a un pastor evangélico estadounidense, Andrew Brunson a quien acusa de vínculos con el movimiento gulenista (además de otros 19 estadounidenses también acusados de haber colaborado con el golpe fallido).
Trump ha buscado la liberación del pastor como un guiño político al sector evangélico en su país. Erdogan, de su lado, ha querido utilizar a Brunson como baraja de cambio por la extradición de Fetullah Gulen. El resultado es ya conocido. A raíz de la negativa de Ankara a liberar al pastor, la Casa Blanca decide imponer sanciones vinculadas al tema, lo que activa la espiral de medidas y contramedidas que catalizan el desplome de la lira y la crisis financiera que estamos viendo estos días.
El correlato de lo anterior es, por supuesto, el acercamiento de Turquía con rivales de la OTAN y de EU como Rusia o como Irán. Esto no empieza ahora, sino que va caminando en paralelo con todos estos desarrollos. Ya desde hace tiempo, Erdogan redefinió su posición en cuanto a Siria, y optó por acercarse a Moscú y a Teherán para negociar con ellos sus propios intereses y, de paso, aislar a Washington en el camino.
Así que no es casual el respaldo que hoy estamos viendo por parte del Kremlin hacia Ankara, afirmando, por ejemplo, que Moscú apoyaría la eliminación del uso del dólar para efectuar transacciones entre Rusia y países amigos como, precisamente, Turquía. Además de ello, en diciembre pasado Ankara firmó un contrato con Moscú para adquirir misiles rusos de última tecnología, lo que, naturalmente ha enfurecido a la OTAN.
¿Cuál fue la respuesta del ministro exterior turco en la última cumbre del pacto atlántico? “Traté de comprar a mis aliados. Quise comprarle a EU durante los últimos 10 años y no funcionó. No pude comprar a los aliados de la OTAN y Rusia me ofreció la siguiente mejor propuesta”.
Lo que sigue, por tanto, es esperar que todas esas tendencias se acentúen. Erdogan seguirá empujando los sentimientos nacionalistas, buscará salidas financieras y políticas a través de acercarse al eje Moscú-Beijing, o a través de robustecer su cercanía con Qatar, hoy enfrentado con Arabia Saudita y otros aliados de la región.
Y, por último, tanto por factores de interés económico, como para seguir demostrando que no cederá ante los embates de Trump, Turquía, con seguridad, buscará evadir las sanciones estadounidenses contra Irán, lo que continuará acrecentando las tensiones entre Washington y Ankara.
El último paso, por ahora no previsible, sería la salida de Turquía de la OTAN. La pregunta es si en medio de sus disputas, los dos populistas enfrentados, Trump y Erdogan, continuarán sin darse cuenta de lo que ambos, hasta ahora aliados estratégicos, están perdiendo en el camino.
Analista internacional. Twitter: @maurimm