Mauricio Meschoulam

Barcelona: el terrorismo viralizado

El terrorismo no es acerca de cuántas lamentables muertes se generan. El terrorista emplea a esas víctimas como instrumentos de conmoción

18/08/2017 |01:03
Redacción El Universal
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Ya conocemos el patrón: un espacio público de fácil acceso sin mayores controles de seguridad. Tácticas operativas de bajo costo y escasa sofisticación. Pero al mismo tiempo, un impacto mediático brutal. Pensemos estos atentados desde la óptica de los perpetradores: nunca antes en la historia se había conseguido propagar el terror de manera tan veloz y tan masiva como ocurre en nuestros días. Escribe la Guardia Nacional española en Twitter: “Nadie puede evitar que haya quien grabe imágenes macabras tras el atropello #Ramblas #Barcelona pero tú puedes ayudar a que no se viralicen”. Loable tuit. No obstante, ¿de verdad es posible detener esa viralización? El día de ayer, millones de personas de todas partes del mundo reproducían los videos una y otra vez, los subían a sus redes, a sus grupos de Whatsapp, contribuyendo y alimentando, sin desearlo, al objetivo último de los perpetradores: el miedo colectivo. Este tipo de ataques prenden y se cuelgan de nuestros patrones de comportamiento cuando nos sentimos bajo estrés, y, por lo tanto, se vuelven actos enormemente eficaces para efectos de los objetivos de quienes los llevan a cabo. Eso, a su vez, incentiva a otros militantes para cometer atentados similares. Así que vale la pena, de nueva cuenta, compartir algunas ideas al respecto.

Primero, es necesario colocar el fenómeno del terrorismo en perspectiva. Menos del 3% de atentados terroristas se produce en países occidentales (Base de datos Universidad de Maryland/START, con información del 2016). De hecho, solo 10 países concentran 75% de ataques terroristas y cinco países concentran 75% de las muertes por esta clase de violencia: Irak, Siria, Afganistán, Nigeria y Somalia. Adicionalmente, cada año mueren alrededor de trece veces más personas en otros tipos de asesinatos o crímenes que por atentados terroristas (GTI, 2016).

Dicho lo anterior, sin embargo, hay que entender que el terrorismo no es acerca de cuántas lamentables muertes, cuántos heridos, o cuán graves daños materiales se ocasionan. El atacante terrorista emplea a esas víctimas solo como instrumento para provocar un estado de conmoción en terceros, y usa al terror como vehículo para transmitir mensajes o reivindicaciones políticas o ideológicas, a fin de ejercer presión o coerción en una sociedad y en sus tomadores de decisiones. En el terrorismo, el blanco no son las víctimas, sino las audiencias que atestiguan su muerte y su dolor porque de ese modo, la organización o el individuo que ataca, transmite eficazmente la idea de que esa muerte y ese dolor podrían ser sufridos por quien sea. Todos nos sentimos, en otras palabras, víctimas en potencia. Visto así, entonces, el tamaño real de un atentado, en términos psicológicos y políticos, debe ser evaluado a partir de la cantidad de miedo y estrés colectivo que produce.

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Es por ello que nos encontramos en el contexto ideal para que estos actos cumplan con su cometido. No hace falta planear un atentado sofisticado con aviones, ni atacar los trenes de Madrid con bombas simultáneas. No se necesita colocar explosivos en embajadas, oficinas de gobierno o espacios con alta vigilancia. Basta saber conducir una camioneta, detectar un punto adecuado y atropellar a decenas de personas, o bien, sacar un cuchillo y comenzar a apuñalar transeúntes, para lograr que alguien grabe los hechos, fotografíe la sangre y el dolor, y lo suba a la red. Unos instantes y todo se vuelve viral. Además, cuando esto ocurre en países como Francia, Reino Unidos o como ahora en España, existe una alta probabilidad de que estos hechos reciban una cobertura mediática inmediata, masiva, con todos los sitios, portales y canales de televisión transmitiendo programas especiales. Así que lo que las audiencias perciben, no es el hecho de que “únicamente” 3% de atentados tienen lugar en Occidente. Lo que perciben es que esto no para, perciben el dramático ascenso de 600% desde 2014 del terrorismo en esos países.

Ahora bien, ISIS ha reivindicado el ataque. Las investigaciones deberán revelar el grado de conexión operativa entre los atacantes y esa organización, pues a veces ocurre que, a pesar de la reivindicación, los vínculos materiales entre la agrupación terrorista y los atacantes son escasos o inexistentes. Otra variante que hemos visto frecuentemente, como en el atentado de Niza hace un año (el cual se pensaba había sido cometido por un lobo solitario), es la del reclutamiento y monitoreo a distancia por parte de la unidad virtual de ISIS. Mientras dichas investigaciones transcurren, podemos afirmar que: (a) ISIS, en sus centros operativos (Siria/Irak) ha estado perdiendo la mayor parte del territorio que controlaba; (b) Sin embargo, ISIS, como red, mantiene una enorme capacidad de daño. Esta red incluye filiales y células en 28 países, una unidad virtual, y miles de seguidores sin vínculos materiales con la organización, pero que están dispuestos a cometer ataques en su nombre; (c) Para ISIS es indispensable, justo en estos momentos de pérdidas territoriales en Siria e Irak, demostrar que su red se mantiene viva y sana, toda vez que necesita seguir proyectando poder y seguir siendo atractiva para la jihad global; (d) Por consiguiente, y dada la eficacia de atentados como el de Barcelona, tristemente debemos estar preparados para que éstos se sigan repitiendo con las tendencias actuales.

Por último, el hecho de que España sea ahora escenario de un atentado, lamentablemente no debe sorprendernos. Ciudades como Barcelona, que pueden recibir más de 10 millones de turistas al año, son un entorno ideal para atraer a medios locales e internacionales, y para conseguir la propagación en redes arriba señalada. Pero además de eso, la jihad y España tienen una larga historia. Si bien, desde los atentados de Atocha en 2004 no habíamos visto un ataque jihadista en ese país, España elevó su alerta antiterrorista ya desde 2015. Las amenazas estaban presentes, además de que se ha reportado que la CIA había advertido a la policía de Barcelona que las Ramblas podían ser objetivo de un atentado. Pero la realidad es que, en estos dos años, las autoridades españolas han detenido a más de 200 militantes por sospechas de participar en la maquinación de ataques terroristas y han desactivado planes y células.

Lo anterior muestra que: (a) por más efectivas que sean las fuerzas de seguridad y de inteligencia de un país, cuando la motivación para cometer atentados existe, entre tanta actividad militante alguien eventualmente encuentra huecos y logra su objetivo; y (b) para combatir al terrorismo de manera más eficaz, hace falta actualizar y profundizar en una reflexión que ya ha iniciado, pero a la que le falta mucho camino por recorrer, acerca de los motores de este tipo de violencia, y cómo es que estos motores (y herramientas de ejecución) han venido evolucionando a lo largo de los años, exhibiendo no solo viejos, sino nuevos patrones, tanto a nivel local, como a nivel global. En este texto aporto algunas ideas al respecto: . Seguiremos hablando de toda esa reflexión en futuras entregas.

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