"Corea del Sur y Corea del Norte confirmaron el objetivo común de alcanzar, mediante la desnuclearización completa, una península coreana libre de armas nucleares", decía la declaración conjunta leída por Kim Jong-un en su histórica visita al sur. Kim y el presidente Moon Jae-in también dijeron que proclamarían la terminación oficial de la Guerra de Corea (1950-53) este mismo año. ¿Estamos presenciando finalmente el inicio de negociaciones serias para pacificar este conflicto? La pregunta es legítima por varias razones. Primero, porque no se trata del primer esfuerzo de negociaciones con Pyongyang y, lamentablemente, ninguno de esos esfuerzos ha sido capaz de impedir el deterioro de la situación con los años. Segundo, porque venimos de una dinámica de escalamiento tanto en el número de ensayos nucleares y con misiles llevados a cabo por Pyongyang, como en el nivel de amenazas entre las partes. Esta espiral ascendente duró prácticamente todo el año pasado. Un fracaso de las conversaciones actuales no nos colocaría en el punto en el que esta dinámica se detuvo, sino, probablemente, en un punto superior y más peligroso de la misma. Y tercero, porque un nuevo naufragio en las negociaciones no debe ser asumido bajo la lógica del 2009 cuando las “Six-Party Talks” concluyeron sin éxito; dadas las capacidades nucleares actuales de Pyongyang, las consideraciones son otras. Ahora bien, es virtualmente imposible conocer las verdaderas intenciones de Kim al estarse abriendo al diálogo. Hace apenas unas semanas, hablaba yo de dos teorías bajo las cuales diversos analistas estaban intentando interpretar sus señales. Hoy tendríamos que agregar una tercera. La razón es que los ofrecimientos públicos que Kim ha estado efectuando han rebasado a la mayor parte de aquellos análisis, incluso a los que en ese momento eran considerados los más optimistas. Me explico.
Hasta hace unas semanas podíamos hablar de una visión relativamente optimista de la situación y de otra visión más escéptica. El análisis optimista indicaba que Kim había alcanzado el punto en el cual quería expresar que, ahora sí, estaría dispuesto a sentarse en la mesa, aunque bajo nuevos términos. Sus motivaciones descansarían en distintos factores: (a) Pyongyang ya ha avanzado lo suficiente en sus proyectos nuclear y de misiles, y por tanto, cuenta ya con el poder disuasivo que deseaba: la garantía de no ser invadida y de que su régimen sobrevivirá; (b) Dado ese avance, ahora sí era ya pertinente aprovechar el cambio de mando que hubo en Seúl desde una posición dura representada por Park, hacia la postura más suave de Moon, y por ende, era ya necesario responder con buenas señales ante los múltiples mensajes de distensión que Moon estuvo enviando desde el inicio de su gestión; y (c) La necesidad de conseguir aliviar la presión de las sanciones es real, sobre todo después de que Corea del Sur estuvo deteniendo embarcaciones chinas con petróleo dirigidas hacia Corea del Norte durante diciembre. Esta visión, sin embargo, afirmaba que el objetivo último de Pyongyang era ser reconocida de facto como una potencia con capacidades nucleares, dispuesta a efectuar concesiones, pero bajo esas nuevas circunstancias. No se contemplaba, o no al menos tan pronto, la posibilidad de que Corea del Norte colocara su desnuclearización sobre la mesa de negociaciones.
Sin embargo, pasados los meses, las cosas han cambiado y han propiciado una perspectiva aún más optimista en algunos analistas. Estos días ya se contempla la desnuclearización norcoreana con toda normalidad. Pyongyang también ha retirado la exigencia de la salida “total” de las tropas estadounidenses de la península, e incluso ha dicho que acepta y “comprende” la necesidad de Washington de llevar a cabo ejercicios militares en la zona. Este tema es muy relevante dado que, en el pasado, justo esos ejercicios han detonado el escalamiento de las tensiones. Por si fuera poco, el 20 de abril Corea del Norte anunció que detendría completamente sus ensayos nucleares y de misiles, y que “desmantelaría” un sitio de pruebas nucleares ubicado en el norte del país. Kim agregó que su país “ya no necesita” llevar a cabo esos ensayos dado que Pyongyang ha logrado ya desarrollar armas nucleares satisfactoriamente. Esta serie de medidas unilaterales que fueron anunciadas de manera previa a la cumbre intercoreana y a una posible próxima cumbre Kim-Trump, estarían siendo interpretadas como evidencias de que Pyongyang, en esta ocasión, es absolutamente seria en su intento por producir condiciones distintas. Bajo esta óptica, varias cosas han ocurrido: Kim ha comprendido que su supervivencia y la de su régimen en el largo plazo son imposibles de lograr por la ruta del conflicto y la amenaza puesto que, sin duda alguna, llegaría un punto en el que un choque estallaría con consecuencias fatales para su gobierno y su país. Adicionalmente, el hecho de que, en los últimos tiempos China, el principal aliado y socio comercial de Pyongyang, ha estado cada vez más dispuesta a aplicar las sanciones internacionales a Corea del Norte, sería una señal que indicaría que todo, a partir de ahora, solo empeoraría para los norcoreanos. Por otro lado, Kim tiene, finalmente, algo tangible con lo cual puede negociar su supervivencia: un programa nuclear lo suficientemente avanzado como para tener siempre sobre la mesa el fantasma de la amenaza. De manera tal que, afirman los optimistas, bajo un esquema de incentivos adecuados, con la garantía de su supervivencia y de que no será nunca atacado, el joven líder está auténticamente dispuesto a ceder esa baraja de cambio y más.
Pero claro, un análisis más escéptico también cuenta con material para documentar el pesimismo. Desde esta otra visión, Kim solo está buscando ganar un margen de tiempo que le es indispensable para ultimar los detalles de un misil intercontinental balístico que no solo pueda llegar a su destino (EU) como ya se ha demostrado, sino que pueda reingresar a la Tierra con una carga nuclear y pueda ser eficazmente detonado en su blanco. En los hechos, siguen los escépticos, Pyongyang no ha concedido nada. Kim ha dicho, efectivamente, que está dispuesto a negociar la desnuclearización de la península, pero eso no significa que esto ya haya sucedido, sino que apenas se ha mostrado dispuesto a hablar de ello. Además, si bien Kim parece abierto a aceptar la presencia militar estadounidense en la península, eso no implica una concesión, puesto que Washington no ha señalado en ningún momento que esa presencia fuese negociable. Nada cambia en la realidad. Por último, científicos chinos han confirmado que el sitio de ensayos nucleares que Kim había dicho que iba a “desmantelar”, en realidad ya había colapsado desde la detonación de septiembre del 2017. No hay, en otras palabras, nada que “desmantelar”; el sitio ya no existe.
En suma, es imposible saber qué es lo que realmente está pasando por la cabeza de Kim, pero podemos asumir algunos elementos de los que sí tenemos más información: (a) El avance de los programas norcoreanos nuclear y de misiles es real e histórico, por lo que encontrar la forma de desactivar los riesgos que estos proyectos suponen, así como mecanismos para verificar y garantizar que esa desactivación ocurra, se vuelven metas indispensables; (b) Esto significa que Kim sí cuenta, de hecho, con una importantísima baraja de cambio, en caso de que realmente esté dispuesto a concederla, y siempre y cuando se le ofrezca lo que realmente está buscando. La gran pregunta es si solo está buscando la supervivencia de su país y su régimen, o si este es solo un paso en la búsqueda de algo más; (c) El impacto de las sanciones en Corea del Norte también es real, pero sobre todo lo es debido a que China ha estado dispuesta a hacer cumplir al menos algunas de ellas. Eso nos dice, por un lado, que China no puede quedar aislada de este proceso, y por el otro, que los pleitos comerciales y geopolíticos entre Washington y Beijing no son funcionales a las negociaciones coreanas en este punto. Esos dos factores—el adecuado involucramiento de China en las conversaciones y un mejor ánimo entre Beijing y Washington—no parecen estar siendo cuidados lo suficiente; y (d) Dados los riesgos inminentes para Corea del Sur si acaso se detonase un conflicto en la península, es probable que en las próximas semanas se exhiban diferencias entre Seúl y Washington. Habrá que monitorear muy de cerca cómo es que estas diferencias son salvadas. También será necesario observar de cerca la reacción de otras potencias involucradas como Japón y Rusia. Mientras tanto, queda esperar que las partes aprovechen esta oportunidad con toda seriedad y comprendan los riesgos que implica el no hacerlo.